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Quince meses sin vis a vis íntimos en la prisión de Córdoba: “Psicológicamente están destruyendo relaciones”

Prisión de Córdoba

Juan Velasco

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Para llegar a la prisión de Córdoba si no se tiene coche, hay que coger un autobús. Es la línea E, que conecta la ciudad con Alcolea y la barriada de Los Ángeles. Desde la avenida de Libia, por ejemplo, se tardan unos 45 minutos en llegar al centro penitenciario, uno de los más poblados de España, con 1.300 reclusos. En el autobús, es muy común que coincidan familiares y parejas de presos, que hacen la misma ruta varias veces al mes.

La mayoría de las mujeres que coinciden en el transporte público tienen una cosa en común, más allá de que su pareja esté cumpliendo condena: llevan quince meses sin hacer ese trayecto para mantener un vis a vis íntimo. Las comunicaciones íntimas entre los presos y sus parejas llevan suspendidas desde septiembre de 2020 en la cárcel de Córdoba. En aquel entonces, fue la segunda ola lo que llevó a la dirección a aislar el centro del exterior, cortando cualquier visita presencial.

Con el paso de los días y las distintas olas, la cárcel de Córdoba ha ido abriéndose al exterior y permitiendo las visitas presenciales, los vis a vis, en varias ocasiones a lo largo del 2021. Se abrieron momentáneamente en marzo, en junio y en agosto. Sin embargo, la apertura no duró demasiado, pues siempre coincidió con un aumento en los contagios en la provincia y, al poco de autorizarse, se volvieron a suspender.

Esta misma semana ha vuelto a ocurrir. Desde finales de la semana pasada, se comunicó que a partir de este lunes 20 de diciembre volvían las comunicaciones familiares (sesiones de 90 minutos presenciales con una o dos personas) y los presos comenzaron a solicitar sus vis a vis. Sin embargo, el miércoles, apenas 48 horas después, se volvieron a suspender las visitas presenciales, de modo que sólo unos cuantos presos pudieron abrazar a sus familiares antes de Navidad.

De manera que en el autobús de la Línea E ya no huele tanto a perfume. Ni se ve ropa nueva, ni peinados recién salidos de la peluquería.

“Dentro hay una tensión constante. Y fuera también nos afecta a nosotros”

Lo que no se ha autorizado en ningún momento en los últimos quince meses han sido los vis a vis íntimos. Esos momentos a solas con la pareja son esenciales para los internos y para sus esposas, según detallan a este periódico varias esposas de los presos, que comienzan a acusar el cansancio y el hartazgo ante una situación que, no sólo no les resulta comprensible, sino que tampoco consideran que se les esté explicando de manera razonable.

Una de ellas, Carmen, lo resume de manera numérica: “En dos años he tocado a mi marido cuatro veces”. Alguna otra la considerará afortunada, pues habrá tenido menos suerte que ella. Pero Carmen hace memoria de cómo eran las cosas antes de la pandemia y le sale a deber. Antes de marzo de 2020, ella y su pareja (que lleva cinco años preso en Córdoba) disfrutaban de tres visitas presenciales al mes. Tenía 90 minutos de vis a vis íntimo, otros 90 minutos para ir con sus hijos y que vieran a su padre, y otros 90 minutos de convivencia. Además, también iba entre semana a hablar por locutorio, la comunicación con mampara, la única que se ha mantenido de manera más sostenida (aunque intermitente) en estos casi dos años de pandemia.

De aquella rutina al desconcierto actual. A no saber cuándo ni cómo podrá ir a ver a su marido. Y a usar, cuando ha podido, alguno de los vis a vis familiares para tener algo de intimidad. Es decir, ese día, uno de sus hijos no fue a abrazar a su padre, a cambio de que ella pudiera disponer de noventa minutos a solas con él. Esta situación, reconoce, está empezando a pasarle factura a la pareja.

“No entiendo el protocolo que llevan allí. Esto te afecta psicológicamente, mentalmente y a nivel de pareja te afecta un montón. Dentro hay una tensión constante. Y fuera también nos afecta a nosotros”, explica Carmen, que señala que, ya de por sí, “es muy difícil mantener una relación con una persona en prisión”. Por eso mismo, reclama a la dirección más humanidad. “Psicológica y moralmente están destruyendo relaciones. Están destrozando familias”, se lamenta.

“Se les ha ido de las manos y no saben cómo gestionarlo”

Ángela -nombre ficticio- ha tenido aún menos contacto que Carmen con su pareja. Ella es de otra provincia andaluza, mientras que su marido fue trasladado en 2020 a Córdoba desde una cárcel de la zona de Levante. Me pide que no de datos porque asegura que, en el interior, habría represalias si trascendiera cualquier queja sobre la situación por la que están pasando las parejas.

En los dos años que lleva su pareja en la prisión de Córdoba, ha tenido sólo cinco contactos con él. En ningún caso físicos. Entre otras cuestiones porque ha tenido problemas administrativos para figurar como pareja y tener acceso a las visitas. En Ángela, igualmente, el enfado gana terreno. Cuenta las dificultades para trasladarse de una provincia a otra para mantener un contacto a través de mampara o la desilusión de ver cómo le cancelan una cita de un día para otro.

Reconoce que su pareja llegó a Córdoba tras una mala experiencia en la anterior prisión y que, a pesar de ha mejorado y ha dejado atrás el primer grado, no ha tenido premio con visitas familiares o íntimas. Y Ángela rechaza que el Covid explique el cierre a cal y canto de la prisión, ya que ha habido momentos en los que en Córdoba las tasas de contagio eran “bajísimas” y aún así no se permitían las visitas.

Claro que, en el mejor momento que ha vivido Córdoba a nivel epidémico, entre septiembre y noviembre, la prisión de Córdoba ha vivido el brote de Covid más virulento de todas las cárceles españolas, con dos meses de aislamiento y unas 400 personas contagiadas, la inmensa mayoría presos. “A la directora se le ha ido esto de las manos y no sabe cómo gestionarlo. Y ya no es que castigue a los presos. Es que castiga a los familiares”, se lamenta Ángela, que cree que la última suspensión de las visitas familiares es “una muestra de que no saben gestionar bien”.

“Se quitó de ver a mi hijo, pero me dijo: por lo menos yo te disfruto”

Marta -nombre ficticio- expresa el mismo nivel de cabreo. Su marido había logrado un vis a vis familiar para el 5 de enero, antes de que se volvieran a suspender. Este año, sólo ha logrado abrazarlo en junio, así que tenía todas las esperanzas puestas en el próximo encuentro. Un vis a vis al que iba a acudir con el hijo que tienen en común, ya que en el último, sacrificó esta presencia para lograr algo de intimidad.

“En la última se quitó de ver a mi hijo, pero me dijo: por lo menos yo te disfruto”, recuerda Marta, que cuenta que este jueves, en el patio, los presos se han puesto a gritar a los funcionarios desde el patio, en protesta por el trato que están recibiendo por parte de la dirección y después de que hubiera “problemas con las videollamadas”.

Carmen contaba algo similar. “Me han dicho que tienen pensamiento de cortar los locutorios. Veremos a ver si este es la última vez que veo a mi marido este año”, señalaba, sin horizonte claro sobre cuándo volverá la normalidad precovid a la prisión de Córdoba.

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