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Final de la trilogía: el hijoputa

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Enrique Merino

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Pues sí, esto al final se ha convertido en una saga cual ficción de Hollywood. Ni mucho menos estaba programado así, os lo puedo asegurar, pero la vida profesional me ha castigado en las últimas tres semanas con lo peor de las personas. Creo que ya la semana que viene podré retomar el blog con otras temáticas, si bien estas dos últimas semanas he alcanzado el máximo de lectores (se ve que os sentís identificados).

Empezamos con el gilipollas y continuamos con el tonto. Pues la trilogía acaba esta semana con el último caso, sin duda el peor de todos: el hijoputa.

Veréis, este espécimen es muy complicado y sobre todo muy dañino. El hijoputa hace las cosas con maldad, no tiene piedad en sus acciones y busca siempre hacer daño. No es como el caso del gilipollas, que se comportaba superando al tonto pero sin llegar a hacer daño verdadero (esta frase me ha quedado genial, se la cedo a Víctor Kupper, a ver si me la copia). El hijoputa va a dañar. A castigarte todo lo que pueda y más allá.

Importante aclarar que hay diferentes grados de hijoputa, porque el tiempo juega a su favor y cuanto más tiempo son así, más perfeccionan el estilo y mejoran su capacidad de hacer daño. Estos especímenes hay veces que no se ocultan, se les ve venir de lejos y ya sabes a lo que te enfrentas. Puedes decidir trabajar con él o no, sabiendo a lo que te atienes. El peor de ellos es aquel que no lo ves venir, el que es capaz de esconder su maldad y cuando menos te lo esperas, ¡zas!, “guantá” de mano abierta que te retumban las orejas.

En esta vida no todos somos capaces de ser un hijoputa. Para eso hay que servir y tener esa actitud y capacidad. Ser capaz de vivir con esa forma de ser y comportamiento hacia los demás. Todos nos enfadamos y juramos en arameo, pero ser capaces de ser así es muy complicado. Porque, al final, la mayor parte de los seres humanos tenemos bondad.

Nuestro día a día está inmerso en la vida profesional. Compartimos trabajo con compañeros, con jefes, con clientes y proveedores, y entre todos ellos puede haber este tipo de personas.

Si es un proveedor, intentaremos prescindir de él. Si es un jefe, estás jodido pues es difícil salir de su yugo. Si es un compañero, es una de las peores situaciones, pues te va a intentar machacar todo lo que pueda. Espero tengas suerte y tu jefe sea un buen líder capaz de ver la situación y poner barreras (esto no suele pasar, pues lidiar problemas de RRHH es complicado y difícil de afrontar). Si es un cliente, a priori puede ser fácil: dejas de trabajar con él y listo. Pero no es así, pues a los clientes se les necesita.

Si encima el cliente muestra su cara hijoputa cuando no lo esperabas, échate a temblar: impagados, cheques/pagarés sin fondos, devolución de recibos, etc. Y encima dirá que el malo eres tú, pues él es el cliente.

Ante estas situaciones, mi consejo es que mantengáis la calma y que hagáis acopio de tranquilidad. Demostrar que uno no es un hijoputa puede costar tiempo, pero se demuestra. Eso no significa que le ganes, pero he aprendido que es una importante victoria profesional y personal si queda patente que tú eres buena persona y él un hijoputa.

Así que paciencia y suerte para no encontrarte con muchos en tu camino. Y para terminar: “¡Págame lo que me debes, hijoputa!”.

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