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Cuando la limpieza de sangre se compraba pagando monumentos

Enrique Soria.

Redacción Cordópolis

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Las guías turísticas y los estudios de profesionales de Historia del Arte están repletas de datos arquitectónicos sobre iglesias y conventos y sobre el refinado gusto con el que los constructores crearon tal capilla o retablo. Si tiene suerte, el curioso encontrará alguna que otra mención a los miembros de la nobleza o hidalgos que los financiaron, todos de intachable virtud según los estándares cristianos de la época. Pero esto está muy lejos de la realidad.

Lo cierto es que muchas de las joyas patrimoniales españolas no son fruto del interés altruista de algún noble o rico piadoso. Detrás de la construcción de numerosos conventos, capillas y mansiones está la voluntad de ocultar su pasado por parte de un grupo social concreto: la población judeoconversa, descendiente de judíos perseguidos y, en algunas ocasiones, asesinados por la Inquisición, que se convirtieron al cristianismo durante los siglos XIV y XV. El Convento de San Jerónimo de Granada, por ejemplo, alberga en su interior hermosas capillas encargadas en su día por hidalgos como Francisco de Bobadilla, Día Sánchez Dávila, Ponce de León y Diego de Rivera, todos ellos con ascendencia judía.

Esta es la línea de investigación que sigue el proyecto Nobles judeoconversos (II). La proyección patrimonial de las élites judeoconversas andaluzas enmarcado en el Laboratorio de Estudios Judeoconversos de la Universidad de Córdoba, liderado por el profesor Enrique Soria Mesa.

En un artículo publicado en la revista italiana Mediterránea, este investigador se muestra muy crítico con las metodologías seguidas hasta ahora por especialistas en Historia del Arte, los cuales se han centrado en el gusto estético y las referencias arquitectónicas y han terminado por abandonar el enfoque social en relación a la investigación sobre el patrimonio.

Según Soria, los estudios de los monumentos se hacen mayoritariamente de forma individual, sin tener apenas en cuenta el contexto social y su relación con otros bienes patrimoniales. Según el propio investigador, en estos estudios, el que se presenta simplemente como el noble fundador de un convento (del que se hace una extensa descripción artística y arquitectónica) puede ser en realidad el bisnieto de un judío condenado por la Inquisición motivado por ocultar su pasado sefardí y por promover su ascenso social. Aparte del valor patrimonial, ese convento tendría un valor histórico y social para la población judeoconversa que muchos estudios ignoran.

Enrique Soria les reprocha, además, su estrechez de miras a la hora de utilizar las fuentes en las que basan sus estudios. Utilizan, por ejemplo, relatos eclesiásticos en los que, evidentemente, se ha tratado de esconder cualquier origen judío de las personas que financiaron la construcción de sus iglesias y monasterios.

El investigador recomienda indagar más aún en el linaje y acudir a fuentes de archivo, como las inquisitoriales, los pleitos fiscales o los documentos sobre limpieza de sangre. Un trabajo más arduo pero que abre las puertas a analizar de una manera más fidedigna el contexto social en el que se crearon estos monumentos y a poner en valor el papel histórico que tuvieron las élites judeoconversas en la configuración del patrimonio nacional.

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