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40 Semanas de expansión corporal

Juana Guerrero

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Sabías que ese momento llegaría. Con la voz entrecortada y el lacrimal encharcado, te sientas delante del paquete de Nobel y de tu vino gran reserva, y con el predictor aún en la mano, les comentas que vais a tener que dejarlo por un tiempo, que ha llegado alguien nuevo a tu vida. También te despides, moqueando, de la cafeína, de la teína y de los más de diez fármacos que consumes habitualmente, sólo te quedas con el paracetamol y las vitaminas.  Pero… ¡¿ cómo va a sobrevivir este cuerpo sobrio, sin dopar, despierto durante el día y con paracetamol como único remedio durante 40 semanas?¡.  Yo creo que las náuseas de los primeros meses son simplemente el síndrome de abstinencia, la somnolencia es el resultado de eliminar los estimulantes, y la llantera….¿con este plan cómo no vas a querer llorar todo el rato?. Te repites a ti misma sin cesar aquel eslogan de los 80´: “Engánchate a la vida”.

El embarazo se convierte en un programa de desintoxicación brutal, una especie de Proyecto Hombre (perdonen la disgresión, pero teniendo en cuenta que las mujeres también caemos en excesos podrían llamarlo Proyecto Ser Humano, ¿no?, es que parece que van a curar las adicciones a base de testosterona). En fin, que no sólo tienes que luchar contra los cambios que se están generando en tu cuerpo sino también contra tus hábitos poco saludables, y aunque le pones muy buena voluntad se hace difícil no echar un cigarrito, y a la segunda cerveza sin alcohol tiendes a cabrearte, no porque no te suba (que también), sino porque además te llena de gases insufribles. Pero como una quería ser muy buena madre lucha contra la adversidad y no cae en tentaciones, básicamente porque suele imaginar al feto tosiendo a cada calada o haciendo piruetas en el líquido amniótico al primer sorbo de vino.

Por otra parte, así como en tiempos atrás los hombres contaran sus batallitas en la mili, son pocas las mujeres reproducidas que se resisten a silenciar su experiencia como gestantes, sobre todo si tuvieron complicaciones. En cuanto empieza a notársete la tripita, el Consejo de Sabias, empieza a regalarte las anécdotas más gore: que si engordé 30 kilos, que  el cordón umbilical alrededor del cuello, que si hemorroides, cesáreas a dentelladas, desgarros vaginales de 20 puntos de sutura, partos de 48 horas sin epidural, retención de líquidos, enemas contra el estreñimiento, insomnio, sudoración extrema, náuseas, vómitos, descalcificación y pérdida de dientes, varices como serpientes, pechos como cántaros, dolores de espalda, apetito voraz, estrías hasta en la lengua… y tú, primeriza e hipocondríaca tratas de huir de esos comentarios cuya finalidad no crees que sea tranquilizarte precisamente, pero en cuanto se te escapa una queja allí están para decirte que lo que te pasa es insignificante comparado con lo vivido por ellas y empiezan de nuevo con la retahíla. Absolutamente comprensivas. También tienes que escuchar repetidamente la manida frase “te quejas más que una preñada”. Perdonen si me quejo un poco pero llevo una mochila bien cargadita 24h al día, no puedo dormir, orino continuamente, mi paso es de tortuga y mis andares de pato, vivo con el deseo constante de atiborrarme de pasteles, y de jamón y de embutidos, y de vino, de mi vida sexual mejor ni les hablo… y encima tengo a un equipo médico continuamente llamándome gorda. Si, gorda. No se andan con sutilezas. ¿Qué esperan? es un embarazo no una liposucción, toca engordar. Es el único momento en el que la sociedad permite a las mujeres coger unos kilitos y vienen los obstetras y lo fastidian.

Madre mía, que panorama…y tú presa en tu propio cuerpo. Cuando aún te queda cordura, porque es cierto que las neuronas conforme avanza el embarazo se van dispersando, decides vivir tu embarazo como una experiencia personal que en nada tiene porqué parecerse a las demás. Y te propones ser una embarazada perfecta (luego ya saben que intenté ser una madre perfecta pero fracasé estrepitosamente) y te cuidas hasta el infinito: descanso, ejercicio, dieta equilibrada,… No obstante:

Los tres primeros meses te los pasas hecha polvo, toda tu energía va directa a desarrollar al nasciturus. Pero a la par de las posibles náuseas, vómitos  y sueño, pasan cosas tan estupendas como que el colágeno se derrama por tu piel llenándola de tersura.

Luego llega el bendito segundo trimestre en el que  las hormonas de la felicidad inundan tu cada vez más expansivo cuerpo y tienes un subidón tremendo. Todo el día hiperactiva pero, por la noche hiperactivo se vuelve el Diablo de Tasmania que llevas en tu interior y por más que tu no tengas ganas de comer, te obliga a dormir sentada en la cama engullendo galletas. Una vez que la bestia se sacia, la fiesta continúa con las idas y venidas al baño. Es una tortura. Según el Consejo de Sabias es una especie de preparación para lo que te espera una vez que el bebe esté extraútero. Se quedaron cortas.

Durante el tercer trimestre entras en la recta final, las molestias aumentan pero la ilusión de saber que pronto acabará todo te reconforta.  Pasas gran parte del tiempo en el baño y ultimando preparativos (bueno, más bien ordenando al futuro padre corresponsable miles de tareas que tú ya no puedes abordar). El bebé va haciéndose notar a base de patadas y puñetazos. Entrañable…La gente, tiende a apiadarse de ti y dice verte radiante. Sabes que mienten pero es preferible eso al “gorda” de los obstetras. Esta fase culmina con el temido ¡¡PARTO¡¡.

He de reconocer, con la perspectiva que ofrece el paso del tiempo, que el embarazo es una experiencia única, muy interesante, incluso gratificante si  se tiene la suerte de vivirlo sin dificultades añadidas. Fue mi caso. Hoy lo recuerdo como 40 semanas de expansión corporal y sin duda de crecimiento personal. Generar vida es algo grande y emociona. Cada ecografía mensual la vivías como el mejor de los encuentros: ver su cuerpecito experimentando minúsculos gestos, oír su galopante latido, intuir su actitud ya inquieta, era sin duda algo maravilloso, bello. Saber que en tu interior se está gestando algo tan valioso como es un ser humano te reconcilia con la Naturaleza. Aún hoy, a pesar de que la ayudé a nacer, cuando miro a mi Criatura, me cuesta creer que haya salido de mis entrañas, que formara parte de mi ser. El milagro de la vida…asombroso…

Ya me advirtió el Consejo de Sabias de que el cuerpo, tras el alumbramiento, genera una serie de sustancias que traicionan a tu cerebro para que minimice todos los problemas surgidos durante el embarazo y los dolores inmensos del parto. Creo que esas mismas sustancias te hacen recordar la experiencia como placentera y de un modo incluso poético. Es la única manera que tiene la naturaleza de asegurarse más de un descendiente por mujer. ¡Cuidado con la trampa¡.

En cualquier caso, sea por las hormonas o no, cuando una está inmersa en la crianza, como dice la canción “cualquier tiempo pasado le parece mejor”. Al menos durante el embarazo la criatura no lloraba, comía de forma autónoma y se entretenía sola, y tú aunque ya dormías poco al menos podías disfrutar de la lectura, la televisión, el silencio,…(suspiro).

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