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Antonio Lucas: “Ese mar de ahí arriba no quiere poetas ni héroes impostados”

Entrevista a Antonio Lucas, autor de 'Buena Mar'

Juanjo Fernández

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Buena mar (Alfaguara) es la primera novela del reconocido periodista y poeta Antonio Lucas. El narrador se embarca, de verdad, en un arrastrero gallego que faena en las aguas del caladero de Gran Sol, en el Atlántico Norte. 21 días de marea en aguas terribles “empotrado” en una tripulación formada por hombres duros que, como dice el autor, realizan “el más penoso de los oficios legales que existen”. Lucas necesitaba dar el salto del reportaje periodístico a la novela porque la relación que se fue forjando durante aquellos días entre él y la tripulación lo pedía. Así en Buena mar encontramos mucha verdad y también mucha ficción si es que un libro como éste necesita esa diferencia. Y poesía, claro, porque el autor deja su aliento de poeta sobre todo en un lenguaje sincopado y certero en cada descripción de peripecias y monólogos de los personajes.

El autor atendió a Cordópolis antes de encontrarse con sus lectores en La República de las Letras.

Quienes lean esta magnífica Buena mar no volverán a enfrentarse al expositor de su pescadería de la misma manera.

 

PREGUNTA: ¿Cuándo y cómo se empieza a fraguar tu aventura en el Atlántico Norte?

RESPUESTA: Pues nació cuando con 20 años leí Gran Sol, de Ignacio Aldecoa. Me fascinó la épica de aquellos marineros, en este caso vizcaínos, en los años cuarenta con los que se enroló Aldecoa. Ese fue un pequeño germen de algo que a mí me gustaría hacer; pero como tantas cosas que a ti te gustaría emular, se queda sólo ahí. Luego, leyendo a Mellville, a Conrad, a Jack London, Setevenson… a tantos de los buenos escritores del mar, pues pensaba que, alguna vez, a mí me gustaría escribir algo chulo sobre el mar. Pero pasó el tiempo y se te va olvidando, hasta que conocí a un compañero, nos hacemos muy amigos, y me cuenta que su padre fue marinero gallego en el Gran Sol, tiene 96 años el hombre. Después de muchos años de conocernos, en una sobremesa en Madrid me cuenta algo del Gran Sol que nunca me había contado, y es que su hermano falleció allí, con 29 años, en su primera marea. ¿Qué me dices? Pues sí, mi hermano fallece allí, deja tres niños y tuvo una muerte muy cabrona porque el barco en el que iba estaba ya entrando por la escollera del puerto de Castletownbere, en el suroeste de Irlanda, soportando un temporal terrible de fuerza 10 -ya se veían las luces del puerto- cuando un golpe de mar los lanza contra una islita que hay en la embocadura del puerto, abre una vía de agua, todos los tripulantes se lanzan a las balsas y él se da cuenta de que en cubierta falta su mejor amigo que estaba abajo, en las máquinas, y sabía que este hombre padecía ataques epilépticos cuando se ponía nervioso y bajó a buscarlo. Ninguno de los dos salió de ahí. Yo le dije a mi amigo que iba a hacer el mismo viaje que hizo su hermano, sin saber nada del Mar excepto por la literatura, sin haber visto ni un documental de Gran Sol ni nada. Claro, mi amigo quiso quitarme la idea de la cabeza, pero el caso es que siete meses después yo estaba embarcándome.

P: Pues vaya historia terrible…

R: Sí, yo me embarqué en el mismo puerto donde él murió, en Castletownbere, donde llegué tres días antes para hacerme con el sitio.

P: El pueblito es idílico, según lo describes: sus apenas 900 habitantes, la iglesia, el BedandBreakfast donde te hospedas y ese pub…

R: El MacCarthy´s, mítico; el mejor pub de marineros. Lleva cien años abierto y lo que se respira allí es el verdadero espíritu del Atlántico Norte. Allí recalan marinos franceses, irlandeses, gallegos, lituanos… toda esa atmósfera dura de marineros duros.

R: Tú los llamas los invisibles del mar; y leyendo tu novela da la sensación de que esos africanos que completan las tripulaciones son aún más invisibles…

R: Sí, más invisibles. Ellos se protegen, no quieren mucha interacción. Ellos llegan allí con una biografía muy devastada, ninguno llegó allí con pasaporte, seguramente, ahora son legales. Pero sospecho que la aventura de estos hombres, cuatro senegaleses, uno de marruecos y un ghanés de 62 años, en Gran Sol no es ni la mitad de dura que la tuvieron que sufrir hasta llegar a Europa. Sí, ellos se protegen, son muy amables, de hecho son los que, cuando llego, me estrecharon la mano y se la llevaron al corazón, mientras que los gallegos me miraban como diciendo “que hace aquí este estorbo”.

P: En el barco también se notaría esa diferencia, supongo…

R: El barco no es una democracia. El barco tiene una estructura piramidal salvaje y es que hay tensiones, la convivencia no es fácil, hay un peligro real constante y alguien tiene que tomar la decisión última, con todos los riesgos. Y sí, esos hombres son los últimos de la escala.

P: Buena mar es tu primera novela; pero tiene ese aliento poético que no te abandona. No por los tópicos que nos puede dar el Mar como tema, sino más bien por la exactitud, la frase corta… ¿Lo tuviste en cuenta desde el principio?

