Angel Stanich quema y escupe fuego en Hangar
Le llaman el ermitaño del pop porque rara vez concede entrevistas ni se deja ver en exceso, lo que ha contribuido a muchas especulaciones sobre la figura de un cantautor que habla de viajes lisérgicos, parajes desolados y travesías solitarias de carretera. Sin embargo, cuando Ángel Estanislao -su verdadero nombre- se sube al escenario, la intriga es solventada por un personaje menudo y delgado, pitillos ajustadísimos, tirantes, botas tejanas y melena de león, que clava una mirada de locura en el público guiada por el frenetismo de sus acordes. Ahora todo parece más claro. No es un ermitaño, sino un granjero loco proveniente del sur de los Estados Unidos.
Mirarlo demasiado es temer que se vaya a partir. Su presencia menuda y frágil hace pensar que tras esa pared de misterio y locura se esconde un hombre sensible que tal vez no podría hacer frente a encuentros tan íntimos como el de un músico con el público de una sala de no ser por sus compañeros de banda. Con Lete Moreno a la batería y Víctor Pescador a la guitarra, los tres forman una agrupación muy potente, de miradas confiadas y las sonrisas de quienes disfrutan tocando juntos.
El trío comienza en seguida con un tema del disco Antigua y Barbuda, Cosecha, con el que Stanich se recrea adentrándose en su propio mundo e instando a los asistentes a querer entrar con él en lo que sea que esconda esa barba frondosa. Tras este arranque comienzan la verdadera sesión de hipnosis con la potente Un día épico, moviendo cuerpos, transmitiendo las ganas de leer a Bukowski, merendar con Gila, cenar con Janice y, entre medias, visitar el hospital por un problema médico relacionado con el exceso de drogas. El granjero loco estadounidense habla de drogas, pero sobre el escenario bebe mucha agua. Gotea sudor por la barba.
Con Más se perdió en Cuba y Mátame camión construye la ensoñación de una hoguera en mitad de los campos sureños sobre la que saltar, bailar, desvariar, perder los papeles entre mazorcas de maíz y escopetas cargadas. Sus historias podrían ser la traducción de los sueños de un paleto americano de película de serie B, que desvaría en la cama por los efectos del whisky tres equis.
“Cómo estáis. Es un placer volver otro octubre más al Hangar de Córdoba”, interviene con timidez. “Hoy igual no digo mucho porque estoy muy emocionado. Igual me queréis más cuando os diga que me he tragado un pelo y estoy ahí como los gatos, pero no importa. El gatete se viene con nosotros de viaje.” Muchos no saben muy bien a qué se refiere. Otros tampoco han terminado de pillar la broma, pero ríen igualmente.
El viaje al que se refiere tiene como destino Galicia Calidade y Qué será de mí, de su último álbum, Máquina. También de este último disco viene Salvad a las ballenas, en el que el granjero loco clama con melancolía: salvad a las ballenas, a mí dejadme en paz, que me muera y tú tienes pinta de fumar, te gusta lo que a mí, atrás tengo una escopeta y podemos disparar a algún guardia civil. Menciona el problema catalán y, desde la pista, todo suena más a la ensoñación de quien, a fuerza de no poder soportar la muchas veces absurda realidad, sueña con vivir locuras beatniks junto a alguien en suelo español.
Después de tocar Hula Hula, otro tema de Antigua y Barbuda, presenta a sus compañeros de escenario y a él mismo: “Yo ya sabéis cómo me llamo, soy el hijo bastardo de Julio Anguita”. Continúan con Escupe Fuego y Miss Trueno 89, del antiguo pero aún muy presente Camino Ácido. Todavía con la armónica al cuello se baja del escenario entre aplausos y un público eufórico, hipnotizado ya completamente por las historias de carretera, drogas y desamor, que piden más. Stanich y los suyos no se hacen de rogar y vuelven a subirse para desplegar su as bajo la manga, la sentimental Carbura nena, carbura, el fracaso vital de una joven de veintidós a la que le pudo la ambición y las alas de grandeza. Y tras esta presentación de otro de sus personajes sucios y decadentes de la América, o la España, profunda, se despide con las melodías de Señor Tosco, otra muestra, melódica, más de por qué el rock español puede enorgullecerse de contar con uno de los músicos más interesantes en historias, sonidos, universos conceptuales y proyección de los últimos años.
Las travesías del granjero loco maldito estuvieron acompañadas del existencialismo oscuro y sucio de The Levitants. Los vallisoletanos -guitarra, batería y teclado- erizaron pieles con un rock oscuro que a veces recordaba a los momentos más turbios de los ochenta y, por momentos, trasladaba a las vibraciones de The Doors o The Animals, pero con los toques contemporáneos de grupos como Muse o el garage joven cada vez más en alza. This world is not for me, entonaba la voz grave y honda del vocal, mientras las groupies de mediana edad enloquecían y gritaban “¡Qué bonitos sois! ¡Vosotros sí que sois bonitos!”.
Fuera del escenario, Juan, el teclista, hablaba de los tres años que llevan constituidos, oficialmente, como grupo, después de haber formado parte de varios proyectos musicales por separado. Han sido años de promover la escena del rock alternativo en Valladolid, de codearse con grupos como Carolina Durante y de defender temas como From the other side, Suicide, Red Lines y Coimbra, reproducidos hasta la saciedad en Radio 3. No sin razón. Su interesante sonido entraba como agua y se adhería a las extremidades dándoles calambres, agitándolas en mitad de un ambiente evasivo, propio de garitos mugrientos de luces de neón e historias oscuras tras bastidores. Por el buen resultado de su arriesgada propuesta oscurantista, darán mucho que hablar. Por el momento, los Levitants han seducido de sobra con su oscuro desvarío retro a un público que, en principio, venía a ser hipnotizado por las travesías sucias de un granjero loco. Dos formas distintas pero efectivas de seducción.
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