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ENTREVISTA

Javier Vilaplana, abogado y filósofo: “La literatura explica a veces la condición humana mejor que la ciencia”

Presentación del libro de Javier Vilaplana en la República de las Letras

Juan Velasco

11 de mayo de 2024 20:10 h

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Javier Vilaplana (Cabra, Córdoba, 1980) acierta cuando dice que la justicia tiene mucho de teatro. De ahí que los procesos judiciales sean tan literarios y cinematográficos, aunque buena parte del público amante del género sea incapaz de leerse un sumario judicial. A este abogado cordobés no sólo le apasiona el derecho, sino que también busca incesantemente los condicionamientos filosóficos que llevan a las personas a tomar las decisiones que desembocan (o no) en una sala de justicia.

Y, con la misma vehemencia, este experto en litigación y graduado en filosofía, usa sus referentes culturales para explicar la realidad. Su nuevo libro (el primero, La posverdad a juicio. Un caso sin resolver [Los libros de la Catarata, 2021] fue galardonado con el VII premio Catarata de ensayo) se titula Leer lo correcto (Última línea), y es un ensayo que abre muchas líneas de cuestionamiento que convergen en un punto: en esa banalidad del mal que acuñó Hannah Arendt, y que tan bien explica lo que está pasando en estos momentos.

Antes de presentar el pasado viernes su libro en La República de las Letras, Vilaplana, más en plan filósofo que letrado, se prestó a una charla con Cordópolis en la que profundizó en algunos de los temas incluidos en su ensayo.

El Tik Tok es peor que la cocaína

PREGUNTA. ¿Cuál es la génesis detrás de este nuevo libro?

RESPUESTA. Pues mira, la idea es la siguiente: llevo 18 años ejerciendo como abogado y siempre me ha interesado la filosofía. Y ya escribí un primer ensayo que ponía en relación las dos materias. Bueno, pues he continuado esa tarea porque, si hay algo de lo que sé, es de procedimientos judiciales, que yo los utilizo como metáfora para entender muchas cosas. Entonces, la idea principal de este libro es el tribunal de la conciencia. Todos tenemos un pequeño tribunal dentro, que lo que hace es dividirnos, y convertirnos en juez y parte. Es un Pepito Grillo que nos dice qué está bien y qué está mal. La idea que me vino aquí, y no había encontrado nada parecido sobre este tema, es darle la vuelta a la metáfora. Es decir, utilizar el procedimiento judicial como conciencia moral. 

P. Y para ello usas un ejemplo muy concreto.

R. Sí, todo esto me encajaba muy bien con el libro de Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, en el que se plantea el concepto de la banalidad del mal y se dibuja a Eichmann como un tipo irreflexivo. Básicamente, se plantea que era un tipo que no era ni malo ni bueno, que no era tampoco tonto ni estúpido, simplemente que dejó de pensar el alcance de lo trágico que estaba haciendo. Y eso me llevó a pensar en el juicio moral previo que él debió de hacer. Ese fue, digamos, el fogonazo de la idea. A partir de ahí, hay una especie de introducción en este mundo que vivimos en el que afloran tantas verdades distintas, y en el que parece que la verdad científica es la que prima. En este contexto, la condición humana muchas veces se explica mejor a través de la literatura que de la ciencia o de los algoritmos. 

P. Esa idea está en la cita de Sostiene Pereira que encabeza uno de los capítulos del libro. 

R. Efectivamente. De hecho, muchas veces decimos que la filosofía es una cosa muy seria. Pero los diálogos de Platón, que llevamos más de 20 siglos hablando de ellos, no dejan también de ser literatura, porque están articulados en forma de una obra teatral, si me apuras. Entonces, yo creo que existe un diálogo permanente entre literatura y filosofía. Y, de hecho, eso también se lo reprocharon a Hannah Arendt, a la que le criticaron haber hecho literatura con una cosa tan dura. Y, sin embargo, en esa obra, esta mujer, acuñó un concepto filosófico.

P. En los últimos tiempos, con todos los conflictos bélicos que estamos viviendo, se cita mucho a Hannah Arendt. Y eso a mí me ha llevado a plantearme si debemos aplicar la moral a lo que está bien o a lo que está mal. Quizás hay que hablar más de justicia y reparación que del “bien o el mal”. 

