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'Cristo portando la cruz'. El Greco

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Juan José Fernández Palomo

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Cada uno lleva su cruz como puede y Jesucristo la transporta aquí sin apenas esfuerzo aparente. Yo creía que la cruz eran dos pesados troncos de madera rotunda pero aquí el galileo parece llevarla como un operario portaría una escalera plegable de aluminio ligero colgada del hombro. A stairway to heaven.

Domenico Theotocopuli, toledano de Grecia, el Greco, ha decidido pintar así a Jesús porque así se lo ha dicho su cielo, que es el que le encarga los trabajos. Parece extraño, pero yo me lo creo.

La corona de espinas apenas le hace sangrar, pero Jesús sufre de alguna manera serena, lágrimas aparecen sobre su rostro viril apoyado en un cuello masculino y firme que se yergue entre hombros robustos. Sin embargo, fíjense en sus manos: pálidas, suaves de finos dedos largos. Muy femeninas.

¿Qué le ha dictado el cielo a El Greco? ¿Que le pinte manos de mujer al rey de los judíos? ¿Por qué?

Tal vez porque son las manos de sanar a los tullidos, de acariciar a los niños que se dejan, de resucitar a los muertos o de tocar el piano que aún no se había inventado. Hasta le adhirió de nuevo la oreja a un soldado romano. Manos con misiones importantes, sin duda. Quizás si esas extremidades fuesen más grandes, gruesas y velludas estarían indicadas para empuñar el látigo (una vez tuvo que usarlo), pegar tortazos o estrangular pescuezos, pero El Greco no lo vio así.

Jesús hereda las manos de su padre, el casto José, y con ellas hereda el oficio de ebanista. Son las extremidades con las que se extrae el alma de un tronco de olivo para convertirla en aparato de tortura.

El dedo meñique de su mano izquierda incluso se dobla de manera gratuita para acrecentar la dulzura de su gracia en contraposición a lo robusto de su cuello y de su nuez viril. Dentro de un rato, esas manos delicadas que casi ni rozan la madera serán destrozadas sobre ella. Es duro imaginarlo, pero así será.

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