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Agradece, que no es poco

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José Carlos León

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“¡Qué guapa estás! Te sienta muy bien esa camisa”, le dice una amiga a otra chica, que inmediatamente, casi ruborizada, responde diciendo algo así como “pues es del año pasado y sólo me costó 8 euros en las rebajas”. ¿A que es una conversación que no suena extraña? Porque, ¿alguna vez te han halagado y has sentido la necesidad casi inmediata de justificarte y evitar una situación algo violenta? ¿Te han felicitado por tu trabajo y te has esforzado por explicar que tampoco era para tanto? ¿Has triunfado en algún aspecto y le has quitado mérito? O peor, ¿te has quitado mérito? Tranquilo, no te preocupes, formas parte de ese amplísimo grupo de personas que tienen un conflicto con el agradecimiento.

Es curioso, porque lo más lógico es que ante situaciones como éstas respondamos con un sentido y sencillo “gracias”, pero la cultura, la tradición, los convencionalismos o ese concepto tan ambiguo que es la sociedad se han encargado de secuestrar alguna de las connotaciones lógicas de una palabra tan hermosa. Porque no es raro que ante un halago sintamos la necesidad de justificarlo, de explicarlo, de rechazarlo o incluso de negarlo (no pocas veces disfrazando esa absurda falsa modestia), porque decir sólo “gracias” puede sonar presuntuoso, egoísta, casi soberbio.

Porque todas esas influencias sociales han hecho que el agradecimiento llegue a entenderse como un movimiento hacia el interior, como un gesto que viene a reforzar al que lo dice, cuando en realidad es todo lo contrario. Dar las gracias es un acto por el que bendices la mirada que el otro ha tenido sobre ti, su forma de verte, su capacidad para encontrar en ti la belleza, la capacidad o el valor que incluso tú no eres capaz de ver… o de decir. Es, en definitiva, un gesto de generosidad, volcado claramente al exterior, dirigido hacia el otro, y nunca hacia uno mismo.

Tanto es así que, si alguien llega y nos regala un halago y como respuesta se encuentra con una justificación que nadie le ha pedido o con un rechazo, puede llegar a sentirse herido u ofendido por alguien que no acepta su cumplido.

Toma lo siguiente como una mera referencia cultural. Los 10 Mandamientos cristianos vienen a resumirse en dos. El primero (“amarás a Dios sobre todas las cosas”) depende de la fe, pero el segundo es de carácter universal. Por “amarás al prójimo como a ti mismo” se ha llegado a dar por supuesta una entrega absoluta al otro, una dación completa del amor sin quedarse con nada para uno mismo, pero o el traductor de la Biblia lleva más de 2.000 años engañándonos o nos estamos contando una historia falsa.

Esa tradición judeocristiana en la que nos hemos criado ha cargado el egoísmo con un halo de pecado que nos empuja a huir de él como si fuera algo marcadamente negativo. Incluso la RAE lo define como el “inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás”. Puede ser cierto, pero también lo es que nadie es capaz de dar más amor al prójimo que el que se tiene a sí mismo. ¿A que así cambia bastante la perspectiva? La verdad es que sí, porque mientras más te quieras, más serás capaz de dar, con lo que ese egoísmo se convierte en una herramienta para repartir amor entre los demás.

La ontología del lenguaje, tesis desarrollada por Rafael Echeverría y seguida por buena parte de pensadores latinoamericanos, bebe en las fuentes de filósofos clásicos como Wittgenstein, Heidegger o Searle incidiendo en el hecho de que los seres humanos somos eminentemente seres lingüísticos. Es lo que nos hace diferentes del resto de especies y lo que nos aporta una capacidad especial, el poder creador de la palabra, porque el lenguaje no sólo sirve para describir lo que está pasando, sino para generar nuevas realidades. Echeverría habla del poder de los actos lingüísticos y distingue entre aquellos que tienen la capacidad de crear mundo y los que simplemente describen el que hay. Entre estos últimos están la queja, la crítica y el juicio; mientras que entre los primeros están la promesa, la declaración y, sobre todo, el agradecimiento.

Vivir en el agradecimiento es, valga la redundancia, un estilo de vida, una forma de ver todo lo que nos rodea. Y deja que te diga algo: puede que tu realidad sea chunga y que tengas problemas que consideras tremendos, pero el simple hecho de que ahora mismo tengas una pantalla delante y que vivamos en el mundo occidental hace que tú y yo tengamos un buen puñado de razones para dar gracias todos los días. Tú eliges si pones el foco en describir todo lo negativo que te pasa o en todo lo bueno que te rodea. Ojo, no estoy diciendo que lo ignores, como piden muchas de esas estúpidas teorías buenistas que abundan en el mundo de la autoayuda y el desarrollo personal, sino que decidas en torno a de qué va a girar tu conversación. En definitiva, en qué vas a emplear el poder del lenguaje.

Ya en la mitología griega, las gracias eran las diosas del encanto, la belleza, la creatividad humana y la fertilidad. Es decir, que las gracias crean y generan vida. Así que agradecer (sin más explicación) es un acto de generosidad y enormemente creativo, porque aumenta la autoimagen, sirve de regalo al que halagó y genera relaciones. Es fantástico.

El doctor Wayne Dyer, en el libro Tus zonas erróneas, llega a decir que “no te subestimes. No rechaces los cumplidos que recibes. No inventes excusas. Da crédito a los demás cuando tú lo mereces”. Más allá, llega a indicar que “la autoestima no puede ser verificada por los demás. Tú vales porque tú decides que es así. Sí dependes de los demás para valorarte, serán los demás los que te valoren. Creerás tanto en ti mismo que no necesitaras ni el amor, ni la aprobación de los demás para sentir que vales”.

Y como el agradecimiento es un acto lingüístico, el lenguaje nos dará la última lección. ¿Sabes cómo se dice de nada en inglés? Se dice you’re welcome, una expresión que solemos aprender de memoria y en la que apenas caemos por simple. Pero sí, “de nada” en inglés se dice “eres bienvenido”, porque aquel del que partió el cumplido entiende como un regalo la recepción de sus palabras, de esa visión positiva que una vez tuvo de nosotros. Así que la próxima vez que alguien te halague o te diga un piropo prueba a decir gracias, sólo gracias. Agradece, que no es poco.

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