R. Sí, claro, efectivamente. Además, las cuestiones de bien o mal, que son cuestiones de orden moral, al final ya son individuales. La decisión moral última del ser humano es individual. Y no es lo mismo que individualista, porque es una decisión de uno, pero teniendo en cuenta el contexto que vive con los demás. Y, frente a ello, está la decisión política. yY la política tiene que ver también con el derecho, es decir, lo que es correcto o no es correcto, lo que es justo o no es justo. Y ahí está también un tema que a mí me interesa mucho, que es el de la disidencia.

P. ¿En qué sentido?

R. Hay un filósofo que se cita mucho que es Javier Muerza, que para mí es uno de los grandes desconocidos de la academia española, y es un tío interesantísimo y muy querido en Sudamérica. Y él elevó al máximo el respeto a la disidencia, concebida como la capacidad crítica de la autonomía moral llevada al último extremo. A su juicio, la disidencia no quiere decir estar en contra de la ley, sino simplemente levantar la voz, sobre todo ante la injusticia. Y sostiene que, si algo han avanzado los derechos humanos y los derechos fundamentales, es gracias al disidente, nunca gracias al consenso. Porque el el consenso siempre excluye a gente. Es decir, el consenso está muy bien, pero siempre termina callando muchas bocas. Y, frente a ello, la labor del disidente es la de ser el aguafiestas, el que dice: ¡Oye, que esto no está bien, que estamos dejando gente atrás!

La decisión moral última del ser humano es individual

P. Eso me lleva a otro de los conceptos del libro, que es el del libre albedrío. Además, ha coincidido que últimamente he estado leyendo la opinión de Robert Sapolsky que dice que no existe tal cosa. Y encima, vivimos en sociedad hiper-tecnificada en la que muchas de las decisiones que nos afectan y nos guían las toman algoritmos cuyo origen o cuya más mínima información no tenemos. 

R. Claro, efectivamente. Además, el algoritmo es como una caja negra. Y que responde a opiniones preestablecidas. Lo que pasa es que le ponemos una pátina de matemática o de inteligencia artificial o de tecnología, y nos lo creemos, ¿no? Ahora bien, en cuanto al libre albedrío, a mí me gustaría pensar que, al final del día, cierto reducto de libertad existe. Si no fuera así, pues tampoco existiría la responsabilidad, ¿no? Fijate que, por ejemplo, en un procedimiento penal, si somos capaces de arrogarnos la capacidad o la legitimidad para castigar a alguien es porque presumimos que ese alguien que ha actuado libremente. Otra cosa es que ese “libremente” tenga detrás un alto condicionante genético-cultural.

En este sentido, Ana Carrasco Conde dice que nacemos comenzados. Esa es una frase que me encanta. Es decir, nacemos ya con una predisposición genética, cultural, social, económica, que nos condiciona mucho. Pero, bueno, quiero pensar que sí existe el libre albedrío, porque, si no es así, se nos cae todo. Aunque sea como ficción. Si negamos al menos la ficción de libre albedrío se nos cae el chiringuito por completo. 

P. Yo es que, claro, me lo planteaba sobre todo en el momento este en el que vivimos, en el que la gente está un poco controlada por el móvil, por el teléfono, las redes y los algoritmos. 

R. Sí, sí, sí. Totalmente, como digo yo, el Tik Tok es peor que la cocaína.

P. Nuestras conductas han evolucionado, por una parte, hacia un individualismo feroz, pero, por otra parte, están totalmente homogeneizadas. Todos hacemos lo mismo, los mismos planes, las mismas fotos, la misma música…

R. Sí, sí, totalmente. Han colonizado nuestro modo de vida. Hacemos todo lo mismo, vamos a los mismos sitios, y sobre todo tenemos la pulsión de hacer lo mismo. Eso es verdad. Ahora, tal vez sea distinto a que hayan conseguido doblegar o domesticar ese último reducto del libre albedrío. 

P. El libro está trufado de referentes cinematográficos y literarios. De algún modo, deja la idea de que la cultura que consumimos nos define. Y es cierto que yo, cuando voy a casa de alguien, me fijo mucho en su biblioteca y sus discos. 

R. Sí, yo también lo hago eso. Más indiscreta que discretamente. La librería nos define muchísimo. Por eso, al final del día, somos personas que contamos una historia y que llevamos una historia a cuestas y que nos hacemos con historias. Esas historias que vamos leyendo nos van constituyendo, nos van poniendo los límites como personas, nos van definiendo totalmente. Es decir, necesitamos la narración y nos nutrimos de narración. 

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