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Yo te invento, tú me inventas

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José Carlos León

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Corría la primavera de 1994 cuando Neneh Cherry y el senegalés Youssou N’Dour lanzaron una atípica y nada comercial canción que de repente se coló en los primeros puestos de las listas. Era 7 Seconds, un tema que según sus autores narraba “los primeros siete segundos positivos de la vida, cuando un niño nace sin saber sobre la violencia en el mundo”. A partir de ahí, y sobre todo si has nacido en el lugar equivocado, todo puede ir a peor.

Esos siete segundos también son el tiempo que según los expertos tardamos en hacernos una primera impresión de otra persona, de alguien a quien conocemos por primera vez. Hay incluso un estudio (a medio camino entre la leyenda urbana y el rigor científico) que dice que en ese corto espacio de tiempo en el que escaneamos a un desconocido nos hacemos una idea de hasta 11 aspectos de su personalidad, que van desde el nivel económico o de estudios a su orientación sexual, pasando por sus ideas políticas o religiosas. Es lo que se ha denominado regla 7/11, avalada supuestamente por sesudas instituciones norteamericanas y que algunas publicaciones despachan con ese recurrente y vano “según ciertos estudios”. Sea cierto o no ese estudio, siempre he pensado que en alguna universidad de Estados Unidos deben ser muy listos, pero lentos, porque en Andalucía en siete segundos no es que nos hagamos una primera impresión de una persona. Nos hacemos la primera, la segunda, somos capaces de escribir su biografía completa con un apéndice y hasta con el árbol genealógico del individuo, sobre todo si esa primera impresión no ha sido especialmente agradable. Lo tenemos hasta instalado en nuestro lenguaje, con expresiones del tipo “yo es que calo a la gente a la primera” o “yo pocas veces me equivoco”. Somos unos artistas.

Siete segundos. ¿Te parece poco tiempo? Prueba a pensar en cuántas veces te han presentado a alguien (o incluso te has cruzado con esa persona, en la calle o en las escaleras de un centro comercial) e inmediatamente te has hecho una idea detallada y certera de su personalidad o de su carácter. “Este tío es idiota” o “me ha parecido buena gente” son expresiones que se pueden escuchar tras un breve primer contacto con alguien, y el caso es que la ciencia ya ha determinado qué factores hacen que tengamos una buena o mala impresión de un desconocido. Su lenguaje corporal, su expresión facial, sus primeras palabras y sus primeros movimientos son suficientes para que generemos una impresión aproximada de la persona a la que acabamos de conocer.

Esto es vital en las relaciones humanas y capital para aspectos profesionales como una entrevista laboral o cualquier trabajo de cara al público que implique un trato directo con los clientes, como el comercial o la hostelería, porque la primera tarea es romper la barrera de desconfianza que alza alguien que no nos conoce. A partir de ahí, de una buena primera impresión, llegará el resto. Pero sin confianza no hay venta, no hay oferta laboral ni nada.

La socióloga estadounidense Amy Cuddy, que se convirtió en viral tras una famosa conferencia sobre el lenguaje corporal, defiende que esa primera impresión es en realidad doble. Cuando conocemos a alguien por primera vez tratamos de adivinar cuáles son las intenciones de esa persona hacia nosotros (¿Merece mi confianza? ¿Es cercana? ¿O por el contrario me supone una amenaza?) y, por otra parte, nos estamos preguntando cuáles serán las competencias personales o profesionales de ese individuo. Es decir, por una parte la estamos juzgando individualmente y por otro estamos midiendo cuáles serían sus intenciones hacia nosotros.

¿Acertamos con esa acelerada primera impresión? No tiene por qué, ni falta que nos hace. Cuando conocemos a alguien nos encontramos de repente ante lo desconocido, ante otro homo sapiens del que no sabemos nada y que puede esconder un peligro para nuestra integridad, ya sea como rival para nuestro puesto de trabajo, o para nuestro status social, o para nuestra posición en la manada o para nuestra capacidad de aparearnos con otros individuos de nuestro entorno. Ante esa incertidumbre que nos genera no saber nada de esa persona, tenemos la necesidad de generar certezas que nos aporten una visión lo más certera y detallada posible de ese desconocido… aunque no acertemos. Dicho de otra forma, preferimos la seguridad de una primera impresión (aunque sea falsa) a la duda de relacionarnos con alguien de quien no sabemos nada. Eso quiere decir que en muchas ocasiones nos inventamos literalmente al otro y construimos una primera impresión que en la mayoría de casos nos es suficiente para hacernos una idea de cómo tenemos que relacionarnos con ese individuo y desde qué posición tratarlo.

Tanto es así que ese impacto inicial condicionará el resto de mi vínculo con esa persona. Si la primera impresión ha sido negativa es muy probable que evite una segunda, a menos que me convenga mucho o pueda sacar algún rédito de esa relación. Y en todo caso, en ese hipotético segundo encuentro partiremos de una base que nos llevará a buscar referencias que confirmen lo acertado de aquella primera impresión. Es decir, si de primeras me pareciste estúpido trataré de encontrar argumentos que confirmen lo que ya había pensado inicialmente de ti, da igual que sea tu equipo de fútbol favorito, tu tendencia política, tu entorno social… Sí, cualquiera de esos 11 aspectos que mencioné antes que me sirvan para refutar mi primera impresión, aunque eso puede hacer que nos perdamos una enorme cantidad de relaciones interesantes. De ahí viene esa manida y cursi frase de “no hay segunda ocasión para generar una buena primera impresión”.

Hay otro aspecto que me parece clave, y es que si yo me invento permanentemente al otro… el otro está permanentemente inventándome, creando el personaje que les genero mediante la primera impresión que le he provocado. Así se explican gran parte de nuestras relaciones y de nuestros resultados, porque siempre estamos generando una imagen, aunque no sea la que nosotros creemos o deseamos. Si el otro piensa que soy imbécil es que algo estoy haciendo muy bien para que me cuelgue esa etiqueta. Que sea cierto o no es intrascendente, porque lo realmente importante es que seguramente los resultados que me genera esa impresión están siendo nefastos. Yo te invento y tú me inventas. Si tú te has equivocado respecto a lo que piensas de mí el problema no es tuyo, es mío y de todo lo que estoy haciendo para que no te lleves la imagen de mí que deseo. Así que ya sé lo que tengo que hacer.

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