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Una cabina rosa para explicar la vida con una enfermedad mental

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Manuel J. Albert

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Una cabina de teléfonos rosa. Un timbre que suena. Un peatón curioso que mira a un lado y a otro. Coge el teléfono y escucha. Al otro lado de la cabina alguien le cuenta en minuto y medio algo que termina de convertir la escena en algo único: su propia experiencia con la enfermedad mental. Tras esos 90 segundos, el propio protagonista de la grabación se acerca a la cabina y saluda en persona.

Así son las escenas que se generan en Mis secretos son rosas, la experiencia organizada en plena calle Cruz Conde por Asaenec, la Asociación de Allegados y Personas con Enfermedad Mental de Córdoba para sensibilizar y evitar el estigma de las personas que padecen estas patologías.

Una de las voces que se escuchan al otro lado del teléfono -y que pueden oírse también en la web de Asaenec- es la de Pepe. “Trabajé durante 27 años, tuve dos empleos y pasados los cuarenta tuve un brote. Ahí fue donde la enfermedad vino a verme, donde la conocí”, recordaba este jueves junto a la cabina, en la presentación del proyecto. “Desde que eso ocurrió, afectó a mi familia y a mi entorno pero, desde entonces, también formé parte de Asaenec, donde recibí ayuda y donde nos ayudamos todos los unos a los otros”, prosigue.

Estos y otras cuatro confidencias contadas en Mis secretos son rosas -además de por Pepe, por Magda, David, Rosa y Gabriel- es una idea de la empresa A las 6 en la playa, cuyo equipo ha querido así poner rostro a una serie de patologías que muchas veces se hacen invisibles para el conjunto de la sociedad. En dos semanas, A las 6 en la playa presentará un vídeo con el que se cerrará la historia de la cabina rosa contando en imágenes su desarrollo y mostrando las reacciones en los encuentros de los vecinos con los protagonistas de las historias.

Uno de los presentes este jueves era también Gabriel, o Gaby, como le llaman sus amigos. Junto a su madre -“una santa”, confiesa su hijo-, el joven ha contado su experiencia con el trastorno bipolar y cómo desde hace unos tres años ha logrado aprovechar la ayuda de los terapeutas y de la Asaenec para salir adelante. “Porque tenemos que recordar que todos, más o menos, tenemos alguna cosa mental”, advierte con media sonrisa.

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