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Esto no va conmigo

Elena Medel

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Todo cuanto necesitamos para el desenvolvimiento propio en cada mañana, en cada tarde y en cada noche figura en las enciclopedias de muchos tomos, repujadas en cuero bien lujoso, y se impregna de la sabiduría con la que las abuelas culminan cada parlamento.

Por ejemplo: naces, creces, te reproduces, mueres. La vida consiste en ejecutar estos pasos de memoria y plantar un árbol y escribir un libro y tener un hijo. Así se confecciona, generación tras generación, nuestra lista de derechos y deberes.

Que cada suceso adjunta su enseñanza y su moraleja se interpreta como el prólogo de la aventura fascinante y trascendental solo para uno mismo que una persona humana, necesitada de comunicación propia y escucha ajena, compartirá para entretenerse en la cola de la pescadería; ese plan de esto que me pasó sé que te servirá.

Esta semana me ha fascinado la historia de los dos chicos del Sector Sur que, al cruzarse con la Policía Local, interpretaron que les perseguían a ellos y aceleraron hasta empotrarse contra un árbol. La policía contestaba una llamada que no guardaba relación alguna con ellos, pero el conductor accidentado no tenía carné de conducir aunque sí, por lo que intuyo, remordimientos o sensación de obrar de forma inadecuada.

Es decir: comprendió que iba con él algo que no iba con él.

Se equivocó porque se implicó.

Empatizó. Sin saber con quién, quizá con nadie, seguro que con nadie; por un momento, por un instante leve, fugaz, por arte bendito de una magia extraña, pensó igual que otro, sintió igual que otro.

Rizó el rizo de primero de coaching.

No conozco sus nombres, sus edades, sus circunstancias. Sé que detuvieron al conductor, pero ignoro si ya duerme en casa. Pienso en sus corazones: pienso en sus corazones acelerados con las luces de emergencia del coche de policía, pienso en la solidaridad de sus corazones latiendo tan fuerte en su error, pienso en ese automóvil sobre el tronco del árbol y pienso en la metáfora quebrada del árbol.

Pienso, sobre todo, en una frase que no pronunciaron los accidentados: esto no va conmigo.

Porque esa frase jamás se escucharía en el interior de aquel coche tuneado, color oro, apenas dañado en las fotografías.

Esto no va conmigo es la frase que se repite cuando se sale del trabajo, si se tiene, y se camina hasta la parada del autobús y se sortean los vasos vacíos, puede que alguna moneda en ellos, y los carteles rogando ayuda, y la mirada se centra en el árbol o en el semáforo pero lejos seguro que lejos nunca a ras de suelo. Es la frase que se repite cuando alguien te cuenta sus malas rachas y es la frase que te protege igual que un chubasquero. La que se repite cuando el cinismo impide entender una preocupación ajena; la que se repite cuando la pena de uno es la frialdad de otro.

La incapacidad de vestir otra piel, en resumen; lo de que esto no va contigo hasta que el destino te la juega, si me permiten la cursilería y el entrar y el salir de un lugar tan común, y entonces va contigo. Esto no va contigo hasta que pierdes el trabajo. Hasta que tienes hambre. Hasta que te mueres de hambre. Hasta que sufres una enfermedad o la sufre alguien cercano. Con la primera persona no sirven las vacunas ni los ojos tapados. La tercera, sin embargo, sí permite la distancia: mantener la velocidad, esperar a que el coche de policía tuerza a la izquierda y tú continúes avenida arriba.

Dirán que exagero: y sí.

Dirán que lo malinterpreto: y también.

Pero pienso en ese tronco del árbol fragmentado y en ese coche y en ese conductor y en ese copiloto. Pienso en esta alegoría cogida con pinzas, débil y tan sencilla de rebatir, frágil como para acercarse y derrumbarla con un soplo, zas. Mentar ese accidente para hablar sobre nuestra falta de solidaridad y nuestra incapacidad de identificarnos con los males del otro, aunque no le conozcamos, aunque no sepamos ni su nombre, ni su edad, ni sus circunstancias, es una excusa.

Como todo.

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