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Historia de un megabotellón en dos tiempos

Botellón del Miércoles de Feria | MADERO CUBERO

Manuel J. Albert

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Por muchas ganas de botellón que se tengan, si el calor dice no, es que no. Y cuando el sol deshace los hielos de tus combinados, lo mejor es dejar la fiesta para más tarde. Eso fue lo que -más o menos- pasó este Miércoles de Fiesta, el día señalado por todos como el de los estudiantes y que se caracteriza por una megaquedada en el balcón del Guadalquivir. A mediodía, la afluencia fue menor porque el Lorenzo no perdonaba. Y aquellos valientes que persistían, buscaban una exigua sombra bajo el puente de El Arenal.

Pero con la caída del sol, todo volvió a la normalidad y el botellón explotó en el segundo tiempo. Y es que ya es tradición que esta jornada víspera de festivo sea aprovechada, desde que se cortan las clases, para que -como si Trump fuese a bombardear con nucleares Corea del Norte mañana mismo- los universitarios -y no tan universitarios- salgan a las calles como lemmings enloquecidos cargados de alcohol.

Dispuestos a celebrar la vida castigándose el hígado con una sonrisa, los estudiantes han optado por repetir en 2017 una tendencia vista ya otros años: combinar las bolsas de plástico con las que acarrean las reservas etílicas y un uniforme determinado. Suele tratarse de simples camisetas de colores con lemas -referentes normalmente al curso y grado que estudian- que les sirven para distinguir en ese complejo ecosistema social a unas pandillas de otras.

De esta guisa, como si de una gran convención de despedidas de solteros y solteras se tratase, los jóvenes se van distribuyendo por toda la explanada con vistas privilegiadas al río y a la Mezquita, ya iluminada por el sol poniente. Pero nadie presta atención, como es natural. Uno busca dónde plantar a su hueste, dónde dejar la bolsa con hielos, dónde las botellas, los refrescos, las patatas y lo que sea que se lleve. Y hablar por los codos, y hacerse selfies en grupo, y gritar, y reírse y esperar un rato mirando el móvil para entrar en unos servicios portátiles que, a pesar de ser escasos, uno cree ya oler a 100 metros de distancia.

Todos esos ingredientes no tardarán en hacer tanta mella en el espíritu de los botelloneros como del paisaje que dejan. Será el tercer tiempo de esta historia. Y hasta bien entrada la noche y, sobre todo, hasta el jueves por la mañana, no será una realidad: una moqueta casi compacta de envases de dos litros, vasos, restos de bebida y de todo un poco. Porque al multicolor Miércoles de los Estudiantes siempre sigue el naranja Jueves de Sadeco.

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