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SOFÁ, SANDÍA Y MUNDIAL: 8. Fernet Cola

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Antonio Agredano

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“Si algo malo pasa, bebes para intentar olvidar; si pasa algo bueno, bebes para celebrar; y si nada pasa, bebes para hacer que algo pase”, escribe Charles Bukowski en ´Mujeres´. He bebido en el tanatorio de Las Quemadas, riendo y llorando con un vaso de tubo en la mano. Meneando los hielos al ritmo de la tristeza. He bebido en El Arcángel, con una botellita minúscula de whisky que metí escondida en el calcetín. Aliñando la Coca-Cola en los aseos. Quedándome afónico con un gol de Javi Moreno. Viendo los focos girar en el minuto noventa. He bebido con desconocidos y algunas veces solo. He bebido con mujeres a las que amé, con amigos que ya han muerto. He bebido con mi padre, en Fernán-Núñez, mientras le contaba mi ruptura, mis temblones planes de futuro, qué iba a hacer con la casa que debíamos abandonar por un amor que reventó como un misto contra la pared. Pedíamos una cerveza tras otra a Tomás. Yo contenía las lágrimas y mi padre me daba consejos sencillos. “Nadie se ha muerto de esto”, me dijo. Y aquí estoy, vivo. Bebiendo a veces.

Me he emborrachado en Lisboa, en Edimburgo, en La Habana, en París, en Madrid muchas veces. En Córdoba desde los dieciocho hasta prácticamente antes de ayer. Hace dos fines de semana en Valencia. La semana que viene dios dirá. Cuando a alguien le toca la lotería bebe a morro una botella de cava. Cuando alguien se casa todos beben y brindan a su alrededor. Despedidas de soltera. Viajes de fin de curso. Feria y Cruces. Hasta en Semana Santa me recuerdo bebiendo fino en El Gallo con Santi, pensando en un futuro tierno mientras a lo lejos una marcha rompía el cielo de Córdoba. Elegimos con mimo el vino tinto para las cenas. Sabemos dónde ponen los mejores gintonics de la ciudad. Hay cuatro bares en mi calle. Hasta en las librerías venden alcohol ya, supongo que para hacer la literatura más rentable. Cuando terminas de comer en el italiano te ofrecen un chupito. En Navidad siempre hay anís sobre la mesa. Por culpa del alcohol he hecho las mayores tonterías de mi vida. También algunas de las más divertidas.

Como yo, muchos. Una mayoría despendolada. Griterío y exceso. La vida son dos días, dice alguien cada poco. Y sorbe la espuma. Pero ay si alguien se emborracha en público. Ay ese dedo acusador, tan nuestro. Maradona no hizo anoche nada que no hayamos hecho muchos muchas veces. Nada que no hiciera George Best, al que se le dedican páginas y páginas sin ánimo censor, más bien dándole prosaicos y cómplices codazos a sus ocurrencias. Luego las fotos de un Gascoigne demacrado. Luego la impostada condescendencia. “Fui mejor jugador del año, gané ocho títulos en Glasgow, tengo la FA Cup, jugué un Mundial, si eso es tener una mala carrera... ¡me gustaría ver a alguien con una buena! La gente se acuerda de la bebida, que es lo que acabó con mi juego. He jugado en la Premier hasta los 35 años en el Everton siendo el jugador del partido”, dijo el centrocampista inglés en su día. Maradona tiene derecho a hacer con su vida lo que guste. Lejos o cerca de la cámara. No es un referente moral, es sólo un dios barrigón, incontrolable y concupiscente. Un ídolo de arena. No es un ejemplo para nadie. Jugó, ganó, perdió, se drogó, se emborrachó muchas veces. Engordó, adelgazó, volvió a engordar. Le sigue gustando el fútbol. Su país se jugaba el Mundial. Él decidió beber. Pasarse. Poner en peligro su existencia. Me da igual. Maradona no es un maestro de la vida, Maradona fue un maestro del fútbol. Y ahí acabó nuestra relación. En ese pasado inolvidable, de hierba y cuero.

He visto a alcaldes apoyarse en la pared mientras meaban para no caerse. Yo mismo ayudé a salir del Underground a uno de mis profesores de Derecho que apenas se mantenía en pie mientras balbuceaba un “gracias” cargado de ron. Futbolistas del Córdoba con partido al día siguiente haciendo eses por la calle Concepción. He dormido en un portal porque ningún taxi me quería coger para llevarme a casa. Me han echado del Long Rock, del Góngora, del Automático, del Hangar. Siempre con amabilidad, siempre con un merecido paternalismo. Me he levantado tantas veces sin saber nada de la noche anterior. No hablo de enfermedad, no hablo de adicciones, hablo del derecho al exceso. Del sano y regulado pasote. El derecho a, de vez en cuando, pisar el acelerador sin que nadie narre al día siguiente la jugada. Sin que nadie nos juzgue por ello. Ya tengo una madre. Gracias. Nadie sabe si Maradona tiene un problema ahora o si simplemente pasó una tarde gloriosa. Si es lo segundo, ahí quedó. Esta improvisada ola de decoro que recorre las redes me tiene anonadado.

Admiro a todos esos guardianes de la moral. A los que beben de forma impoluta. A los que brindan con corrección y saben parar a tiempo. Admiro a los que piden agua en las comidas. Admiro a los que encajan los cubatas como Foreman encajaba las hostias. Yo tengo mandíbula de cristal. En mi coche no hay pedal de freno. Admiro a los que se acuestan pronto y salen el domingo a correr. Admiro a los que miran a los demás por encima de las gafas y nos dicen: “así no”. Ya casi no salgo, pero he pasado unos años muy divertidos de bar en bar, de conversación en conversación, de jarana en jarana. Y no sólo no me arrepiento, sino que son parte de mi retorcida educación. Escribo lo que escribo porque he vivido lo que he vivido. Veo a Maradona borracho y me da igual. Él sabrá. Si yo tuviera un palco privado con mis amigos, con alcohol y comida sin fin, en un partido a vida o muerte de España en el Mundial, quizá me habría despeñado grada abajo de la tajada. Seré un ser execrable. Qué sé yo.

Ganó Argentina merecidamente. Sampaoli le dijo a Messi desde la banda: “Pulga, ¿qué hago? ¿Lo pongo al Kun?”. La pulga asintió. No se puede odiar a Argentina. Ayer, de repente, ya quería que vencieran y pasaran. El estadio zumbaba por los altavoces de la televisión. El entrenador se dejó de experimentos y puso a los mejores. Ya pasó en el Sevilla. Cuanta menos arquitectura, más confortable es su sistema. Les espera Francia, una selección tediosa. Tan talentosa que aburre. Tentado estoy de ir a buscar una botella de Fernet Branca para ver ese partido. Y brindar con Maradona en la distancia. Para los que nos hemos bebido la Feria de Córdoba, meado en el río, llegar a casa con albero hasta en las ingles, eso de emborracharse en público hace muchos años que dejó de ser tabú. “Todo al Rojo”, debería titularse esta entrada. Pero a Maradona le dio ayer por emborracharse. Una cosa es la responsabilidad y otra es la mojigatería. Buscadme en la primera, no me esperéis en la segunda.

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