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Fuimos injustos con Alejandro

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Antonio Agredano

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[ESTE ARTÍCULO FUE PUBLICADO EL DÍA DE LOS INOCENTES Y COMO TAL DEBE LEERSE]

Creo que no hemos sido justos con Alejandro González. Que hemos cargado sobre sus espaldas una responsabilidad enorme, lavándonos las manos. Una ponciopilatada muy propia de la afición del Córdoba, una grada demasiado acostumbrada a encontrarse las cosas hechas, a recibir sin dar en exceso, a cantar “González vete ya” en el minuto 54 y luego quejarse por la subida de los abonos, que son el patrimonio económico del club. Aquí todos somos del Córdoba hasta que nos toca el bolsillo. Y el ego.

En las gradas apenas hay camisetas nuevas. Solo viejas y usadas Nike, o aquellas infames Umbro. Casi ninguna Kappa. Por no gastar, no gastamos ni en bufandas. Así no se le da color a la afición, ni nos creemos donde estamos. El cordobesista vive de un pasado heroico y niega un presente que siempre nos resulta hostil. Alejandro intentó cambiarlo. Y no pudo. Intentó acercar al club a otros modelos nuevos, a una estética menos añeja, menos de abuelo cebolleta, para captar así a los jóvenes, toda esa gente que ha crecido de espaldas a un club que siempre resultó mohoso, avejentado, oxidado. Y el estadio ayuda a dar esa imagen de abandono, de cosa suspendida en el tiempo. De dulzona nostalgia. Olor a mueble-bar. Bolitas de alcanfor. Botes de La Toja.

Cuando Incondicionales u otras peñas más jóvenes pedían lo que pedían lo hacían enganchados a las perchas de sus padres y no pensando por sí mismos. Ellos negaron a Alejandro porque Alejandro tenía un plan que nada tiene que ver con ese oscurantismo peñístico del club. Se ofrecieron soluciones. Se ofrecieron estrategias. Pero sólo hubo cerrazón, aburrimiento y un modelo de club que nos ha condenado a la intrascendencia, al tedio. El ego mandó sobre el club, todos querían mantener su identidad y nadie pensó en el colectivo, en el club, en lo que somos como conjunto y no esta suma de identidades que siempre imposibilita el despegue. Nada que reprochar, pero que cuando se acuse a González del fracaso de esta temporada, cada uno se mire a sí mismo. ¡Cuánto te echamos de menos, presidente!

El Córdoba pasó por Primera como un club añejo, sin estructuras, con una afición que celebraba pisar el Bernabéu. Reverenciando lo grande y haciendo aún más pequeño lo pequeño. Ahí la familia González se dio cuenta de que con este grupo humano era imposible crecer, que estábamos condenados a un estatismo llorón, a mochilas llenas de piedras del pasado. Por eso el cambio de presidente, por eso el nuevo organigrama, por eso la juventud de una plantilla con la que sentirse identificado y no esa pandilla de veteranos cuarteleros que se arrastraban por el césped despeinados. Hubo un viraje que nadie entendió, pero que hoy, pasado el tiempo, aplaudo. Fue valiente por parte de Carlos González, derribando ese muro invisible, haciendo ver a la ciudad que el Córdoba necesitaba espacio. Que el Ayuntamiento era corresponsable. Que el Córdoba era mucho más que una SAD. ¡Vuelve, Alejandro!

Alejandro lo intentó y fracasó como fracasa todo en esta ciudad encapsulada, hostil a lo nuevo, chovinista, que ahora aplauden a un empresario “de la tierra” como si el DNI trajera mejores ideas. ¡Perdónanos, presidente!

No fuimos justos con Alejandro González. No entendimos su proyecto de club para el Córdoba CF. Fallamos a un equipo que ahora se debate en puestos de descenso. Abandonamos a los nuestros por rechazo a ideas que nos parecían ajenas a un club grisáceo, malhumorado, tosco en sus aspiraciones. Preferimos contar batallitas de las promociones de Segunda B a asentarnos, de una vez, en Primera, como han hecho equipos como el Eibar o el Getafe, que vienen de donde nosotros pero han dado energía a sus engranajes. ¡Cliente, y a mucha honra!

Y aquí estoy, echando de menos la visión de futuro de Alejandro, su esfuerzo por convertir el Córdoba en un club del siglo XXI. Pensando en la oportunidad perdida. En lo que viene, que a buen seguro será peor que lo anterior. Arrepintiéndome de cada artículo. De cada palabra que vertí contra los González. Hoy, lúcidamente, veo lo que tuvimos y dejamos escapar. De nuevo. En esta ciudad que crece a espaldas del tiempo. En esta ciudad que creemos atemporal. En esta cuna nuestra de telarañas y aromas añejos. Se va Alejandro González y tras él, un proyecto que estuvo a punto de convertir al Córdoba en lo que siempre debió ser: un club que mira al futuro. Pese en nuestras conciencias, echemos la culpa a nuestra ceguera, a nuestro insobornable gusto por un pasado que no fue tan glorioso como recordamos. En un presente tan nubloso que apenas recordamos qué día es hoy…

¡Feliz Día de los Santos Inocentes!

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