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Reencuentros familiares en la tercera fase

Reencuentro familiar en la estación de Renfe después del confinamiento| MADERO CUBERO

Juan Velasco

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“Abuelito, tienes bigote”. Tres palabras que resumen tres meses largos de distanciamiento entre en Paco y Currito, abuelo y nieto. Son las 10:13 en la estación de tren y Currito se acaba de reencontrar con su abuelo. Y con sus brazos. Distancias las justas. Es posible que lo peor del confinamiento para los más pequeños haya sido estar privado de jugar con los abuelos.

Currito, de 4 años, y Aitana, de 13, nunca habían pasado tanto tiempo sin ver al abuelo Paco y a la abuela Rafi. Isabel, su madre, estuvo el sábado pegada a las noticias, esperando la luz verde para los viajes entre provincias. Y, cuando por fin lo supo, anunció la excursión a Córdoba. Así que este domingo por la noche, Currito y Aitana se acostaron temprano, nerviosos. Sabían que el lunes iba a ser un día especial.

Y largo. A las 6:00 de la mañana en planta. Porque el único tren que partía de Jerez a Córdoba salía a las 7:00. En el tren, un biberón y tres horas y cuarto de viaje con mamá, porque papá Curro ha empezado a trabajar justo este lunes y es el único que se pierde la excursión familiar.

Isabel nos atiende por teléfono desde el tren, mientras de fondo se escucha la cháchara incesante de Currito, excitado ante el reencuentro. “La última vez que vimos a los abuelos fue el 22 de febrero, que fue el cumpleaños de mi padre y lo celebramos en Jerez”, explica. Añade que jamás habían estado tanto tiempo sin ver a sus padres y a su hermana Azahara, a pesar de que Isa, Currito y Aitana se mudaron a Jerez con su padre en 2017.

Hasta entonces, habían vivido en Córdoba y los abuelos eran una presencia habitual en sus vidas. Tan habitual, que lo normal era que, aunque se habían mudado a Jerez, se vieran, como mínimo, una vez al mes. O allí o aquí.

Fotógrafos en la estación

A las 9:50, Paco y Rafi se empiezan a reír cuando ven a un fotógrafo en la estación y éste le pregunta si están esperando a la familia. Más se ríe Paco cuando se acuerda de aquello que le decía a su hija cuando veía que tardaba tanto en arreglarse: “Niña, que no te están esperando los fotógrafos, no sé cómo tardas tanto”. La anécdota la cuenta Isa desde el tren. “Ahora verás mi padre, cuando vea que por fin han llegado los fotógrafos”.

La estación ha recuperado parte de su actividad, aunque poco antes de las 10:00 tampoco hay demasiada vida. Rafi y Paco están con su otra hija, Azahara, y con la pareja de ésta, Sebastián. Rafi remarca que el confinamiento lo han pasado hablando por videollamada, y que el pequeño Currito, como casi todos los niños, lo ha llevado bien, mejor que los mayores. “Él decía que el confinamiento era lo mejor porque estaba siempre con mamá y con papá”, explica Rafi.

Paco, que tiene una asesoría fiscal junto a su mujer y que está hasta arriba de trabajo en plena campaña de la renta, ha aparcado este lunes los formularios durante un rato. “Hoy me he levantado tempranísimo y ya he ido a dos sitios para poder venir aquí ahora. Solo espero que ver a mi Currito me de el subidón que me hace falta”, confiesa.

Azahara, por su parte, se muere de ganas de ver a Aitana, la mayor, que, según Rafi, dijo un día durante la cuarentena: “Ojalá esto nos hubiera pillado en Córdoba”. Son anécdotas de una familia cualquiera que no ha podido verse durante meses y que, como cualquier otra, reconoce la tentación de haberse saltarse las restricciones del confinamiento. “La tentación siempre ha estado ahí, pero hemos aguantado y ahora vamos a disfrutarlo. Nos quedamos hasta el viernes”, explica Isabel.

“Ay, por dios, que me van a hacer llorar a mí también”

El tren llega a las 10:13. Antes de llegar a las escaleras mecánicas, una palabra rompe el bullicio de los pasajeros: “¡Abuelito!”. Currito está saludando a su familia desde que tiene el primer pie puesto en Córdoba. Los dos minutos que tardan en subir las escaleras mecánicas cargan la escena de emoción. Los abrazos, inevitables, se dan entre ellos pero dan calorcito al resto de pasajeros.

Como la mujer que pasa junto a ellos y dice: “Ay, por dios, que me van a hacer llorar a mí también”. En ese momento, la más emocionada es Aitana, a la que casi no le salen las palabras. Currito por su parte, es un torbellino y va de los brazos de su tío Sebastián a los brazos de su abuela Rafi.

Aunque la primera sorpresa del viaje, se la da su abuelo cuando se baja la mascarilla. “Abuelito, tienes bigote”, dice con una sonrisa pícara el enano, mientras su abuelo lo zarandea con cariño.

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