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Bebés que se bañan con garrafas o cocinar con agua mineral: la vida de 80.000 personas en Córdoba

Ángela Vanessa se baña con agua que sus padres traen de un pueblo de Castilla La Mancha

Carmen Reina

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Ángela Vanessa es una bebé de poco más de cinco meses de El Viso (Córdoba). Desde que nació, sus padres y todos los vecinos de las comarcas de Los Pedroches y el Guadiato -en el norte de la provincia cordobesa-, no tienen agua potable en sus grifos. El pantano que les surte, Sierra Boyera, está completamente seco y llevan ya medio año recibiendo agua del embalse de La Colada, contaminado por aguas residuales y de la ganadería de la zona, que la hacen no apta para el consumo humano. Acciones diarias y esenciales como beber, asearse o cocinar se han convertido en una carrera de obstáculos para unos 80.000 vecinos.

Ese agua que sale por el grifo “tiene color amarillo y huele a cieno”. Solo la pueden usar para regar, fregar suelos y muchos ni siquiera se atreven a utilizarla para el aseo personal. A Ángela Vanessa la bañan cada día con agua de garrafas que acarrea su familia. Y lavan sus biberones con agua embotellada que compran. La bebé y su hermana mayor tuvieron erupciones en la piel cuando se bañaron con el agua del grifo, que llega del embalse de La Colada donde desde hace dos años está prohibido el baño por sustancias contaminantes.

“La niña tuvo conjuntivitis también con esa agua y granitos en la piel”, dice su madre, Noemí, mientras calienta agua embotellada para bañarla en casa de su abuela. La familia ‘cruza la frontera’ y llega hasta un municipio de Castilla La Mancha para llenar cada semana garrafas de fuentes de agua potable.

Agua contaminada

Porque al agua que llega a su casa, como a las de los 80.000 vecinos del norte de Córdoba, sus empresas y negocios, se le aplica un sistema de depuración, pero no llega a ser potable. Se bombea desde el embalse de La Colada, donde la imagen es desoladora: toneladas de peces ya han muerto y miles agonizan en un agua escasa, contaminada y llena de algas.

Por eso, cada día, los vecinos tienen que acarrear agua potable en garrafas que rellenan de los camiones cisternas que las reparten por los 28 municipios de las comarcas de Los Pedroches y del Guadiato.

Desde las 10:00 hacen cola, por ejemplo, en Pozoblanco, donde acuden desde personas mayores con un par de garrafas, a trabajadoras de una residencia de ancianos con decenas de ellas que cargan como pueden en una silla de ruedas para poder transportarlas. También espera su turno Teresa, responsable de un comedor social, donde necesitan unos 60 litros al día para beber y cocinar. O Inma, ya jubilada, a la que esta situación le recuerda a épocas ya pasadas y creían que superadas: “A mi niñez, cuando había que ir con el cántaro a la fuente a por agua todos los días”.

“Yo no me atrevo ni a fregar los platos y vasos con el agua de grifo. Siempre los enjuago con agua potable”, cuenta otra vecina, Ángeles, sobre el miedo a que el agua contaminada impregne la loza donde luego se ponen los alimentos. Y, como ese detalle, otros muchos componen la rutina que se ha establecido en estos pueblos con el agua: desde no poder lavarse los dientes con la que sale del grifo a ducharse “con los ojos cerrados, rápido y con mucho jabón”, o a preparar la comida cada día con agua embotellada.

“Pagar por un agua que no podemos beber”

“Además, estamos pagando por un agua que no nos podemos beber”, protesta su marido, Horacio, echando la vista a los recibos de los meses que ya llevan en esta situación y a los que vienen por delante, sin un horizonte claro para volver a tener agua potable en el grifo. “Esto va para largo, no se soluciona”. Porque la lluvia que llene el pantano seco no llega y haría falta mucha, y porque el proceso de depuración del agua contaminada del embalse del que les surten ahora, tampoco hace albergar esperanzas.

Ese temor lo tienen también en empresas y explotaciones ganaderas de las que viven estos pueblos. En la hostelería, por ejemplo, servir un simple café ya conlleva tener que acarrear y usar agua en garrafas. Y en la cocina, el grifo permanece cerrado, porque toda la preparación de alimentos debe hacerse con agua embotellada.

“Para todo el uso culinario y cocinar, tiene que ser con agua mineral. Nosotros preferimos comprar el agua mineral, que sabemos que viene en perfectas condiciones para el consumo”, explica Pepe Portal, responsable del hotel Los Usía, en Dos Torres, donde a media mañana los trabajadores se afanan en la cafetería y en la cocina preparando todo con agua de botella.

Mientras, en las explotaciones ganaderas, la sequía extrema que ha dejado sin una gota de agua al pantano de Sierra Boyera también se nota en los pozos y fuentes de los que se suelen surtir, y deben completar con más agua la que necesitan las vacas de la zona.

Comprar agua para que puedan beber las vacas

Así que, ganaderos como Ismael Herruzo, compran “cinco camiones cisternas cada semana, lo que supone unos 5.000 euros de gasto extra al mes”. Él cuenta con 150 vacas lecheras y cada uno de estos animales necesita beber unos 200 litros de agua al día. “Haz la cuenta”, dice gráficamente.

La situación de la zona norte de Córdoba se hace insostenible con una sequía pertinaz. Y muchos vecinos no quieren resignarse a tener sus grifos clausurados y depender de agua que deben recoger de camiones cisternas cada día. Por eso, han sumado fuerzas en la Plataforma Unidos por el Agua, que ha organizado ya varias movilizaciones de protesta y, sobre todo, ha realizado unas propuestas para solucionar a medio y largo plazo la situación de falta de agua de la zona.

Con un embalse seco, otro contaminado y un tercero con agua pero con el que no tienen conexión (Puente Nuevo), quieren que las administraciones -Diputación Provincial, Junta de Andalucía y Gobierno- les escuchen y den, por fin, una solución a estos 80.000 vecinos que se consideran “olvidados” por las instituciones.

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