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Irresponsables

David Val

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Este país no tiene arreglo. Y no lo tiene porque los ciudadanos no tienen ganas de cambiar nada. A currar en negro y a ver fútbol. País de pandereta

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Ya no estoy harto. Ahora estoy cansado, apagado. Porque he dejado de confiar. Cada día que pasa me doy cuenta de que no vamos a poder cambiar nada. Porque como pueblo no nos acercamos ni de lejos a Turquía, a Italia, a Portugal. Ni siquiera a Francia. Porque cada vez me encuentro con más personas que son vagas por naturaleza, que no tienen principios ni proyectos, y que todo lo que hacen lo hacen sin ganas. Son personas que esperan que siempre sea otro quien le solucione los problemas, no se mojan, no interactúan, no aportan solución alguna. Solo ponen trabas y no mueven un dedo. Y además, se quejan. Se quejan sin parar. Porque quejarse por todo sin aportar soluciones es muy español. Como la picaresca de no pagar impuestos o currar en negro. Muy nuestro. Además de que tenemos la capacidad de marear la perdiz una y otra vez convirtiendo decisiones meramente operativas en debates inaguantables e insufribles. Muy cansinos. Eso no nos da pereza.

Por eso, estoy harto de participar en interesantes proyectos colectivos que se hunden simplemente porque las diferentes personas que conforman el colectivo pasan de su responsabilidad individual. Estoy harto de tener que asumir grandes responsabilidades  porque los demás son incapaces de asumir la parte que le toca. Estoy cansado de comprobar una y otra vez que los proyectos colectivos se vienen a pique porque los egos y las individualidades son enormes, porque muchas personas buscan de cada acción colectiva un rédito exclusivamente personal. Y como siempre hay alguien que lo haga, pues no se mojan nunca. Total, siempre hay tontos.

Pues como tonto oficial, anuncio que no puedo más. Sin responsabilidad individual no hay proyecto colectivo alguno que salga adelante. Las personas que quieran cambiar las cosas tienen que saber que han de estar juntas, que la única forma de construir desde abajo es haciéndolo entre todas y para todas. Compromiso y responsabilidad. Si queremos construir algo diferente, nuevo, solidario y estable tenemos que olvidarnos del yo y empezar a pensar de una vez en el nosotros. Dejar de lado las meras satisfacciones individuales y egoístas para pensar en el bien común, en el procomún. Asimismo, hay que acabar con la inapetencia, con el “yo paso de todo”, con el que lo haga otro. Porque quienes siempre lo hacemos, estamos hartos. Estamos hastiados de tener que responsabilizarnos de las decisiones de los demás porque estos no tienen voluntad alguna en asumir sus compromisos.

Además, el pasotismo generalizado repercute en las ganas que tenemos algunos de cambiar las cosas. ¿Cuántos compañeros y compañeras me están diciendo últimamente eso de “ya no puedo más”? Es duro tirar del carro cuando detrás tienes a una masa inerte y desganada. Una masa a la cual están vapuleando día tras día desde arriba y que no hace nada por evitarlo. Es desesperante y descorazonador ver que hay gente que ni siquiera abre la boca. Te suben el IVA, el IRPF, destrozan a los autónomos y a las pymes, asfixian a los hipotecados, explotan a los trabajadores, expulsan a los jóvenes de las universidades e incluso del país, nos dejan sin sanidad, sin derechos y sin recursos. Y sin embargo, callamos. No abrimos la boca. Y para más inri, muchos de los que supuestamente quieren cambiar las cosas, se toman ese cambio como un hobby, como si fuera una clase de baile o de inglés que no sirve más que para matar las horas muertas. ¿Por sentirse bien con ellos mismos? ¿Para reforzar su ego personal? ¿Para tener su conciencia tranquila? A saber.

Aun así, solo somos una minoría. La gran mayoría española directamente pasa de todo. ¿Por miedo? No, cada vez lo tengo más claro: por pasotismo. Es mejor echarse unas birras el sábado, ver el fútbol y currar en negro. La gente pasa de hacer nada. Pasa de ir a una manifestación, pero también pasa de construir un proyecto común. Solo yo, yo, yo. Y el que no aguante, que se joda. Eso sí, en el bar me quejo. Que eso sí me gusta. No existe solidaridad, no existe compañerismo. No existe proyecto común, no existe lucha. Solo existen un montón de individuos que no dudan en pisar cabezas para conseguir sus objetivos. Estarán desempleados, asfixiados y hambrientos, pero si pueden, siempre se comerán la naranja más grande. Y si pueden comerse dos y el de al lado ninguna, mejor. Estoy harto de esta sociedad. De la española, concretamente. No hay quien la cambie.

El otro día escuché una pregunta al aire. ¿Pensáis que algún día los poderosos, quienes controlan la economía y la política, se pondrán de nuestro lado? ¿Creéis que algún día mirarán por nosotros y nos tratarán mejor? Me dio la risa. Sí, ese es el espíritu. El de esperar a que los demás hagan algo por ti. Siempre la misma historia. Pues nada, a este ritmo la mayoría me va a engullir. Habrá que ver Gran Hermano, currar en negro e ir los domingos al centro comercial de turno.  O, quizá no. Quizá lo mejor sea pirarse a 10.000 kilómetros de este país de pandereta y verbena y empezar de cero. A practicar esa movilidad exterior que tanto pregona la Báñez.

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