Luis Landero: “La soledad de la pandemia ha sido excesiva, ahora hay que desquitarse”
Luis Landero (Albuquerque, Badajoz, 1948) tonteó de forma profesional con la guitarra antes de zambullirse en la literatura con la pasión del converso. Quizá por eso, el novelista que sorprendió a propios extraños al ganar en un mismo año el Premio Nacional y el Premio de la Crítica, afina bien sus frases y afila mejor sus titulares.
Landero ha estado en Córdoba este jueves. La suya ha sido una presencia clave en la 47 edición de la Feria del Libro, un encuentro que, según confesaba a este periódico minutos antes del acto, le llenaba de ilusión. “Escribir un libro tiene una parte de soledad y luego tiene otra parte de fiesta. Hay soledad por parte del escritor y por parte del lector. Así que luego viene el encuentro. El coloquio. Y parece que hasta que no están las tres patas del taburete, no asienta la cosa”, afirmaba el autor de Una historia ridícula (Tusquets).
Una novela con un personaje un tanto peculiar que concibió hace muchos años, pero que ha rematado en plena pandemia. “La novela ha salido con humor. Me lo he pasado bien escribiendo la novela, sobre todo yo que soy un poco animal de madriguera. A mí la pandemia, personalmente me ha venido bien, dentro de lo bien que pueda estar uno siendo testigo del sufrimiento de la sociedad”, reflexionaba el escritor.
Yo, con quien más he tratado, ha sido con gente de baja cultura
Es común entre los suyos haber notado pocos cambios en sus quehaceres diarios cuando el virus nos confinó a todos. Landero reconocía tener ya entonces “el pack completo”, que consistía en “escribir, leer y ver películas”. Dicho lo cual, casi rectificaba sobre la marcha el autor de esa novela cervantina titulada Juegos de la edad tardía: “Ahora ya no toca. Esta soledad a la que nos ha condenado la pandemia ha sido excesiva, ahora hay que desquitarse”, sostenía.
El cante chico y el cante grande
Con el espíritu bon vivant a flor de piel, tocaba preguntarle a Landero sobre su último libro y, especialmente, por ese protagonista matarife, filósofo y poeta que despierta más a menudo repugnancia que ternura. “Probablemente no confesaría cuánto de mí hay en el personaje de esta novela. Aunque algunas ideas le he prestado. Pero me he sentido lejano a él. Me he sentido ajeno. Él es el que actuaba y yo me he sentido como el guiñol que movía los hilos desde atrás. Y se ha movido a su libre albedrío”, afirmaba Landero, que confesaba, en cualquier caso, que es “inevitable” que haya algo suyo en él y algo del personaje en el escritor.
Sobre la novela sobrevuela, además, un tema que al escritor le parece muy interesante: la idea de la alta y la baja cultura. “Porque, además yo, con quien más he tratado ha sido con gente de baja cultura. Mi familia era campesina, éramos emigrantes, he tratado el mundo laboral... Con lo cual, a mí me salen muchos personajes de una cultura modesta pero que aspiran a una cultura alta que de algún modo les está vetada. Y esto parece una constante en mis libros. Pero claro, ¿de dónde va a sacar uno las historias? Pues de la vida, de la realidad, de lo que uno ha vivido”, señalaba el escritor.
En ese momento, además, afloraba el guitarrista flamenco y recordaba que, para hablar de esta cuestión, pocas cosas mejores: “En el mundo del flamenco hay gente humilde especialmente ilustrada”, resumía el escritor, a lo cual el periodista apuntaba: “En el flamenco, el dilema está entre el cante chico y el cante grande”.
“Pero cuidado con el cante chico, que el cante chico bien hecho es muy grande”, remataba Luis Landero, antes de subirse al atril de la Feria del Libro.
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