Erika Groth-Schmachtenberger pisó por primera vez suelo español en 1941, cuando toda Europa estaba en guerra y España se recuperaba de su propio conflicto fraticida. Acudió a Andalucía. Buscaba inmortalizar la romería de Santa María de Valme. Sin embargo, por el camino, acabó captando la devastación y la miseria de la posguerra, así como la belleza arquitectónica de ciudades como Córdoba, donde algunas de sus fotos se han popularizado en redes sociales en los últimos días.
La historia de Groth-Schmachtenberger, nacida en Freising en 1906 y fallecida en Würzburg en 1992, es la de una pionera fotoperiodista que se enamoró de España en aquel primer viaje. Tanto como volver una década después y continuar lo que empezó a principios de los años 40 del pasado siglo, completando así una mirada profunda a un país que vivía bajo el yugo de la dictadura franquista.
De todas sus fotos en aquel país, hay una en concreto que la dejó marcada. Una imagen que captó en una estación de tren entre Sevilla y Madrid. Lo cuenta el doctor Achim Johann Weber en su trabajo Momentos en blanco y negro. Intento de retrato de una gran fotógrafa bávara con motivo de su centenario. En este documento, uno de los más completos sobre la autora, Weber destaca que fue en aquella estación de tren donde Groth (que entonces usaba el apellido de soltera Schmachtenberger) logró captar “el que probablemente sea su retrato más emotivo y significativo”.
Es la imagen de un niño, un pequeño mendigo “en ropa harapienta y mugrienta con una lata bajo el brazo” que “le tiende la mano con la mirada vuelta hacia un lado”. Aquella imagen, que se convirtió en la portada de un cartel de Cáritas, la persiguió durante años, hasta el punto de que habló de ella en sus memorias, Meine Liebsten fotos (1984).
“En una pequeña estación, a lo lejos, un pequeño niño estaba sentado junto a la pared de una pobre casa, el pequeño se acercó con una lata vacía debajo del brazo. El jugo del melón que acababa de comer todavía le corría por la barriga. Fue pidiendo y tendiendo la mano vacía a los ocupantes del tren, incluyéndome a mí. Entonces hice clic, pero de alguna manera no me sentía cómoda con eso. Esta foto fue tomada sin permiso; sé que luego se usó para un cartel de Caridad. Quizás esto permitió a muchos otros imaginarse mejor la miseria en el mundo. Incluso hoy, a veces me pregunto si todavía tuve tiempo suficiente para dejar la cámara y poner unas pesetas en la mano sucia del chico. Ojalá lo hubiera hecho, no lo recuerdo. Como fotógrafo, a menudo estás tan obsesionado en tales situaciones que pasas por alto muchas otras cosas apresuradamente ¿Qué habrá sido del chico? Hoy tendría unos 45 años. ¿Habrá visto días mejores?”, se preguntaba.
Para Weber, “todo el sufrimiento y la pobreza que provoca una guerra civil parecen ser parecen converger en este chico como en un vaso ardiente”. Es “un reflejo del hombre, de la crueldad del hombre hacia sí mismo”. En ningún sitio está especificado dónde se tomó aquella foto. En aquellos años, viajar de Sevilla a Madrid llevaba unas doce horas y había varias paradas. Pudo ser en Córdoba o en cualquier otra provincia de camino.
En cualquier caso, no fue la única imagen que Groth tomó de los niños de la posguerra. Porque, a su paso por la Córdoba de 1941, la fotógrafa se centró en buena medida en la belleza de aquella ciudad histórica que había sucumbido ante el ejército fascista y en la que la represión seguía vigente. Así, del más de medio centenar de imágenes de Córdoba captadas por Groth y que están depositadas en los archivos de la Universidad de Ausburgo, hay una que estremece igual que la imagen del niño de la estación.
Se titula Dos pesetas, y muestra a un niño harapiento que vende cigarrillos, con la particularidad de que los enrolla reusando las colillas del suelo y trozos de papel. Es otro niño de la miseria, como tiene catalogada esta imagen la Universidad. Aunque no todo es miseria infantil a su paso por Córdoba. También hay espacio para la alegría, como en aquella otra imagen que muestra a un grupo de niños jugando cerca del Puente Romano y el río Guadalquivir.
