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Tiembla Montemayor, los zombies ya van por Córdoba...

Marcha zombie en Córdoba | MADERO CUBERO

Manuel J. Albert

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Decenas de muertos vivientes deambulan por el centro de la capital como aperitivo del próximo apocalipsis del 26 de septiembre

De entrada, esta noche, en el casco histórico de Córdoba, uno podía encontrarse con un simpático muchacho de cráneo despejado. Y cuando digo despejado, no me refiero a una alopecia temprana y severa, sino a que se le veía el hueso. Todo el hueso de la cabeza. Despejadito hasta la mismita sutura sagital serpenteándole por el cogote. Y es que el muchacho en cuestión no era un muchacho cualquiera, sino todo un muerto viviente. Un señor zombie. Un walking dead. Un no muerto. Un no vivo. Una aberración y una diversión de tomo y lomo. Y no estaba solo. Decenas, más o menos de su misma guisa, iban de aquí para allá. Porque, señores, esta noche hemos tenido Marcha Zombie en la ciudad.

Todo el mundo con un mínimo de alfabetización friki sabe que existen dos clases de zombies. Por un lado, los de estilo oligofrénico que se mueven con dificultad tropezando con sus vísceras o los miembros que se le van cayendo; y, por otro lado, los zombies ciegos de anfetas que, con una mala baba de escándalo y los ojos muy rojos de dormir muy poco y metérselo todo, corren los 100 metros con tiempos olímpicos. Pues bien, en Córdoba parece que abundaban más los de primera clase: chavales que pasaron a mejor vida algo alelaos todavía y con ojeras propias de haber pillado una tuberculosis digna de la novela más triste del XIX. Muchos chavales, sí, pero también niños y puretillas no tan niños.

“Pues esto es solo un aperitivo”, cuenta Yolanda Jaramillo, muerta en vida a los 33 años y una de las organizadoras de esta cita con el inframundo. “En Montemayor, con la gran invasión del 26 de septiembre, seremos muchos, muchos más”, advierte. “Y ahí habrá de todo, zombies runners [los posesos pastilleros que pegan dentelladas a ritmo de bakalao] y los zombies lentos [los pobres atontados de toda la no-vida]”. Ese día, sin duda, será un gran día. Pero hasta entonces, los recién asomados de sus tumbas, los recién infectados por vaya usted a saber qué virus salido de los laboratorios del Estado, han pasado la noche recorriendo Córdoba desde la Puerta del Puente hasta la Plaza de Las Tendillas. Y, finalmente, han recalado en Distrito Bar. “Allí vamos a organizar un concurso para elegir al mejor zombie”, nos cuenta Jaramillo.

En los primeros momentos de la concentración, los vivos sin duda superaban a los muertos. Pero armada con un bote de polvos de talco y de muchas ceras de colores, Gina Tous –otra de las organizadoras, ella con una brecha abierta en la cabeza y una raja en el cuello mortal de necesidad– maquillaba a todo el que se le acercaba. “Para hacer mis heridas habré tardado unos 20 minutos, con un poco de látex y pintura. Pero ahora, como es rápido, con cinco minutos tenemos de sobra”, explica. ¿Y qué es lo que más piden los bisoños zombies que se estrenan? “Sangre, mucha, mucha, sangre”.

Porque eso es lo que beben los zombies. Sangre. Y, sobre todo, comen ceee-e-e- ree-e-e-e-e-ebroooo-o-o-o-o-o-os...

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