R: Lo tuve en cuenta. No es exactamente por buscar el regate de una frase corta; sino porque yo vi que el relato necesitaba tener ese ritmo así, un poco “facetado”, casi astillado, porque la vida en el mar también es así, no da para grandes párrafos. Sé que párrafos ondulantes los hacía, por ejemplo, Conrad, pero para mi relato necesitaba ese ritmo que está entre la poesía, el reportaje y sumergirte en la parte ficcional que la novela te permite y el periodismo, no. Yo lo que tenía claro es que no quería hacer una novela poética. Y espero no haberla hecho. Porque ese mar de ahí arriba no quiere poetas, ni poesía, ni héroes impostados. Con todos ellos sólo hace náufragos, que es lo único que sabe hacer. No es nada poético lo que sucede ahí arriba.

P: ¿Novelar el reportaje surgió como una necesidad? ¿Te lo pedía?

R: Claro. A los quince días de desembarcar ya se estaban publicando los reportajes, y la novela surge como una necesidad. Porque faltaba bastante. Faltaba la parte arterial que yo viví y que en el periodismo hubiera sido una concepción inadecuada, porque el periodista debe ser un testigo, con una implicación muy cautelosa y muy medida con lo que está contando. La Literatura, no; la literatura me permitió hacer ese homenaje a esos once hombres, porque para mí, el Gran Sol tiene once nombres y once apellidos, y la intención también era rebajar la invisibilidad de estos hombres que, mientras hablo contigo, están allí arriba. Y decir que, de los oficios legales que hay, es el más penoso posible, más que la mina, más que el campo, más que la ganadería, más que cualquier otro.

P: Lo contabas más arriba, con la historia del hermano de tu amigo: dejas bien claro que esta gente navega sobre las aguas que se han llevado a sus padres, a sus tíos, a primos, amigos… Eso te permite hacer una reflexión curiosa sobre el asunto de “tener o no tener hijos”.

R: Sí. Yo no tengo hijos. Esa reflexión es curiosa. Es que yo me di cuenta enseguida en el barco de que ellos tienen una relación con la familia muy fuerte, muy arcádica. La familia es un símbolo que ellos necesitan permanentemente. Entonces esa reflexión sobre la familia también repercutía en mí, porque ellos me preguntaban y, claro, eso me hacía a mí también preguntarme lo de tener o no tener hijos, la decisión o la no decisión. Y es que cuando no se tienen hijos a veces hay como una penalización social: no los tienes por egoísmo, por no sé qué… pues, no, no los he tenido o bien por razones en las que no hay que abundar mucho o porque no me apetece. Pero esa reflexión viene por ellos, porque ellos necesitan una meta, que no es la tierra, sino lo que tienen en tierra: una madre, un padre, una mujer o unos hijos.

P: Hay una frase que pronuncia uno de los personajes que puede parecer banal, pero a mí no me lo parece: “Es que la gente se cree que el mar es la playa”. Eso es muy bueno.

R: (Ríe) Es que eso nos sucede a los que no tenemos tradición marinera, como yo. Yo puedo irme a un roquedal de Costa da Morte en verano a ver olas batiendo y, después, me voy al hotel. Creemos que el mar es lo que vemos en la playa. Es como una broma que yo suelo hacer que es que hay quien se cree que la jungla es el jardín botánico. Y es que el mar te esconde mucho más de lo que te exhibe. Vemos la superficie, pero no vemos el fondo donde está la vida inclemente. Nadie vive en el mar, se puede vivir en lo alto de una montaña, en un pueblo casi deshabitado, hasta en la jungla, pero en el mar no. Claro, la playa es una de las extensiones del mar, para que te hagas una pequeña idea, pero no es el mar en absoluto.

P: Las nombrabas también antes, pero me gustaría insistir en más referencias literarias que te han sobrevolado en la construcción de Buena mar.

R: Sí, algunas están citadas; pero otras no, como la inclusión de versos de algunos poetas, porque a mí no me sirvió ese mar para la poesía, pero sí me sirvió la poesía de otros para ese mar. Y no porque hablen del mar exactamente, sino por cuestiones de la propia vida, por eso cito a Leopoldo María Panero, porque hay un título suyo extraordinario y me venía muy bien para explicar lo que era la vida de esta gente en el mar e incluso la mía en aquellos 21 días que es Guarida de un animal que no existe. El Mar es la guarida de un animal que no existe, porque la vida del hombre en el mar es muy frágil, muy pasajera, el hombre va al mar a salir del mar, no va a instalarse allí.

P: Oye, después de esto ¿tú comes pescado igual que antes?

R: (ríe) Sí, sí… Lo que pasa es que sí soy muy consciente de donde viene ese pescado. Yo podría tener la confusión de que el pescado venía sólo de los acuarios o de las piscifactorías, pero ahora sé si veo una merluza, un rape, un lenguado o un gallo de dónde viene, que en la caja pone “Atlántico Norte” y sé lo que ha costado sacar eso, y sé la de vidas que hay quebradas por eso: familias esperando, marineros insomnes por el faenar del día… claro, eso ahora lo tengo muy en cuenta y, de hecho, me molesta mucho cuando alguien piensa que “el pescao es caro” . Pues si crees que es caro cuando lo ves en su cajita bajo lascas de hielo, imagina lo que cuesta sacarlo de donde está bajo olas de siete y ocho metros azotando los barcos.

P: Bueno es saberlo…

R: Sí; bueno es saberlo.

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