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Diario del Confinamiento | Krikialov

Sergei Krikialov.

Juan José Fernández Palomo

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Miro al cielo por la noche –la luna llena de mayo está preciosa- y me acuerdo de Sergei Krikialov, el cosmonauta que permaneció 311 días, 20 horas y un minuto en la Estación Espacial Soviética Mir y, cuando aterrizó, la Unión Soviética era ya la CEI (Содружество Независимых Государств) y, además, su pareja se había enamorado de un burócrata.

Es una historia que a nadie se le había ocurrido diseñar antes con todo el detalle, aunque nos suene de algo, desde la Odisea a Robinson Crusoe o, incluso, Gulliver.

Para más inri, Putin definió el paso de la URSS a la CEI como un “divorcio amistoso”. Pobre Sergei, el último ciudadano soviético.

Naturalmente, si hicieran una peli sobre la peripecia de Krikialov, la protagonizaría Tom Hanks, que ya sabe lo que es volver de por ahí lejos y comprobar que su mujer se ha liado con el dentista de la familia.

Me pregunto a qué normalidad regresó el que llaman “último ciudadano soviético”. Nueva sí que debió de parecerle, no sé si extraña, porque el duro y exhaustivo adiestramiento de los cosmonautas ya debe plantear este tipo de variantes, por muy extravagantes que parezcan.

Sergei tardó en adaptarse a la nueva realidad (normal o no, pero realidad al fin) y, años más tarde, llegó a ser tripulante de los transbordadores Discovery y Endeavor. “Misiones conjuntas”, se llamaban; no es lo mismo ni de coña.

Sin embargo; me cuentan que, antes de eso, Krikialov, hombre educado aunque algo taciturno, pasó bastante tiempo llevando puesto su mono azul con las siglas CCCP cuando iba a por su cuarto de libra con queso y su McFlurry al McDonald´s recién abierto en la Plaza Roja.

Como adaptándose.

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