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Carmen Reina

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Lola, Esperanza y Antonio son tres vecinos de Córdoba que, como muchos otros, han encadenado en su vida distintos contratos temporales con periodos en los que se han quedado en paro y han aprovechado ese momento para ampliar sus conocimientos y hacer cursos de formación para sumar puntos en sus curriculum a la hora de encontrar un trabajo. Su peculiaridad radica en que los tres son personas con algún tipo de discapacidad y, a sus 58, 28 y 57 años -respectivamente-, cuentan los avances pero también los obstáculos que han encontrado por ello en su inserción laboral. En el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, que se conmemora este 3 de diciembre, Cordópolis recoge sus testimonios, que muestran el valor de apostar por personas con todo tipo de capacidades para desempeñar un trabajo.

A los tres les une que han encontrado orientación laboral para acceder a un empleo y a cursos de formación en Inserta, entidad dependiente de la ONCE, especializada en la prestación de servicios de intermediación laboral, captación y desarrollo de talento con discapacidad y gestión del empleo, para lograr la inserción laboral de personas con discapacidad. Allí, un equipo de profesionales atiende de manera individualizada a cada persona que, como Lola, Esperanza y Antonio, demandan orientación y asesoramiento para hacer ver su valía y encontrar un puesto de trabajo.

Lola Jurado cuenta que tiene una discapacidad física congénita, “raquitismo en los huesos”, con la que ha vivido siempre pero no le ha impedido desarrollar distintos trabajos. A través de Inserta aumentó su formación en ámbitos como la informática y ha trabajado en puestos de atención al público, recepcionista y telefonista en lugares como, por ejemplo en el Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA) en Córdoba, donde estuvo dos años. También ha desarrollado su valía en el servicio de lavandería del Hospital Reina Sofía y ha aprobado -“aunque sin plaza”, dice- unas oposiciones en el Servicio Andaluz de Salud (SAS).

Con su marido jubilado por enfermedad, viven ambos de esa pensión y cuenta que, las épocas en las que ha trabajado, “es una alegría poder aportar dinero en casa”. Por eso, como sus compañeros, reivindica “estabilidad y continuidad” en el trabajo para personas con alguna discapacidad, con distintas capacidades, al fin y al cabo. Y apuesta por erradicar cualquier tipo de obstáculo a la hora de que personas como ella puedan acceder a un puesto de trabajo: “Una vez -recuerda-, al ver mi discapacidad, me dieron directamente el no” en una entrevista de trabajo. “Ni siquiera probaron mi capacidad para realizarlo” y eso, dice, a veces le hace pensar que “si me presento a algunos trabajos, me echen para atrás”. En el otro lado de la balanza, la mayoría de sus experiencias laborales han sido positivas, “con buenos compañeros” y un desarrollo normal de su labor, en algunos casos, adaptada a su capacidad. “Es lo único que se pide, que no haya rechazo”.

Esperanza Cano también echa de menos la estabilidad y continuidad en el empleo. A sus 28 años, ya acumula experiencia laboral en el envasado y etiquetado en una fábrica, aunque dice que lo que verdaderamente le apasiona es la informática. “Me encanta”. Con discapacidad intelectual, en su caso, esta joven ha cubierto puestos de recepcionista, telefonista y registro en el Instituto Municipal de Desarrollo Económico y Empleo de Córdoba (Imdeec) y ahora ha concluido un curso de capacitación como community manager y asistente virtual. “Lo importante es no estar parada”, dice y recuerda con orgullo que, en su trabajo atendiendo a otras personas en el organismo municipal, “he podido ayudar a mucha gente” que llegaban hasta el Imdeec.

Ese es el valor de su trabajo y el que espera que vean los demás a la hora de encontrar un puesto. Porque, recuerda, en sus experiencias anteriores, “los compañeros han estado muy contentos conmigo y los jefes, que eso sí que importa, también”. Este buen sabor de boca se superpone a sus recuerdos de la infancia donde, por sus distintas capacidades, fue objeto de “bulling en el colegio y el instituto. Pero después, ya hemos apartado eso de la vida”, dice. Ahora, lejos de querer esconderse, reclama junto a sus compañeros “ser más visibles” a los ojos de la sociedad y que, el acceso al trabajo sea constante.

“En la administración pública sí va habiendo más espacio para personas con discapacidad”, dice Lola. “Pero en la privada, siempre es a base de subvenciones por contratarnos y, cuando se acaba, se acaba también el trabajo”, lamentan mientras aseguran que, si no fuera por dichas subvenciones públicas, el acceso al mercado laboral sería más difícil para ellos.

“A veces, nos cogen de jarrillo mano”, sintetiza Antonio García, que ha encadenado multitud de trabajos temporales, de todo tipo. Este hombre de 57 años y dificultades en el habla con cierta tartamudez, ha trabajado en una empresa de limpieza en el centro comercial El Arcángel, ha sido barrendero, también controlador de acceso en obras, ha trabajado en el tanatorio de La Fuensanta o en la gasolinera de la Cuesta del Espino. Ahora, en paro desde hace unos días, confía en que la llamada que ha recibido para trabajar en la recogida de la naranja de estos árboles en la ciudad se haga realidad y tenga un nuevo contrato en este invierno.

Cuenta Antonio que, aunque en la vida personal sí ha notado cierto “rechazo”, en lo laboral “nunca he tenido ningún problema para trabajar” por su discapacidad, ningún obstáculo para afrontar todas las tareas que se le han encomendado en tan dispares ocupaciones, muestra de la valía de personas como él para desempeñar el trabajo que tengan por delante.

Una valía que estos tres cordobeses, como muchos otros con capacidades distintas, quieren demostrar y para lo que reivindican estabilidad y continuidad en el acceso a un puesto de trabajo.

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