Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.
Tráfico espiritual
Puede que la venta de bulas eclesiásticas relatada por el aún niño Lázaro de Tormes sea un caso de tráfico espiritual; pero las dos palabras que tanto y distinto podrían significar, quieren referirse al trasiego de espiritualidad, preñado de diversidades, que ha venido a florecer en el útero de una comunidad global como la del siglo XXI, interconectada por redes sociales, acaso hastiada de materialismos, en gran parte joven.
Como persona agnóstica o creyente en días alternos, y sobre todo esperanzada en que se universalice la fe en los derechos humanos, (además de respetuosa con las conciencias ajenas, lo que incluye, como es lógico, el muchas veces injustamente mirado ateísmo), el atuendo a lo monja católica de Rosalía en la portada de LUX; la vocación de consagrarse en clausura de la jovencísima protagonista de Los domingos; la legión de gente joven que difunde contenido religioso en las redes sociales o el hecho de que esté de moda mostrar símbolos católicos, incluida la huella de haber recibido la ceniza de la Cuaresma (véase Vance y seguidores de la tendencia en Instagram), me dan que pensar, llevándome a invitar también a que, parafraseando a Kant, nos atrevamos no solo a saber, sino a pensar: pensar mucho y sin que nos manipulen y actuar en consecuencia.
Esta ola de espiritualidad y que tantas personas jóvenes miren con otros ojos a las religiones y se involucren en ellas no ha surgido de la nada, sino más bien del desfalco a la equidad y la paz, la salud mental, la comunidad y los lazos de humana amistad, los recursos naturales y la democracia que las cúpulas mundiales están perpetrando por acción o por omisión.
Sí, también es verdad que en el corazón humano anida la espiritualidad, que nadie soy para juzgar las tendencias históricas ni las entretelas del alma; sin embargo, tampoco abandono la hipótesis de que estos lodos del mundo convulso son valorizados por las jerarquías religiosas.
En este sentido me pareció lúcida la crítica de Los domingos en Fotogramas que calificaba la película como “de terror”, pues da pánico lo que atenaza y amenaza a una joven vulnerable que no encuentra en su familia lo que debía encontrar.
También podemos preguntarnos si el atractivo que la juventud halla en movimientos como los de las cofradías no responde al hecho de que allí pueden hacer algo real, con poder de decisión, con un escenario de cooperación, con un resultado inmediato y tangible. Porque, la verdad, las personas jóvenes están hartas de esperar, de encontrar obstáculos, de atisbar la precariedad que se les viene encima si no pertenecen a una élite económica, de riesgos de relaciones tóxicas o violencia sexual, de apariencias, vacío y superficialidad en las redes sociales.
Mientras este intenso tráfico espiritual crece, se consolida y se publicita, la cúpula de la iglesia católica, observa prudente, como siempre hace, midiendo los tiempos, mirando por sí y para sí, se vayan a romper las vasijas de barro, derramándose el poder y la gloria. Problemas tiene el Vaticano, entre ellos económicos, que son los que, al final, quitan margen de maniobra y amargan todo.
De manera que la alquimia vaticana, tan hábil como la describen Cercas, en su libro sobre el papa Francisco, y Martel, en un compendio (Sodoma), sobre la hipocresía y la gangrena de silenciar y prohibir hasta el Día del Juicio, contempla, sin entusiasmarse mucho, este renacer de la fuente de la trascendencia y la espiritualidad.
Personalmente, me preocupa que el florecimiento de religiones de las que se apartó la juventud porque no sintonizaban con ellas, porque reñían y prohibían y cortaban el rollo, sirva a una deriva conservadora, a una dejación de la praxis del pensamiento crítico, a una cerrazón identitaria en lo cristiano y lo blanco, a una validación de pasos atrás en igualdad y diversidad y derechos de las mujeres y de minorías, entre ellas el colectivo de personas trans.
Sin embargo, tengo el pálpito de que el tráfico creyente es tan intenso y diverso que eso no va a ocurrir. Sospecho que una marea social global de gente joven y no tan joven, se abraza a un amor que no se acaba nunca. Que se abraza junta, a ello, a su manera. Que, en definitiva, a aquellos que montaron la Inquisición, que persiguieron y encarcelaron al Juan de la Cruz de Cántico espiritual y que inmatriculan sin despeinarse y con tácito permiso, les están okupando la espiritualidad. Así sea.
Nota: Las menciones a marcas y productos no llevan aparejada ninguna contraprestación
Sobre este blog
Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.
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