Periodismo de conflictos: el oficio de evitar la impunidad
Los periodistas Ricardo García Vilanova y Ana Alonso recalcan la importancia de informar en las guerras dentro del Seminario Permanente Julio Anguita Parrado
En esencia, el trabajo de un periodista no es demasiado complejo. Uno está en un sitio, pregunta a la gente, le cuentan y ve cosas cosas; y luego las plasma de manera ordenada y con un sentido en un texto, en una fotografía o en un vídeo. Esto se repite millones de veces, las 24 horas del día, en todo el mundo. Pero hay rincones en los que ejercer el periodismo puede costar la censura o la cárcel. Y hay otro lugares en los que, a esa presión constante, se une el hecho de que también existe una guerra. Son en esos dos sitios donde todo se le complica -y mucho- al reportero.
Los periodistas Ricardo García Vilanova y Ana Alonso lo explicaron esta mañana a los alumnos matriculados en el Seminario Permanente Julio Anguita Parrado, creado en el marco de la Cátedra Unesco de Resolución de Conflictos de la Universidad de Córdoba. García Vilanova es un experimentado reportero freelance de fotografía y vídeo que ha cubierto, entre otros, los conflictos de Haití, Afganistán, Libia y Siria. En este país estuvo secuestrado varios meses por las fuerzas del ISIS junto al periodista de El Mundo Javier Espinosa. Ana Alonso, es por su parte, la jefa de la sección de Internacional en este periódico y conoció personalmente a Julio Anguita Parrado, reportero cordobés de El Mundo que murió durante la invasión de Irak hace 12 años.
¿Por qué ir a las guerras? ¿Por qué contar lo que pasa? Ana Alonso se hace esta pregunta todavía, a pesar de llevar media vida informando de asuntos de carácter internacional. “Y todavía me cuesta aceptar el hecho de que en ocasiones hay que mandar a dos compañeros a una guerra, a un sitio donde nadie quiere ir”, recuerda. “Una clave me la dio Miguel Ángel Sacaluga, periodista de Televisión Española que cubrió las guerras de los Balcanes. A pesar de que puede parecer que no mejoramos en nada la vida de las personas de las que hablamos en las crónicas, hay que contarlas. Y el hecho de que, por ejemplo, el Tribunal Penal Internacional terminase juzgando a los responsables de la guerra de Bosnia, Radovan Karadzic y
Slobodan Milosevic, nos demuestra que para algo, aunque sea un poco, sí que sirven las informaciones“, señaló. ”Si no contamos las cosas vence la impunidad y la sinrazón“.
Tanto Alonso como García Vilanova
dibujaron el paisaje cambiante y desesperanzado que vive hoy en día la información internacional en general y de los conflictos y guerras en particular. Por un lado, en las redacciones centrales se sufre un proceso de transición muy largo hacia un nuevo modelo de negocio que haga rentable el negocio de contar cosas. Por otro lado, en los medios se vive en primera persona la creciente dictadura de los clicks de las redes sociales: los famosos me gusta. “Los directivos viven muchas veces determinados por esa respuesta de los consumidores. Y lo más visto no suele ser lo más interesante”, confiesa la periodista.
Este desfase entre lo que realmente ocurre y lo que los consumidores demandan se ha podido comprobar de nuevo con la tragedia aérea de los Alpes. “A una compañera del periódico que ha cubierto guerras durante años y que ha vivido en Afganistán largos periodos le tocó desplazarse hasta la zona del accidente. En realidad aquello se convirtió en un gran plató de televisión donde se contaba la nada porque toda la información salía de otros sitios, de las fuentes de la investigación. Y esta compañera estaba asombrada de cómo se habían desplazado cientos de medios hasta allí para no poder contar nada cuando en países como Afganistán, en los que hay miles de historias esperando ser contadas apenas si hay periodistas para hacerlo”, continuó Alonso.
Esa manera de acercarse a la realidad también está cambiando en las zonas de guerra. La crisis económica y el miedo han hecho que los principales medios opten por no enviar periodistas. Villanova destaca varios puntos de inflexión en los últimos años. El primero fue en septiembre de 2011 cuando dos reputados fotógrafos estadounidenses, Tim Hetherington y Chris Hondros, murieron en la guerra de Libia. “Hasta ese
momento, la vinculación contractual que teníamos los freelances con las agencias nos permitían básicamente centrarnos en nuestro trabajo sin tener que preocuparnos de la logística general. Pero la muerte de estos dos compañeros lo cambió todo y dejaron de cubrirnos de la misma manera“.
El segundo punto de cambio fue la guerra de Siria. A partir de 2013 las agencias dejan de colaborar con los freelances occidentales . “Pero no con los locales”, destaca Villanova. “Eso se debe a dos razones básicamente, por un lado los salarios de los reporteros del lugar son mucho más baratos que los de los occidentales. En segundo lugar, en caso de muerte o heridas es mucho más difícil para un periodista de allí o su familia demandar cualquier tipo de compensación”, lamenta.
Por último, el paisaje de las zonas de conflicto, vacío prácticamente de reporteros profesionales, se ha llenado de una suerte de periodistas ciudadanos que Villanova llama activistas y que informan desde el terreno “pero no siempre con las garantías que tiene un periodista profesional”. Como resultado, el futuro que vaticina Villanova para el oficio al que viene dedicándose es bastante negro. “En algunos medios se están prescindiendo de los fotógrafos y se están entregando iphones a los redactores para que lo hagan todo. Eso no puede ser”.
Sin reporteros sobre el terreno, que conozcan los límites del oficio -“estos son muy subjetivos, pero en mi caso las fronteras parten de la empatía con las víctimas”, señala Vianova- sin periodistas que cubran los conflictos, el grito de los civiles, el miedo de los niños o el dolor de los heridos, quedarían olvidados. Para siempre.
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