Dos semanas de confinamiento en solitario: “Estás solo, pero sabes que todos están ahí”
Amalia Pedraza es una salmantina criada en Burdeos que se mudó a Sevilla a estudiar Trabajo Social y, después de eso y desde entonces, vive en Córdoba, donde lleva casi seis años jubilada y ahora es miembro del colectivo de los Yayoflautas. Aunque su hermano también vive en la provincia, Amalia ha decidido quedarse en su piso y pasar el confinamiento en solitario. Y no lo está pasando nada mal.
“Yo tampoco soy demasiado representativa en el sentido de que no soy de la gente que se agobia demasiado”, cuenta Amalia al otro lado del teléfono. En parte, porque estas semanas ha mantenido su rutina habitual, levantándose a la misma hora y haciendo las mismas actividades en su casa, pero también porque ahora tiene más tiempo para dedicarlo a actividades que disfruta, como leer. Así, todos los días lee, no solo libros, sino también todos los enlaces que le manda Pepe Villamor, un compañero de Yayoflautas que se ha convertido en el “reportero particular” del grupo de jubilados.
De hecho, hace unos días tuvo que valerse de una linterna para seguir con su lectura, ya que se produjo un corte de luz en El Naranjo, el barrio donde vive. “Cuando me cansé, me fui a dormir y punto”, cuenta Amalia, que no se vio en absoluto afectada por el apagón de casi tres horas. Apagón que, además, hizo que la nueva tradición de aplaudir desde los balcones transcurriera en la oscuridad, sumando la ausencia de luz al vacío de las calles y el sonido de los aplausos.
Por otro lado, Amalia ha decidido pasar menos tiempo viendo la televisión. “Nos están bombardeando por todos lados”, nos cuenta. Sin embargo, sí dedica más tiempo a las videollamadas y a las redes sociales. A las videollamadas, porque su hermano vive en Pozoblanco y su sobrino en Estocolmo; y a las redes sociales, porque Yayoflautas ha seguido su actividad a través de las redes.
Yayoflautas
Como las protestas y las reivindicaciones también tienen que quedarse en casa durante estas semanas, los Yayoflautas se han organizado para que así sea. Así, durante esta segunda semana de confinamiento, todos los miembros hicieron un cartel sobre el paro y la precariedad para colgarlo en su ventana. Además, se hicieron una foto con sus característicos chalecos reflectantes para subirlas a su página de Facebook.
Aunque están en sus casas, no han dejado de utilizar todos sus medios para ayudar. “Estamos muy agobiados con el tema de los asentamientos de rumanos”, ha explicado Amalia, ya que no pueden contar con su fuente de ingresos habitual, la chatarra. Por ello, los Yayoflautas, junto con la parroquia San Acisclo, en Valdeolleros, han organizado una campaña de recogida de dinero que ha sumado más de 3.000 euros para las familias rumanas en Córdoba.
La yayoflauta, que también ha sido voluntaria durante años en Cruz Roja, está segura de que su estilo de vida y lo activa que ha sido siempre en plataformas como estas hace que viva el confinamiento en solitario con más positividad que otros jubilados, ya que sigue preocupándose por los demás y ayudando en la medida de los posible. Además, aunque sea “adoptada” en Andalucía, está cumpliendo el encierro “orgullosa” de ver que la propagación del Covid-19 en la comunidad está siendo menor que en el resto de España.
Por ahora, Amalia considera que hay que “ser respetuosos y dejar de ser egoístas”, así como cumplir las medidas y evitar ser vehículos de transmisión, pero evitando agobios y siendo pacientes. “Ya nos desquitaremos después”, ha concluido Amalia, optimista con la situación actual y con el futuro.
El confinamiento de Irene, otra cordobesa pasando el encierro en solitario
Irene Contreras es periodista y, junto con Amalia, es otra de las cordobesas que está viviendo sola durante el confinamiento. En su caso, también ha superado las primeras semanas “con éxito”, ya que ha seguido todos los consejos recomendados y, “consciente de las limitaciones”, ha intentado mantener las rutinas que ya tenía antes, como organizar las comidas, separar el ocio del trabajo o hacer deporte. Todo ello, cuenta Irene, con el “mantra” que hay que repetir continuamente: “Es temporal, esto va a pasar”.
Aunque podría haberse mudado con sus padres para no pasar el confinamiento en solitario, decidió quedarse en su piso y “no ponerlos en riesgo”, pues al principio no teletrabajaba, sino que estaba “entrando y saliendo” de casa. Sin embargo, aunque no pueda estar con ellos, sabe que no está sola.
“Estás solo porque estás presencialmente solo, pero sabes que todos están ahí”, cuenta Irene, que todos los días habla por teléfono o por videollamada con sus padres y sus amigos. Así, como muchos, ha sustituido las salidas de los viernes por videollamadas “a ocho” para tomarse una cerveza virtual. Además, ve “bonito” que mucha gente esté retomando el contacto con antiguos compañeros o conocidos. En su caso, está volviendo a hablar con amigos de la universidad con los que llevaba tiempo sin tener más relación que la que se suele tener por redes sociales.
Sin embargo, aunque los whatsApps y las videollamadas nos acerquen a los seres queridos con los que no podemos quedar, Irene cree que “es importante limitarlas”, ya que “todo el mundo está hablando de lo mismo”. “Es mejor desconectar en la medida de lo posible”, cuenta, por lo que ha dejado de tener siempre encendida la radio y ahora solo la escucha durante el informativo local.
En ese sentido, aunque no tenga “con quien hacer el payaso”, se mantiene muy activa en casa. Está leyendo más que de normal, algo que le gustaba, pero que había dejado de hacer porque “llegaba cansada de trabajar y no tenía ganas”. Asimismo, como tantas personas, ha intentado trasladar el gimnasio a su casa y está haciendo incluso más deporte que antes. Todo ello siguiendo las recomendaciones de fijar horarios, organizar comidas, separar el ocio del trabajo y descansar.
“Buscar el equilibrio”
En su opinión, no hay que ser “excesivamente exigente” con uno mismo y seguir al pie de la letra todo lo que recomiendan para sobrellevar el confinamiento, sino buscar “un equilibrio” y “no dejar de hacer nada de lo que hacías antes”.
Por otro lado, a Irene, que vive en la Judería, le da “mucho bajón” ver el casco histórico completamente vacío. Como ha explicado, siempre se quejaba y seguirá quejándose del exceso de turistas. Sin embargo, el contraste con el vacío actual, justo cuando comienzan los días de primavera, es “tan fuerte” que está deseando escuchar cómo los turistas llegan al final de su callejón y se dan cuenta de que no hay salida.
A pesar de ese “bajón”, está orgullosa de que la gente esté comprometida con la situación y de que estén surgiendo iniciativas de ayuda entre personas, algo que le gustaría “que se quedara y no fuera solamente coyuntural”. De la misma forma, le gustaría que la gente conociera más a sus vecinos durante estos días, algo que se está favoreciendo con los aplausos diarios, en los que siempre participa. “Ahora te asomas a la ventana, te encuentras al vecino de enfrente y le sonríes de otra manera”.
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