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Dos meses de estado de alarma y un mayo introspectivo

Carlos III peatonalizado | ALEX GALLEGOS

Juan Velasco

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Este jueves se cumplen dos meses desde que el Boletín Oficial del Estado publicó las bases del decreto de estado de alarma. Era sábado. Apenas unas horas antes, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lo había anunciado en una rueda de prensa, confirmando lo que era el paso más lógico para controlar la pandemia del coronavirus, que había atacado con fiereza la resistencia de nuestro sistema sanitario.

A los españoles solo se nos pedía quedarnos en casa. Dejar de llevar a nuestros niños al colegio, evitar ir a la oficina, a los bares y a ningún sitio salvo que fuera para cuestiones estrictamente necesarias. Y así se hizo. Los cordobeses han ido asumiendo, decreto a decreto, que aquel estado de alarma se iba a alargar e iba a robar su temporada alta, la primavera y el Mayo Festivo.

Los días más duros del estado de alarma tuvieron lugar durante el primer mes. Casi sin darnos cuenta, el Gobierno anunció a final de abril el primer paso del desconfinamiento con el permiso de salida con los niños a dar un paseo. Aquella jornada tuvo lugar el 26 de abril. Quedaban cinco días para mayo. Se había puesto un pie en la calle y la semana siguiente se puso el segundo.

Y de repente Córdoba se volvió peatonal

El 2 de mayo volvió el deporte a las calles: el chándal, las mallas y las zapatillas deportivas fueron los protagonistas de una jornada que dejó algunas imágenes que invitaban a la preocupación, pero que finalmente apenas ha tenido reflejo en los hospitales, para suerte de todos. Sin embargo, aquel levantamiento deportivo del 2 de mayo sí que tuvo un efecto directo sobre la propia ciudad un día después.

Porque Córdoba amaneció el primer domingo de mayo convertida en una ciudad peatonal. La Ribera y el Paseo de la Victoria, que un año antes habían estado atiborrados de coches, autobuses y de turistas, ahora estaban llenos de miles de cordobeses, que invadían la calzada y que habían encontrado la libertad en algo tan aparentemente inocuo como pasear por sus calles, aceras y carreteras.

La iniciativa gustó. El Ayuntamiento, que unos meses antes había negado cualquier intención de ceder terreno a los peatones, había cambiado de parecer y había ampliado el radio de acción más allá de las avenidas de los primeros días. De modo que, tan solo una semana después, esta nueva situación permitía imágenes tan curiosas como las de la avenida Carlos III convertida en una pista deportiva.

Cantar bajito y aplaudir fuerte

Aunque si algo ha marcado la recta final del segundo mes de estado de alarma eso ha sido la reapertura de los bares. Abrieron pocos: los que tenían terraza con veladores suficientes para aguantar el embate; los puestos de caracoles que habían perdido sus mejores meses de venta; y los restaurantes que habían ido reconectando con la clientela a través del pedido a domicilio o con recogida en el local. El primer día, como ocurrió con el primer paseo infantil y con el primer día de deporte, ha dejado imágenes que causan un cierto desasosiego, pero que, al igual que ocurrió entonces, raramente tendrán un efecto directo en los hospitales.

Queda todavía mucho camino por recorrer. El Gobierno ha anunciado su intención de solicitar un mes más de estado de alarma. Córdoba todavía tiene que aprender a convivir con elementos de repente tan importantes como las mascarillas y el distanciamiento social. Y, sobre todo, asumir que quizá sea pronto para acudir al bar buscando la antigua normalidad, porque el miedo, al igual que el virus, se alimenta de la inconsciencia de unos pocos.

Y porque el verdadero cambio que ha traído el estado de alarma a esta ciudad ha sido reemplazar las colas de turistas en los patios por las colas de gente que necesita ayuda urgente y que espera su turno pacientemente ante las puertas de los comedores sociales.

Y mientras exista esa realidad, quizá tengamos que asumir que el estado de alarma no solo nos ha robado el Mayo Festivo, sino que también nos ha condenado a un mayo introspectivo y preventivo. Quizá tenemos que asumir que es momento de cantar bajito y de que las únicas palmas que suenen fuerte sean las de las 20:00 en el balcón.

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