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Cartas y dibujos para Serafín: los amigos de un menor se vuelcan con su compañero, ingresado por un tumor cerebral

Serafín junto a su madre, Lidia, en el hospital.

Alejandra Luque

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Serafín cumplió ocho años el pasado 18 de enero. Hasta 2022 era un menor como cualquier otro: disfrutaba de la vida junto a su familia, de lunes a viernes acudía a su colegio y por las tardes se dedicaba a lo que debe hacer un niño de su edad, jugar. Pero un tumor cerebral paró todo su día a día, aunque su vida siguió girando hasta hoy, cuando está a punto de finalizar su tratamiento. Entre bolos y bolos de quimio, Serafín desconocía que el verdadero chute de energía lo tendría al regresar a su habitación, donde pendían varias hileras de cartas y mensajes de ánimos escritos por quienes compartían con él tantas horas de clase en Lucena.

Llenas de colores y dibujos, estas misivas le han trasladado al pequeño toda la fuerza posible para lo que viene: tocar la Campana de los sueños, el símbolo de que ha acabado el tratamiento de quimioterapia. Tras esto se someterá a una resonancia y a revisiones durante años que servirán para conocer si el cáncer ha desaparecido del cuerpo de Serafín.

Su madre, Lidia, era monitora de ocio y tiempo libre. El cáncer de su hijo le cambió la vida. Ella y su pareja decidieron que sería él quien siguiera trabajando y ella se volcaría aún más con el pequeño. De ello se encargó sobremanera, aun cuando su cuerpo le pedía estar en cama. Cuando los médicos le confirmaron que el menor padecía un meduloblastoma en el cerebro, su castillo de naipes se derrumbó.

Serafín fue operado de urgencia el 26 de mayo de 2022 después de que los médicos le detectaran el tumor. Dos meses antes había estado con dolores de cabezas continuos, acompañados de punzadas que le impedían seguir con la actividad que estuviera realizando. Empezó a experimentar vómitos repentinos y a perder el equilibro, recuerda su madre. En el Hospital Infanta Margarita de Cabra solicitó que le realizaran un TAC, pero afirma que no se lo realizaron. “Recuerdo que pregunté a los médicos si podía ser un tumor y me dijeron que eso se podría ver en un TAC, pero no se lo hicieron”, lamenta.

A los días de acudir a este centro hospitalario, Lidia tuvo que recoger a su hijo del colegio por el estado en el que se encontraba y se fue directamente al Hospital Reina Sofía. Allí se confirmaron los malos presagios de esta madre: su hijo padecía un tumor cerebral denominado meduloblastoma. Serafín ingresó en la planta de Oncohematología Pediátrica. Su madre recuerda que solo el hecho de la hospitalización le impactó “muchísimo”. “Subimos a la planta y dije: ”Pero, ¿esto qué es? Todo me sorprendió“. Las pruebas determinaron que el menor tenía que ser operado de urgencia. Y así fue.

La intervención duró cerca de 14 horas y Serafín estuvo diez días ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos. Las posibles secuelas aún se desconocían ya que los profesionales sanitarios no podían asegurar que el pequeño no tuviera dificultades para caminar. “Hoy salta y corre gracias a todos los profesionales, en especial a su fisioterapeuta, César”. Tras la recuperación, los padres ya soñaban con el alta hasta que se produjeran las sesiones de quimio, pero una punción halló metástais en la médula. “Nos rompimos. Llegamos a casa, sí, pero fue una sensación agridulce”. El menor se enfrentó entonces a 31 sesiones de quimioterapia y radioterapia durante todo el verano de 2022.

Serafín vivió unos meses atípicos. Sus relaciones sociales se cortaron drásticamente y solo cuando las defensas se lo permitían y lo aconsejaban los oncólogos podía ver a sus amigos y familia. En septiembre dejó la radio a un lado y solo recibió sesiones de quimio. Ahora afronta su último ciclo “y entraría a tocar campana”, aunque reconoce su madre “que los miedos continúan porque una cosa es que se acabe el tratamiento y otra, los resultados que den la resonancia”.

La importancia de mantener el contacto con el exterior

Desde que le fue detectada la enfermedad, Lidia ha intentado que su hijo la viviera desde la inocencia de su niñez; que dejara de lado muy poquitas cosas. Han hecho actividades motivacionales de todo tipo y, junto al profesor del colegio y a la maestra que ha acudido a su casa, han podido normalizar todo el proceso también con sus compañeros de clase.

Para la psicóloga Laura Llamas, que atiende a pacientes oncológicos infantiles, actividades de este tipo son muy necesarias “porque los niños necesitan también el contacto con sus compañeros ya que favorece su autoestima y tienen esa sensación de continuidad aunque tengan que paralizar su vida por la enfermedad”.

Estas acciones suponen, además, una forma de normalizar la enfermedad también para sus compañeros, quienes quizás “nunca hayan pasado por el hospital o hayan tenido contacto con enfermedades graves”.

Llamas trabaja con las familias desde que un menor ingresa en esta planta, asesorándoles y acompañándoles en todo momento ya que “pasan por fases muy diversas, como la negación, la incredulidad, la tristeza e, incluso, la culpabilidad”. Su labor consiste en “ayudarles a construir su fortaleza y a que vean que todas las reacciones son normales”. Sobre su atención con los menores, asegura que “son los que ayudan a vivir el momento y manejan las situaciones mejor que los adultos”, insistiendo en la importancia de que “el niño debe saber qué está pasando, adaptado por supuesto a su lenguaje”.

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