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Así duele un verano

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Antonio Agredano

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´Así duele un verano´ es un disco de Migala. Gurb Song es su pista número cinco. Abel Hernández recita: “Quería que alguien entrara en mi vida como un pájaro que se cuela en la cocina y comienza a romper cosas y se estampa contra puertas y ventanas (…) nos conocimos acariciando las cicatrices de los demás”. Quizá Jesús León es ese pájaro inesperado y torpe que buscando una salida rompe tazas y pierde plumas contra el cristal. El Córdoba es un laberinto de muebles baratos. Alzar el vuelo entre sus oscuras paredes siempre ha sido difícil.

Si han leído la novela de Agatha Christie sabrán entenderme: el Córdoba es Cassetti viajando en el Orient Express. González, Oliver, Tebas, León, Francisco. Quema el cuchillo entre los dedos. No pido honradez al presidente de una Sociedad Anónima Deportiva, pero sí cierto decoro. Carlos González paseaba por las tripas de El Arcángel como un rey loco por las galerías de su castillo derruido. León se puso como pudo la corona, recompuso la piedra, pero olvidó limpiar las catacumbas. Al pueblo le dio pan unos cuantos meses y luego obligó a un interminable ayuno. El Córdoba, como los vestidos del Desigual, no tiene ni orden ni sentido.

Yo confío en León porque soy de naturaleza confiado. Sin Oliver, el futuro se ve más claro. Como aprendimos con las apariciones marianas, todos los milagros terminan convertidos en un negocio. Con Guardiola se pagará el convite y Sandoval será el encargado de recuperar el pulso deportivo con sus arengas trasnochadas. Nada nuevo. No es León muy amigo de la vanguardia. Es tan clásico que hasta las filtraciones en prensa son predecibles. Un consejo, si me lo admiten: No llamen periodismo a la labor de un solícito amanuense. El presidente vuelve a Sandoval como quien acaricia la foto avejentada de un primer amor. León y Sandoval fueron felices pero su romance no sobrevivió al verano. Francisco fue un amante triste, ni una mancha de mora. Imagino a León como a uno de esos alumnos que tienen que pasar el verano estudiando en una academia para salvar el curso en septiembre.

Francisco se fue por dignidad, leo. A mí de la dignidad me gusta su ductilidad. Es como plastilina que se amolda a la cueva de la mano, a la dureza de la mesa, al imperio de los dedos. El míster firmó por un club en construcción. A medio comprar, a medio salvar, a medio vivir. El Córdoba era un enfermo al que había que recuperar tras un infarto. Si Francisco pretendía que el enfermo saliera a hacer footing a la semana del jamacuco, o era muy iluso, o León domina el hipnotismo. “Le engañaron”, leo por ahí. “El medio más fácil para ser engañado es creerse más listo que los demás”, en una máxima del Duque de La Rochefoucauld.

El Córdoba empieza la liga en quince días tras un terremoto íntimo. Lo bueno de ser cordobesista es que uno ya viene llorado de casa. Los disfraces del Circo de Jesús León tienen más polvo y remiendos que los del de Teresa Rabal, pero aún así muchos ya hemos pagado la entrada. Hay en los circos una indisimulada tristeza. Los acróbatas con su gimnasia perezosa, el jefe de pista con su voz engolada, los payasos con sus sonrisas añejas.

Decía en un grupo de Whatsapp que comparto con ilustres cordobesistas que para mí Jesús León era el Adolfo Suarez del Córdoba. Asume el poder tras una dictadura terrible y ahora le toca hacer su propia Transición. Una mudanza dura, llena de acuerdos, tiras y aflojas, hallazgos inesperados y dolorosas concesiones. Pero es la única manera de superar este letargo institucional, esta profunda grieta. Jesús León sabrá si lo hace con honestidad y convencimiento o con artificio y medianía. De él depende caer en el olvido blanquiverde o que el aeropuerto de Córdoba termine llevando su nombre. De momento, sólo estamos asistiendo a un proceso de cambio, a una reflotación. El presidente sólo está levantando la persiana para airear una habitación que lleva cerrada demasiado tiempo.

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