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Caparazón rockero, corazón jazzero

Concierto de Mike Stern con Bill Evans. | MADERO CUBERO

Juan Velasco

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Mike Stern despliega su perfecto caos controlado en un memorable concierto junto a Bill Evans en el Gran Teatro

Los dos colosos que ayer tocaron en el Gran Teatro de Córdoba no eran Mick Jagger y Keith Richards, aunque desde las últimas filas lo parecieran. El parecido físico de Mike Stern y Jagger es más que notorio, y ambos destilan pura esencia rockera. Y en el caso de Bill Evans -no confundir con el pianista- con respecto a Richards, digamos que es inexistente, aunque, al igual que el guitarrista de los Rolling Stones, Evans gusta de llevar un pañuelo en la cabeza.

Pasando por alto el anecdótico parecido estético, lo que ayer presenció el público cordobés fue una enorme Jam Session a cargo de cuatro músicos –a Evans y Stern se suman Tom Kennedy al bajo y Dennis Chambers a la batería- en perfecto estado de gracia.

Mi teoría con respecto a los conciertos de jazz es que deben parecer improvisados y, al mismo tiempo, estar milimétricamente ejecutados. Y mucho de eso es lo que se vio ayer en el Gran Teatro, marco en el que dos músicos criados bajo la sombra de Miles Davis se enzarzaron en una pelea para ver quién meaba más lejos.

Las caras de ambos cuando el otro tocaba eran sintomáticas de lo bien que se lo estaban pasando: Stern asistía extasiado a los soliloquios de Evans con el saxofón, mientras que éste último se apartaba del escenario cada vez que el guitarrista encañonaba su instrumento.

Musicalmente, el concierto fue un caos perfectamente controlado. Tanto fue así que apenas tocaron siete temas y un bis en una hora y media, que pasó volando, dejando una fuerte impronta entre los músicos y la platea, que incluso llegó a acompañar a las palmas un solo del bajista Tom Kennedy.

Stern hizo de todo. Invocó a su maestro, Pat Metheny, en los pasajes más jazzísticos, a sus ancestros bluseros, incluso a Roger Waters (Pink Floyd), sacando petróleo –y psicodelia- de su guitarra, con la cual también ejecutó su precioso Wishing Well, que acompañó con la voz, y en la que el diálogo con Evans se tornó en un perfecto ejercicio de armonía.

Stern también se adelantó a Joe Satriani con el que, hasta el desembarco del maestro neoyorquino, ha sido el mejor riff de guitarra del festival. Fue mientras tocaba Big Neighborhood.

Evans, por su parte, no desmereció el envite, y se mostró como el monstruo bicéfalo del saxofón que es: robusto y agresivo al saxo tenor, y delicado e intimista con el soprano.

Suyos fueron los 15 minutos de improvisación que se marcó la banda en mitad del concierto, y en la que arrancó desde la mesura para acabar en el éxtasis absoluto, tocando notas y sonidos tan extraños que, hasta el propio Stern dijo en voz alta: “Me gusta eso”.

También han estado técnicamente excelentes Kennedy, marcando el ritmo con su bajo martilleante y funk, y Chambers, un batería polirítmico, capaz de redobles imposibles, y que tiene bien asumida la improvisación, tras haber tocado con Santana, Steely Dan o Parliament.

El resultado ha sido un concierto de una calidad altísima, saludado con elogios por el público y sobretodo por la banda, que no ha parado de agradecer los guiños de la platea, porque, probablemente, se lo han pasado mejor que ellos. Puro Rock’n’Roll.

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