El boxeo de terciopelo de Alberto Guerrero
El cantante cordobés presenta esta noche en Limbo su sexto disco, 'El discurso sin aplausos' |
Hacía seis años que Alberto Guerrero no se metía en un estudio a grabar un disco propio. Y tras aquel agradable experimento casi antropológico que fue Un episodio rural (Eureka), en el que recuperaba los romances que cantaban las abuelas de los pueblos, Guerrero toma una senda distinta. Un camino que le ha llevado a publicar El discurso sin aplausos (Discos Poderosos), su sexto trabajo. Al escuchar el álbum se diría que la travesía ha sido llana y apenas sinuosa. “Puede ser, es cierto que las canciones suenan relajadas pero todas tienen algo que rompe, que golpea”, destaca Guerrero.
Una cobertura dulce para un relleno con matices amargos, picantes o incluso un pelín agrios. Una apariencia aterciopelada para un tacto real más áspero. Como la portada del disco, obra de Tomás Flamingo. Un suave fondo verde con una hermosa fotografía. Pero la imagen es la de un joven púgil a punto de asestar un derechazo a la mandíbula de un contrincante imaginario que bien podría ser un espectador. O un miembro del público que esta noche acuda a Limbo, el bar que acoge el concierto de presentación del disco a las 21.30.
La grabación se realizó en los estudios Sequentialee, en Andújar. Un registro de sonido muy orgánico hecho a la antigua usanza, casi en directo. “Hemos machacado mucho las maquetas hasta tener las canciones muy cuadradas. Por eso suena como si fuese en vivo, porque la mayoría son primeras tomas”, cuenta. “Siempre me ha gustado esa forma de grabar que había en los años cuarenta y cincuenta, cuando era algo muy caro y todo se hacía de una vez, antes de que los discos se convirtieran en grandes superproducciones a partir de los sesenta. Ahora, por cómo está el mercado, hemos vuelto un poco a los inicios”, continúa.
Y esos principios también se respiran en el aroma que dejan las canciones de Guerrero. Tanto en su propia voz y guitarra, como en el piano, bajo y batería de los hermanos Pedro y Javier Cantudo. Un sonido que, por momentos, puede recordar a la banda sonora de una película que se desarrolle en la costa (aunque esté grabado en Jaén) y, si apuramos un poco, en Francia. “Puede que haya un punto francés en el disco, sí. Su tradición musical, sobre todo la de hace 30 o 40 años siempre me ha gustado mucho. Y fue el idioma que estudié en la escuela, mucho más que el inglés”, termina Guerrero.
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