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Bill Laurance: manos de clásica, corazón de jazz

El pianista Bill Laurance | BUTELO

Juan Velasco

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Que el jazz tiene hoy más futuro en los conservatorios que en los clubs no se le escapa a nadie. El tiempo ha acabado domesticando y estilizando a la bestia que un día fue el jazz, una música que nació política, esquiva, compleja, producto de una cultura concreta, la afroamericana, pero que ha acabado germinando en el mundo entero. Con su universalización ha venido cierto conservadurismo, pero también un refinamiento estilístico que la ha vestido de contemporaneidad asimilable.

Aquella música bastarda ha acabado, como es obvio, por impregnarlo todo. Los conservatorios y escuelas de música ya no son solo terreno de los clásicos, ni territorio de partitura, sino puntos de encuentro en los que brota la vida. O en este caso la música. Bill Laurance, que ha cerrado este sábado el Qurtubajazz, es producto de la entrada del jazz en los conservatorios: Un pianista con manos de clásico y corazón de jazzista contemporáneo y al que, como le resulta difícil decidir qué prefiere ser, opta por serlo todo a la vez.

La casualidad ha querido, además, que Laurance haya cerrado el Qurtubajazz justo el día en que fallecía Roy Hargrove, el trompetista norteamericano, un titán de su instrumento, que fue precisamente quien echó el telón de la primera edición de este festival, hace ya 15 años. A Hargrove, otro estudiante privilegiado -en este caso de Wynton Marsalis y de la Universidad de Berklee-, le ha dedicado esta noche el último tema Laurance, una Golden Arrow que ha sonado a sentido requiem por un alma excepcional.

Hasta llegar allí, Laurance, miembro del combo norteamericano Snarky Puppy -ganador de tres Grammy- había ofrecido hora y cuarto de un exultante concierto que ha servido, prácticamente, todos los palos del jazz contemporáneo. Laurance ha arrancado al piano, de espaldas al público, con una silueta que, por lo rubio de su pelo y las gafas, podía recordar al primer Bill Evans. Aunque, lo que salía de las cuerdas tenía una mayor gravedad clásica.

Lo cierto es que, al piano clásico, Laurance prefiere ser Ludovico Eunadi antes que Thelonious Monk. Se siente más cercano al universo de la música clásica y eso se nota en la sobriedad de sus composiciones, brillantes estructuras de poso melancólico que suelen funcionar como pasajes propios o servir de puente hacia el jazz. Y, cuando el jazz entra, Laurance se desboca. No solo él. Si alguien se ha adueñado hoy de la función, ése ha sido el batería lituano Marijus Aleksa, un joven productor y percusionista que ha enriquecido muchísimo al conjunto, al dotar de un toque salvaje las partituras del pianista, incluso las más clásicas.

Una vez demostrada la pericia con el piano clásico, Laurance lo ha combinado con el piano eléctrico, el Fender Rhodes y el sintetizador Moog. Él, en medio como un islote, ha tenido a su disposición centenares de teclas, sonidos acústicos, eléctricos y electrónicos, que ha tocado a dos manos, combinados al mismo tiempo. Con toda la gama cromática a su alcance, Laurance ha viajado por pasajes de cool jazz hacia otros más espirituales, con momentos de acid jazz que ha precedido a una odisea de 17 minutos de jazz funk a partir de la canción The Real One.

A esa canción ha llegado tras dirigirse al público y explicarle que, como británico, necesita “ahora más que nunca” ser “muy activo políticamente”. “Hay mucha gente en Reino Unido que quiere quedarse en Europa”, ha dicho el pianista, que había arrancado el concierto reconociendo la emoción que le ha causado volver a ver la Mezquita, adonde llegó en un viaje personal cuando tenía 16 años y a la que considera símbolo de convivencia en paz.

Así, con la misma elegancia inglesa con la que ejecutaba al principio del concierto December in New York, Laurance se despedía en el bis con Ready Wednesday, dos ejemplos de la osadía de este compositor con manos de pianista clásico y corazón de jazzista contemporáneo.

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