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El Duende Callejero canta para que le pongan una plaza en su pueblo

El Duende Callejero | JUANFRAN GÓMEZ

Ángel Ortiz

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Es fácil llegar a El Carpio si uno circula por la A4 a la altura del Alto Guadalquivir. Hay que poner el intermitente cuando se aviste el burro que recibe a los visitantes, una valla enorme que pesa dos toneladas y mide 17 metros. Se inspira en el toro de Osborne pero lo burla. Lleva desde 2009 instalado allí, en tierras del ducado de Alba. Los habitantes parecen contentos con su presencia. Da cierta identidad a un pueblo que, como tantos en Andalucía, se desangra con el éxodo de sus jóvenes.

A sus pies nos esperan cuatro chavales del pueblo sentados en el tejadillo de un cobertizo. Son Rafa, Ángel, Aarón y Félix; juntos forman El Duende Callejero, uno de los grupos cordobeses con más éxito en los últimos años. De fondo, el soplido intermitente de las gentes que van y vienen por la autovía.

PREGUNTA. ¿Cuándo os juntáis para cantar por primera vez?

RESPUESTA. Fue una serenata en Lopera. Unos amigos de la familia de Aarón, que sabían que cantaba muy bien, lo llamaron para que cantase un pasodoble para la novia –nos cuenta Rafa, que, además del guitarrista, es el compositor de la banda–, y él me llamó a mí para que tocara la guitarra. También llamamos a Félix para el cajón.

“Yo me cabreé –interrumpe Ángel– porque siempre estábamos tocando y no me avisaron. ¿Esto qué es? Al final me metieron”.

“Si es que no nos dio tiempo”...

Al final se plantaron los cuatro. Bajo un cartelito hecho por paint –“un vinilo muy colorido pero muy feo”– actuaron en público por segunda vez, en Morente, cada uno sentado en un taburete. Con más ilusión que conciertos, la cosa iba cogiendo hechuras. Ahí se hicieron una cuenta de Instagram donde subían vídeos ensayando. “Vimos que le molaba a la peña. A la peña de El Carpio”, matiza Ángel. Tuvieron que estar rápidos para resolver un problema con su nueva identidad. Un chaval de Murcia les advirtió que el duende callejero era él, “pero ya nos estaba siguiendo la peña y nos registramos primero”. Las otras opciones eran Los Garrafas o Los Perronautas.

Barre las penas, su tercera canción, fue un punto de inflexión, el tema con el que empezaron a sonar más allá de El Carpio, más allá de Córdoba. “La escribí del tirón, de resaca en mi casa de San Antonio. El día de antes habíamos quedado para componer pero nos liamos”, recuerda Rafa. El sonido llegó al gran público con reminiscencias de Los Delinquentes, el grupo de Jerez que, con canciones que se convirtieron en himnos, marcó a una generación de jóvenes andaluces que bebía en vaso de tubo.

“La inspiración es clara porque los hemos escuchado siempre, su influencia está ahí y sale sola. Es normal que a la gente le recuerde”, cuenta Rafa. Y aclara: “Ellos mamaron de sus fuentes, que fueron Kiko Veneno, Pata Negra y lo que a ellos les molaba. Todo va evolucionando. Nosotros escuchamos de todo, pero sobre todo lo que la gente se espera: Los Delinquentes, Astola, SFDK”.

El paso por Factor X

Con esta canción llegan a Factor X, el popular talent show de Cuatro en el que participaron y aumentaron su popularidad al resto de España. No querían ir, por miedo a parecerse a unos triunfitos o a un producto televisivo enlatado.

P. ¿Cómo os da por presentaros?

R. Mi tía nos engañó –contesta Aarón–. Mandó unos vídeos y me dijo que nos había presentado, nos cabreamos todos. Yo no voy, unos querían y otros no.

“¿Cómo vamos a ir a la tele si ese rollo no nos mola?”, dice Félix.

“Pero como teníamos nuestros temas decidimos ir con nuestra música. Y llevamos Barre las penas y pegó eso un subidón flipante”, cuenta Rafa.

Y fueron a Madrid. Félix reservó un Airbnb dúplex que tenía buena pinta, barato y reformado, con la estética chic entre Ikea y Tiger de los pisos que se alquilan por noches. El problema era el sitio: un polígono bastante chungo con la baja estopa suficiente como para rodar un programa de Callejeros. “Buscamos la zona en Google y solo salía prostitución, drogas... la calle estaba llena de candelas”. El entorno perfecto para escribir La jungla de alquitrán. Aparecieron en el casting a las ocho de la mañana, pero tuvieron que esperar hasta las doce de la noche para cantar, los últimos: “Cuando llegamos al casting había una cola enorme llena de chalaos, pero los más chalaos éramos nosotros”. Llegaron hasta las semifinales del concurso.

El paso por el programa los impulsó todavía más. El teléfono empezó a sonar y, poco a poco, sacaron nuevas canciones. El panorama actual de la música les sienta bien. Ese cambio de paradigma donde las canciones se sacan conforme se producen y no periódicamente, en discos, donde se vierte el trabajo hecho y se reservan un puñado de canciones inéditas. “Preferimos trabajar poquito a poco. Trabajamos mejor así y nos volcamos de lleno en cada tema. También te puedes fijar en cómo va reaccionando la gente”, cuentan.

Nuestra manera de hablar

Por el camino, las historias propias de una rock band que, al narrarlas, se les derraman por las costuras. Hospedajes precarios, noches largas, garitos en Madrid y cualquier pueblo de la geografía española donde llegaban con la hierba en la boca, dispuestos a pegarse codazos para conseguir un hueco. En alguna sala madrileña renunciaron a beber agua cuando se enteraron que la botella salía a 10 euros. En Porcuna, el gazapo de cantar el himno del Córdoba creyendo que aquello era de la provincia. Hasta llegar al Weekend Beach, el festival que se celebra en Torre del Mar y que cada año tiene más ambiente. Allí conocieron a referentes como Juanito Makandé o el Zatu, el vocalista de SFDK, con el que compartieron un bocadillo; y actuaron delante de 25 mil personas aprovechando que después de ellos iba Becky G.

Una semana antes de que se decretase el estado de alarma sacaron su primer disco: Nuestra manera de hablar. Apenas un concierto, el del 6 de marzo en la sala Góngora, para disfrutarlo. Habrá que esperar hasta 2021 para volver a verlos encima del escenario. Mientras esperan en su pueblo, cerca del burro, componiendo y pensando en el futuro: “Hay que sacar canciones a jierro porque hay muchísima música”.

P. ¿Hay Plan B si el Duende no funciona?

R. Estamos trabajando para que esto no pase, pero estudio sonido y me estoy haciendo un estudio de grabación, dice Rafa.

“Yo estudio educación infantil y quiero hacer el máster de atención temprana”, cuenta Ángel.

“Yo, trabajar hasta que mi padre se jubile y heredar el estanco”, Félix tiene clara la alternativa.

Pero Aarón no quiere ni másters ni estancos:

“Yo no me planteo que esto se acabe. Voy a ser el viejo que va a estar sentado con la boina y el garrote. Mi sueño es una plaza en el pueblo”.

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