La Cubana: La muerte os sienta tan bien
Esta vez le ha tocado a la muerte. La Cubana hace parada y fonda hasta el domingo en el Gran Teatro de Córdoba para volver a reírse de todos esos paripés que articulan la vida social en su versión bodas, bautizos y comuniones. En esta ocasión la fiesta ha sido un funeral, una celebración a la que cuando toca el humor, éste suele teñirse de negro. Sin embargo, la compañía catalana consigue en su último montaje, Adiós Arturo, hacer reír en un funeral lleno de colorido.
Como es marca de la casa, la cuarta pared se rompe a la entrada del teatro. Actores y actrices ataviados con colores chillones ligan con los señores y se hacen selfies con las señoras. En el vestíbulo se ofrecen pastas y algunos espectadores entran en el patio de butacas directamente disfrazados: de flamencas, nazarenos, marajás, sultanes, monjas, indios u obispos. Esta vez la participación del público se pacta a la entrada y en la noche del estreno cordobés los espectadores escogidos estuvieron más allá de receptivos y felices, muy en el aire disparatado de la compañía.
En el escenario, coronas blancas enviadas por personalidades como Julio Anguita o David Bisbal e instituciones como la ESAD de Córdoba. Bajo las lámparas infinitas, los colores dorados, los muebles exagerados y un loro permanentemente en el escenario, comienza el funeral antipena por Arturo Cirera Mompou, un polifacético artista cordobés muerto a los 101 años al que solo le falta disculparse: “Perdonen que no me levante”.
El resultado es un espectáculo de dos horas lleno de humor disparatado con el mismo mensaje de montajes anteriores: que preparar un funeral es, en realidad, igual que preparar un espectáculo de teatro. La obra combina canciones originales compuestas por Joan Vives, responsable también de los arreglos musicales de Adiós Arturo, con temas populares de España e Italia, donde se baila y se canta todo ese universo viejuno que al protagonista le gustaba.
Como siempre, la risa enmascara aquí la crítica a la hipocresía, familiar y social, de los duelos, funerales y herencias. Mención especial merece la parte cordobesa de show que con un aroma a lo Bienvenido Míster Mashall, pone en pie al público cantando el inenarrable Soy cordobés. Acento de la tierra y alusiones a Las Margaritas y a la Mezquita-Catedral, al flamenquín y al rabo de toro se salpican durante el espectáculo, donde hasta recibe un pésame la alcaldesa saliente, Isabel Ambrosio.
La Cubana, fundada en Sitges (Barcelona) a principios de los años 80, continúa buscando que el público viva el teatro de manera pura, con alegrías y risas. Teatro divertido y popular que en esta ocasión empieza al revés, por el nudo, sigue con el desenlace y termina con el planteamiento. Todo muy loco.
Lo mejor: la parafernalia de la producción, un vestuario lleno de colorín y plumerío y diez actores y actrices versátiles que parecen sesenta. No cantan, no bailan pero no se los pierdan.
Lo peor: Ellos mismos lo reconocen. Que se repiten más que los loros. Quien ha visto espectáculos anteriores de La Cubana pierde la capacidad de sorpresa. Así que Adiós Arturo está especialmente indicado para los profanos en el arte cubanero.
Renovarse y vivir.
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