David Russell, la autenticidad como vocación
El reconocido guitarrista clásico escocés ofreció ayer en el Teatro Góngora un concierto de evocaciones gallegas con incursiones barrocas y aires populares. Completará su participación en el Festival de la guitarra de Córdoba impartiendo un curso
Una música que sea la voz del silencio: así comienza David Russell su concierto en el Teatro Góngora, con la Suite Compostelana de F. Mompou, dedicada a Andrés Segovia. Mompou encuentra en el verso de San Juan de la Cruz la expresión de su ideal estético, un caminar íntimo hacia la esencia, una miniatura sin huecos ni adornos. La evocación nostálgica compone este homenaje a Santiago de Compostela inspirado en su amistad con Segovia, y cuando empieza a sonar el Preludio sentimos la bruma de una ciudad que ya no existe.
Russell, que fue alumno de Mompou, nos cuenta cómo un compañero avezado preguntó una vez al maestro por la tamaña lentitud y solemnidad en su obra, a lo que él respondió: “No hace falta tocarlas todas”. La interpretación de Russell se nos presenta impregnada de esta misma vocación de veracidad y romanticismo. En un mundo de ruido y espectáculo la Suite Compostelana quiere llevarnos a una Galicia nubosa, pausada, contemplativa. Mompou propone una vuelta a lo esencial para encontrar algo puro, verdadero, algo que inspira a Russell a una búsqueda propia con la autenticidad como única ambición.
La primera parte del concierto finaliza con las Cantigas de Santiago reelaboradas por el compositor británico Stephen Gross y dedicadas al propio Russell, que interpreta lo medieval con la misma elegancia con que toca su repertorio más conocido. Y la segunda comienza con la humildad de Russell “Siempre tuve ganas de tocar a Bach. Me alegro de haber esperado”. Se atreve con la Partita I (BMW 825) transcrita por Gerhard Reichenbach, y demuestra una técnica excepcional -teniendo en cuenta además su dificultad puesto que Bach concibió la obra para teclado- sin necesidad de hacer alarde de ella. Pero la autenticidad musical va más allá de lo escrito o sonado, y su técnica es una herramienta al servicio de un propósito más profundo: la música no como plataforma para el éxito comercial, sino como vehículo que plasma la individualidad del músico y lo que la obra contiene de forma bella y veraz. Russell homenajea a Bach no desde la competitividad o el afán de destacar, sino desde la admiración y el respeto.
Para finalizar el concierto, su versión de La Gran Jota, de F. Tárrega, pretendiendo coherencia y haciendo alarde de honestidad al contar al público con una sonrisa las distintas autorías de la pieza: una introducción tomada de la obra “Recuerdos de Palma” de José Viñas; algunos fragmentos inspirados en la “Jota Aragonesa” de Julián Arcas; y las variaciones finales de Tárrega, que impregnan de su sensibilidad toda la pieza. “Entre todos consiguieron hacer una obra muy divertida” -comenta Russell- que logra imitar el sonido de un redoble de caja al tensar y superponer las cuerdas graves; o convertir su guitarra en una pequeña cajita de música mediante el uso de los armónicos.
La acogida del público es atronadora, y la generosidad del artista llana y sincera: regala, entre aplausos, tres piezas más al auditorio, dedicadas a las personas que trabajan -“y no solo figuran”- en este Festival de la Guitarra de Córdoba. Russell no solo nos ha dado una lección de destreza sino también de ética: fidelidad a uno mismo como muestra de respeto hacia la disciplina musical; perfección de la técnica como medio de expresión alejado de florituras y efectismos; y el amor por su labor que hace de su música un fin en sí mismo. No se jacta de agradar al público, pero se emociona al lograr transmitir y se enorgullece de una labor seria y fundamentada. Su ambición no es el éxito pero el éxito, a veces, encuentra a quien lo merece. Y este es un hecho casi tan insólito y emocionante como su música.
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