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#HÉROES SIN CAPA | Auxiliar de Farmacia: “Estoy para mis mayores y les insisto en que no salgan a la calle”

Ángel Ramos, en primer plano | MADERO CUBERO

Alejandra Luque

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Ángel. Hace honor a su nombre. Para su barrio lo es. Toda una vida aconsejando a quienes se han acercado hasta la farmacia en la que ejerce desde hace 35 años en Valdeolleros. Ángel Ramos es uno de los miles de farmacéuticos que en toda España siguen al pie del cañón dispensando productos y medicamentos detrás del mostrador durante estos duros momentos.

“Todo el personal relacionado con la salud nos hemos convertido en héroes anónimos, pero siempre hemos estado al servicio de los pacientes y usuarios y, en estos tiempos, aún más”, cuenta este cordobés, haciendo alusión al título de esta nueva sección que hemos puesto en marcha en CORDÓPOLIS. Ojalá no hubiera sido así. Significaría que en España seguimos disfrutando de la gente, de la calle, de nuestra familia y de las visitas a nuestros abuelos. En esta amalgama de héroes están todos los facultativos “que sí tienen una licenciatura y los que no”, como el caso de Ángel, que afirma con orgullo que sus estudios superiores se los da “el día a  día”. “Eso nos hace sentirnos valiosos con nosotros mismos”.

A lo largo de sus tres décadas de profesión jamás pensó vivir una situación como la actual y reconoce estar “muy preocupado” por todos aquellos usuarios de la farmacia de edades muy avanzadas y con los que ha ido envejeciendo. Porque los años pasan para todos. “No quiero pensar de ninguna de manera que pudieran caer enfermos por el maldito coronavirus”, aunque también les riñe si los ve por la calle o acuden a requerir de sus conocimientos. “Les digo que me llamen, que saben que estoy para ellos, pero que no salgan”. Cuando no son ellos, son sus hijos los que vienen a por medicamentos. Al verlos cruzar la puerta, Ángel sabe al instante quiénes son. “Los he visto nacer y criarse en el barrio. Da muchísima alegría verlos por aquí. Hay quienes, incluso, vienen con sus niños”, cuenta este farmacéutico, emocionado.

La farmacia en la que trabaja también ha vivido la psicosis y la histeria que tuvieron lugar desde el decreto del estado de alarma, el pasado 14 de marzo. Las mascarillas y los guantes volaron. “En nuestro almacén teníamos estos productos pero en cantidades normales ya que empezaba ahora la temporada de alergias y los precios eran los de siempre. Sin embargo, en una mañana se acabaron todas las cajas de guantes y mascarillas”. Hacerse con gel hidroalcohólico ha sido también misión imposible. La compra compulsiva no se ha dado en los medicamentos, comenta, aunque algunos usuarios empezaron a comprar paracetamol y otras pastillas “ya que se pensaban que les iba a prevenir del coronavirus”.

La labor pedagógica de Ángel no sólo está sirviendo para disipar bulos entre sus usuarios sino para aliviar, en la medida de lo posible, el estrés que pueden estar sufriendo durante el confinamiento. “Hay gente que está tremendamente asustada e intento quitarle un poco el miedo porque así no consigue nada, tan sólo tener una angustia horrible. Les aconsejo que lean, que escuchen música y que llamen a sus familias para no estar tanto tiempo pensando”. Unos seguirán sus consejos. Otros, no.

Como muchos ciudadanos, él y sus compañeros salen a las 20:00 a la puerta para aplaudir a todo el personal sanitario, una rutina que nos ha reunido a todos, pero en la esquina de la calle Cobo de Guzmán es más particular aún. Un día, de manera improvisada, los cuatro trabajadores de la farmacia hicieron un baile improvisado bajo los sones de la música del “primo del boticario”. Lo que nació de manera espontánea ya se ha convertido en un ritual que circula por redes sociales. “Por un ratito parece que a los vecinos se les olvida lo que estamos pasando y les provoca gracia así que, nosotros, encantados”, afirma enorgullecido.

A pesar de vivir en La Magdalena, Valdeolleros se ha convertido en “su barrio”. Preguntado sobre si le hubiera gustado pasar la cuarentena en casa, niega en rotundo. “Todos tenemos una lucha común y cada uno debe batallar en su ámbito de trabajo”, contesta tajante. “Yo me siento muy querido en el barrio y doy gracias por el cariño que me demuestra día a día. Jamás me he pedido una baja en mis 35 años que llevo trabajando aquí. Tan sólo un día me tomé una tarde libre y al día siguiente todo el mundo me preguntaba que dónde me había metido. ¿Cómo me voy a ir a mi casa? ¿Y mis mayores? El tiempo pasa volando y aquí seguiré en la farmacia”, concluye este amante de su trabajo. Y de la gente.

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