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Considerarse feo

Tony Sanmatías

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Analicemos la cuestión: declararse feo o así verse es una ignorancia del humano. Eso para empezar. De tal manera que es un libre pensamiento de consecuencias negativas para el que así se determine o se vea en el espejo. Todo por desconocer que en el humano, incluso en el feo más feo, existe algo esencial: su divinidad, esa parte añadida con la que dios –o la naturaleza- nos ha creado a cada cual; con eso mismo por lo que nos hace distintos y nos singulariza como individuos, o entes irrepetibles, por los siglos de los siglos…

No somos ovejas, ni leones, ni cabras, ni murciélagos, ni… Pero aún con las variadas especies existentes, de las que pensamos “que viendo a un animal cualquiera diremos que se ven a los demás de su género”, casi como si fueran clonados, no es el caso en las personas (ni lo ha sido jamás), sea hombre o mujer, indistintamente. Todas las personas tenemos diferencias físicas muy sustanciales entre sí mismas, a pesar de los “parecidos”, y más si nos comparamos con otras razas. Nadie será como cada uno de nosotros, ni tendrá el acumulo de experiencias y sentimientos albergados, ni tan siquiera se parecerá físicamente de forma singularizada, a pesar de que así lo aparente, pues siempre habrá algo en sus rasgos físicos que lo apartará de otros, haciéndolo exclusivo e irrepetible (insisto), y más de añadirle sus vivencias e inquietudes en la vida, siendo esto lo que nos hace sublimes.

Por tanto, reflexiono que considerarse feo uno mismo, representa ser un sentimiento de traición personal y un desprecio a la singularidad divina o en contra la naturaleza heredada de nuestro progenitores, además de una cobardía sentida, sobre todo al compararse despreciado con otros semejantes, viéndose de alguna manera inferior, por apreciarse feo. Digo esto porque, especialmente, las modas en la apariencia física son variables y según las épocas. Por ello, os recuerdo que en el ciclo romano se estilaban las llenitas, lo que se extendió en el tiempo, mientras que ahora gustan las delgadas, de piernas largas, marcando tipo o relieves (los esenciales, claro, para lo que ayudan los sostenes) y a ser posible armónicas y de facciones agradables, aunque en esto último ya hemos aprendido los milagros que pueden obrar los maquillajes.

A decir verdad, son pocos los que se consideran feos. Pero conozco a uno que así se observa y considera, como he podido ver en la web de Julia Otero. Es Luís Llongueras, el pelambrero afamado, el mismo que se proclama antiespañol-separatista (visto en Periodista Digital, por Alfonso Rojo), sin contar lo que ha desparramado por su boca sobre los innumerables engaños y traiciones realizados hacia su primera mujer, Lola Poveda, además de contra sus hijos en común, que fueron desmesurados y reiterados en el tiempo, aunque en el fondo fueran sobre sí mismo.

Y que no bastándole, de igual forma lo llevó a cabo contra su actual y joven esposa, Yoceline Novella, en la etapa en la que fuera amante a escondidas, cuando ella tuvo otros novios “en tantos años de relaciones complicadas”- como ella misma declara- "por él con otras y ella no entender esta falta de fidelidad, por lo que tuvo que huir de Llongueras, pero que al encontrarla y pedirle perdón se recompusieron" (de la agencia Efe, publicado en - en su sección Estilo y Vida, el sábado 20 de octubre de 2.012), de la misma manera que a otros muchos para preservar sus propios intereses y agonías, entre los que me encuentro, además que sus muchas contrariedades, seguramente que escondiéndose detrás de esa imagen que él proyecta tener, además de en la fealdad que se observa en y para sí mismo.

(Actualmente, sobre Llongueras estoy terminando un libro a causa de sus reiteradas mentiras, traiciones y descalabrados hechos, que os dejarán, más que fríos, ¡¡congelados!! ¡¡Son tantas las ocasiones en la que lo he pillado con el carrito de helados!!. Ya os iré contando algunos de sus reveses más relevantes)

Tal es así el hecho de ser irrepetible un humano, que he de decirle a Llongueras que el don de la singularidad, de lo exclusivo e irrepetible por principio, es un gracia divina que nos alcanza a todos, seamos guapos o feos. Digamos, entonces, que el hecho de ser feo es un atributo natural de ser “distinto”, a pesar de las opiniones banales de otros, más que una depreciación personal física, como Llongueras se cree y estima en él, al aceptarse como feo. Y siendo así, será el áurea de cada cual, además del la transpiración individual (las feromonas) y el propio áurea personal, la que nos inclina a rechazarnos o acercarnos a unos y otros, y no, precisamente, por ser físicamente aberrante o, cuando menos, deslucido, fachoso, inaparente, risible, malcarado, repulsivo, repelente, asqueroso, desagradable, caricaturesco, ridículo, mermado… Que escoja el término él mismo, de apetecerle cambiarlo, y si es que ha entendido mis consideraciones al respecto de cómo somos realmente las personas.

Sentirse feo uno mismo, amigo Llongueras, estimo que también puede representar una repulsa personal, a la vez que un desasosiego interno que, de no superarlo, puede acarrear circunstancias muy negativas para el que lo sufre. No en vano, dicen los especialistas que "quien no se acepta cómo es y se ve, será quién sufra más enfermedades de todo tipo". Aunque ya veo que, hasta ahora, a ti no te ha afectado para nada, ni siquiera al ‘cerebro’ de tu entrepierna, de lo que me alegro, por supuesto que por aceptarte tan feo como tú mismo te ves; no más, que no quiero meter bulla. 

Bueno, pues que diga Llongueras lo que quiera. Pero creo –y pienso que creo bien- que la cara es el espejo del alma de cada cual. Al menos así lo certifica el conocido axioma al respecto

¡¡Y PARTICIPAR –a través del facebook de Cordópolis- EN EL SORTEO DE MIS REGALOS PARA VOSOTROS EN ESTE AÑO!! QUE SON BIEN “GUAPOS” Y ESTUPENDOS!! Y no como la fealdad que Llongueras se atribuye para sí mismo, aunque la acepte.

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