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Cántico, el sitio de mi recreo

Detalle de 'Molina'| MANUEL MUÑOZ

Marta Jiménez

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El fotógrafo Manuel Muñoz fotografía los lugares secretos del grupo Cántico en la década de los 50, rincones entre Trassierra y el Guadiato en el proyecto Paisajes confidentes aún no expuesto en Córdoba

Paisajes confidentes

Existe un vergel en el corazón de la Sierra Morena cordobesa conocido como El Bejarano, cuyo paisaje actual dista muy poco del bucólico bosque que presentaba a final de los años 40. Se trata de la foto casi fija que posee la naturaleza y aunque  ahora en el lugar existen más cercas y más basura, su esencia natural y estética sigue siendo la misma. La cordobesa afición de ir al campo llevó al fotógrafo y pintor Manuel Muñoz (Córdoba, 1965) a hacer una ruta senderista por estos parajes con sus compañeros, profesores del instituto Alhaken II de la capital, en donde él imparte clases de dibujo. Fue una profesora de Literatura, Encarna Madrid, la que le reveló que aquel lugar había sido “espacio de confidencias entre compañeros” del Grupo Cántico en los años cincuenta, quienes pudieron alejarse de vez en cuando del plomo de la ciudad para respirar el verde paradisiaco y oculto de su sierra.

Y tendido en la hierba cerca de alguna fuente| te esperaría, oh bello amor de los idilios. Versos como este, de Las elegías de Sandua de Ricardo Molina, devoró Muñoz tras aquel paseo por la sierra que le encendió la luz de su proyecto Paisajes confidentes, una serie de  20 fotografías de gran formato más un video, que retratan aquellos lugares invitando a imaginar todo lo que su memoria guarda. La obra de Muñoz, muy vinculada a la memoria histórica, social, colectiva y llena de amor al paisaje, llega a estos rincones escondidos  “que nos sirven para profundizar en el conocimiento de la poesía de Cántico a través del lenguaje fotográfico de un artista contemporáneo de esta ciudad”, en palabras del crítico Jesús Alcaide, “y es también esta una oportunidad para promocionar no sólo la creación contemporánea de nuestra ciudad fuera de ella, sino el vasto legado literario que hace de Córdoba una de las más importantes capitales de la poesía”.

El Grupo Cántico se constituyó en Córdoba en 1947 y formaron parte de él poetas, escritores y pintores como Pablo García Baena, Juan Bernier, Ricardo Molina, Miguel del Moral, Ginés Liébana, Carlos López de Rozas, Julio Aumente o Mario López, además de Vicente Núñez como satélite. Su nombre viene inspirado por la figura de Jorge Guillén y reivindicaban el sur, la belleza y, al contrario que las corrientes literarias de la época, la imagen y la sensualidad de la poética de la Generación del 27, sobre todo de Luis Cernuda. Editaron una revista, igualmente llamada Cántico, en dos períodos: 1947-1949 y 1954-1957. Esta publicación tenía la intención de conectar la poesía de Córdoba con el pasado más cercano de la Generación del 27 y con el más remoto, especialmente con Góngora.

“Eran los lugares que más frecuentábamos todos” confesaba Pablo García Baena (Córdoba, 1923), máximo exponente del grupo, en una entrevista concedida en 2004 a Radio Córdoba, hablando de los lugares que inspiraron una poesía en la que la naturaleza está muy presente. Para el ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 1984, el entorno era “un lugar idílico que servía para encontrarnos con nosotros mismos por la paz que se respiraba allí”. Carlos Castilla del Pino desveló intimidades sobre “la vida oculta” del grupo en su segundo volumen de memorias, Casa del olivo (2004), no sin levantar las iras de los entonces supervivientes de Cántico. “Todos eran homosexuales (salvo Manuel Aumente y Mario López)”, publicó el psiquiatra, “lo que les obligó a vivir en una cierta marginalidad ante el temor de que su vida oculta se descubriera”.

Para Manuel Muñoz, el grupo buscaba espacios “fuera de la sociedad y alejados de esas miradas de censura que frenaban sus ideas de creación”, por eso ha querido retratar “lo que hay detrás de un camino, de un sendero o de un árbol”, con una referencia constante al agua “por el magnetismo que posee”. El fotógrafo se refiere así a varios lugares, como son los paisajes del Puente Viejo del Guadiato, el Bejarano o la Fuente del Elefante, “en donde sus palabras [las de Cántico] han quedado guardadas al abrigo natural”.

La exposición pudo verse el pasado mes de noviembre en la galería zaragozana Spectrum, pionera del coleccionismo fotográfico en España gracias a su director, Julio Álvarez Sotos, quien se enamoró del proyecto de Muñoz en cuanto se lo dio a conocer la historiadora de la fotografía Mónica Carabias. “La gente me preguntaba si las fotos estaban hechas en Asturias”, confiesa entre risas Manuel Muñoz, “lo que explica lo poco conocido que es este patrimonio, incluso entre nosotros mismos, que lo conocemos por el senderismo, los peroles o la acampada, pero que desconocemos estas connotaciones históricas más profundas”.

El artista relata que sus fotografía quieren desvincular al paisaje “de todo lo  superficial” y que hasta ahora no ha sido “consciente de la transcendencia” de un proyecto que comenzó siendo muy personal. Ahora sueña con exponer estas fotografías en Córdoba. “Juan Miguel Moreno Calderón [delegado municipal de Cultura] está muy interesado en que este proyecto se muestre en Córdoba, y la casa Góngora o la sala Orive serían buenos sitios”, fantasea Muñoz, a quien le haría mucha ilusión que Ginés Liébana y Pablo García Baena, los únicos supervivientes de Cántico, vieran estas obras hechas “con cariño e ilusión” y “que les hicieran volver a pertenecer a esos paisajes”.

Y es que, tal y como escribió Juan Bernier en su Diario, “no veo que en la naturaleza exista una tendencia a la simplicidad”.

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