La Pandemia según Alejandro: “Hay que hacer malabares con las citas”
Ya estábamos tardando. Decidimos ir a cortarnos el pelo, después de mucho tiempo sin hacerlo, al barbero del barrio, Alejandro Martín. A su AMC BARBER CLUB, que así se llama su coqueto y moderno gabinete de la calle Escultor Fernández Márquez, en la frontera entre Santa Rosa y la zona del “Camping”, para entendernos.
Alejandro Martín Carrión lleva tres años instalado en ese local de su propio barrio. Después de haber trabajado por cuenta ajena y haber ahorrado montó su propio negocio. Tiene unos insultantes 24 años y le va bien: es su jefe, mantiene clientes de antes, maneja las redes sociales para documentarse, tomar citas.
Además, ha captado a clientes de una zona con cierta población más envejecida que han sabido agradecer –y consumir- los servicios que presta Alejandro en su barbería con decoración elegantemente vintage, donde suena bajito un hilo musical algo chill out y donde no hay almanaques cutres, ni televisión, ni carteles de toros ni suena Cadena Dial.
“Soy barbero”, nos dice Alejandro. “Peluquero engloba atender a mujeres y hombres”, concreta. “Esto es una barbería, en la que le corto el pelo a los hombres”. Por cierto, Alejandro luce una barba castaña, poblada, impecable. No faltaba más.
Hacemos unos chascarrillos cliente-barbero: Ah, que también trabajas con los calvos… “Claro, por eso soy barbero”. Y si llega la mujer barbuda del circo… “También cuenta”, nos dice.
Vacilaciones
“En el confinamiento estuvimos dos meses cerrados; luego nos dijeron que éramos esenciales; luego, que no. Después, en la ola más reciente, que sí, que éramos esenciales y, al día siguiente, que debíamos cerrar a las seis de la tarde. O sea, que nos engañaron, o nos vacilaron, dos veces”, explica Alejandro. “Tuve que preguntarle a un amigo policía cuál era mi situación y éste, a su vez, tuvo que preguntar a sus mandos porque tampoco lo tenía claro” –Esto demuestra palpablemente que ni el BOJA ni el BOE son literatura bestseller-.
“El cierre a las seis fastidia mucho porque la mayoría de mis clientes también dejan de trabajar a esa hora y es cuando podrían venir; así que hay que hacer malabares con las citas”, deja meridianamente claro el barbero. “Pero debo decir que a mí, a pesar de todo, no me ha ido mal del todo, como autónomo tuve ayudas al principio, no tengo a nadie a mi cargo, trabajo solo, pero lo del cierre a las seis sí es un engorro: yo vengo aquí a las tres de las tardes, según citas”.
Higiene que viene de serie
Alejandro nos cuenta que él en su negocio no ha tenido que adoptar especiales medidas de higiene “porque desde que abrí he usado lo que debe hacerse: desinfección de máquinas, barbicidas para las herramientas, peines de un solo uso… sólo usé capas de plástico ante el desconocimiento –ya he vuelto a las normales- y usar guantes, que sólo los usaba en verano. Además, obviamente, de la mascarilla y las citas escalonadas”.
En su familia y su círculo más cercano no ha tenido afortunadamente problemas, “nos cuidamos, he visitado muy poco a mis padres y siempre con mascarilla, lavándonos continuamente las manos y con distancia”; sin embargo nos cuenta que un cliente hace poco había vuelto después de mucho tiempo “y que le hacía falta un buen corte, me explicó que no había venido antes porque había estado en cuarentena porque su padre se contagió. Al preguntarle un poco más me dijo que su padre no lo había superado”.
Alejandro reflexiona también sobre la posibilidad que deberían favorecer las instituciones para incentivar que jóvenes como él monten empresas: “poca gente de mi edad hace lo que he hecho yo: ahorrar, arriesgar, montar un negocio, eso habría que apoyarlo más. En mi familia, por ejemplo, no había tradición de esto, es que a mí me gustaba y lo hice. Las tradiciones, las cosas, cambian”.
Salimos de estar con Alejandro más guapos y perfumados que antes, si cabe. Volveremos.
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