De hecho, el paso de Groth por Córdoba dejó algunas imágenes casi turísticas, recuerdos de una ciudad por la que circulaban muchos más animales que coches y que presentaba (quizá precisamente por la ausencia de contaminación) un sorprendente buen estado de conservación. Aquella Córdoba del estraperlo fue perfectamente captada por la fotoperiodista alemana, que fijó en su objetivo la Mezquita de Córdoba, el Alcázar de los Reyes Cristianos, la Torre de la Calahorra, la puerta de Almodovar o la plaza del Potro, además de algún que otro balcón, plaza y hasta los buzones de latón.
Para cuando llegó a Córdoba, Groth ya se había hecho un nombre como fotógrafa especializada en el mundo rural. Además, profesionalmente había realizado algunos trabajos para el Ejército Nazi, cuyos combatientes de montaña había captado para varias campañas de propaganda entre los años 1940 y 1941. Las buenas relaciones entre el régimen Nazi y la dictadura franquista, con toda probabilidad, facilitó el viaje de aquella mujer a la Península Ibérica en los años inmediatamente posteriores a la devastación de la guerra.
Según el trabajo de Weber, los terribles acontecimientos ocurridos en España habían despertado el interés etnológico de Erika, que se había propuesto captar, en primera instancia, “la cultura de España, la alegría de vivir del sur y los bailes flamencos” de las andaluzas. Y una buena parte de aquel primer viaje trató todos estos temas, aunque no dejó de mirar con su cámara lo que se escondía detrás del folclore. Por qué recaló en Córdoba no es algo de lo que la autora haya dejado mucha bibliografía. Weber no lo menciona, si bien sí que aclara que su amor por España “nunca más se perdió” tras aquel viaje de 1941.
No obstante, aquel mismo año vuelve a Alemania con nuevas perspectivas profesionales. Deja su trabajo como freelance y acepta un puesto como fotógrafa de prensa y en la empresa cinematográfica Tobis de Berlín, la mayor de Alemania, y donde colabora con la cineasta Leni Riefenstalh.
El capítulo más oscuro de la vida de Erika Groth también se sitúa en este periodo, ya que entre 1940 y 1942, la célebre cineasta rueda el melodrama amoroso Tiefland, cuyo argumento -un infeliz noviazgo entre una pareja de distinta clase social- está en realidad ambientado en los Pirineos españoles, y en cuyo rodaje participan como extras varios gitanos traídos desde un campo de concentración al que después son deportados de nuevo, sin ningún tipo de miramiento.
Es en otoño de 1941, cuando la fotógrafa alemana participa en el rodaje y toma 50 fotografías fijas de la película, en las que también se puede ver a los extras. ¿Qué ocurre? Pues que los supervivientes del Holocausto han reconocido desde entonces a miembros de sus familias asesinadas en estas fotos. Quedan esas fotos, por tanto, como testimonio “de la época más oscura de la historia del cine alemán”, infiere Weber en su trabajo, en el que evita juzgar a una autora que no pudo evitar ser señalada de colaboracionismo con el régimen.
Al término de la II Guerra Mundial, la fotógrafa se afanará en captar la destrucción y reconstrucción de muchas ciudades alemanas en una serie de instantáneas que también son historia del país teutón. En 1947 Erika Schmachtenberger se traslada a Múnich, donde conoce a su marido, Hans Groth, y con el que, tras casarse, se van de luna de miel de nuevo a España. En aquel viaje, la pareja recorre la península por la zona norte y dejando nuevas instantáneas de gran valor antropológico y social.
La fotógrafa siguió trabajando hasta 1982. En 1987 recibió el Premio de la Orden del Mérito de Primera Clase del gobierno federal alemán por su impresionante trayectoria. Tras el fallecimiento de su marido en 1989, regresa a Wuzburgo, ciudad en la que fallece el 13 de marzo de 1992.
Su impresionante legado fotográfico de unos 300.000 negativos está hoy repartido en distintos archivos como, la Casa de la Historia de Baviera, el Museo Nacional de Baviera, el Instituto de Etnología Comparada, la Universidad de Múnich, el Bildarchiv Foto Marburg o el archivo de imágenes del Patrimonio Cultural Prusiano.
Las imágenes de sus viajes a España, sin embargo, están a buen recaudo en la Biblioteca de la Universidad de Augsburgo, que los tiene abiertos al público con fines divulgativos y con la intención de reivindicar la obra de una de las pioneras de la fotografía de viajes del siglo XX.
Algunas de las fotos de su paso por Córdoba en 1941 están en la fotogalería pulsando AQUÍ.
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