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Mi cumpleaños y el 'efecto Google'

David Val

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Ayer fue mi cumpleaños y recibí muchas felicitaciones. Pero “se olvidó” mucha gente. ¿Por qué? Mi Facebook no lo anunció y el 'efecto Google' hizo el resto...

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Tenía claro de antemano que vivimos anclados a las redes sociales. Internet y Facebook se han convertido en sustitutivos perfectos de nuestra memoria. No tenemos que recordar nada, pues con una simple búsqueda en Internet tenemos casi todas las respuestas. ¿Para qué aprender algo si la Red me da la solución? Recuerdo como hace unos años podía estar horas dándole vueltas a la cabeza para recordar algo que sabía, pero que no recordaba. El título de un libro, el nombre de un actor o las fechas exactas de la guerra franco-española del siglo XVII. Ahora todo eso se ha acabado. Sentado con unos amigos, expones cualquier duda y siempre hay alguien que dice –y me incluyo- ‘espera que lo busco en Google’.

¡Google! Ese dios todopoderoso que todo lo sabe.

Pues bien, andaba yo en estas divagaciones cuando decidí hacer un pequeño experimento. Eran las 23:30 horas del 5 de noviembre, día previo a mi cumpleaños. Y pensé, ¿cuánta gente me felicitará mañana si oculto mi fecha de nacimiento en Facebook? Dicho y hecho. La primera sensación que noté es que a las 00:00 horas mi móvil no empezó a vibrar como loco con felicitaciones a cascoporro. ¿Qué pasaría?

En realidad me sentí como volver a 2007, época pre-Facebook en la que muchas veces me olvidaba de que era mi cumpleaños hasta que mi madre, siempre puntual, me llamaba a las 11:20 horas para felicitarme –según ella, hora exacta en la que nací-. A esa hora ayer solo había recibido cinco o seis felicitaciones, de mi gente más cercana y de, casualmente, un amigo que no tiene Facebook. Aun así, el día se arregló, pues a las 11:00 horas me habían puesto la primera felicitación pública en el muro de Facebook y la efeméride corrió como la espuma. Eso sí, me libré de muchas de esas felicitaciones que año tras año te llegan de personas poco afines que ni siquiera sabes por qué las tienes en Facebook y que parecen robots autómatas a la hora de felicitar cumpleaños.

Pero la conclusión que saco de este pequeño experimento es que hasta que alguien con buena memoria no me felicitó en Facebook, casi nadie se acordó de la fecha. Algo lógico y normal en los tiempos que corren. Es más, yo soy el primero que ha olvidado las fechas de cumpleaños de sus mejores amigos y, actualmente, mi mente solo conserva las fechas de cumpleaños de mi familia, mi chica y poco más. Todo ese ejercicio mental que antes solíamos hacer para conservar estas fechas, tan importantes en nuestras relaciones sociales, han desaparecido con la irrupción de Facebook y esa alerta diaria que te indica quién cumple años.

En definitiva, hemos perdido grandes dosis de memoria. Y no lo digo yo, lo dice el estudio “Google Effects on Memory: Cognitive Consequences of Having Information at Our Fingertips”, o lo que es lo mismo: “Los efectos de Google en la memoria: consecuencias cognitivas de contar con información al alcance de la mano”. Betsy Sparrow, profesora adjunta de la Universidad de Columbia, es la autora del estudio y señala a Internet como una suerte de memoria colectiva de la que todos dependemos cada vez más.

Las conclusiones de este estudio se conocen como el “efecto Google”, o la tendencia a olvidar la información ya que debido a varios factores que encontramos en la vida diaria, estamos acostumbrados a buscar lo que deseamos en Internet. Nos resulta muy fácil encontrar lo que buscamos y todo a un clic de distancia, ya que internet es accesible a cualquier hora y desde cualquier dispositivo móvil. Sin duda, algo mucho más sencillo que tener que ir a un libro y buscar la respuesta y más cómodo que tener que memorizarlo.

El estudio de Sparrow se basa en los experimentos llevados a cabo por el psicólogo Daniel Wegner en 1985. Su teoría sobre la “memoria transactiva” hace referencia a la capacidad de dividir la labor de recordar cierto tipo de información compartida. Es decir, si podemos dividir una información entre dos personas será más fácil de recordar. El problema es que Internet ha ocupado el lugar del otro y destinamos a él todo el peso recordatorio. En definitiva, el experimento de Wegner demostró que la gente puede recordar la información si no saben dónde encontrarla, pero que si los sujetos sabían que la información podría estar disponible en otro momento o que podrían volver a buscarla con la misma facilidad, no recordaban tan bien la respuesta como cuando creían que la información no estaría disponible.

Esta alteración en el proceso de aprendizaje y en el desarrollo que se produce cuando una persona tiene toda la información que necesita a golpe de clic empieza a ser un problema. Si hace cuarenta años ya hubo que hacer un esfuerzo para explicar que saber multiplicar era útil aunque existieran las calculadoras, la memoria es la siguiente capacidad que se arriesga a caer en desuso. Porque, ¿para qué aprenderse los ríos, las cordilleras o las capitales del mundo si las tengo todas en Internet y en apenas unos segundos?

Pero ya no son solo fechas de cumpleaños. Hemos olvidado teléfonos, el día del mes en el que estamos y hasta las citas pendientes. En definitiva, hemos dejado de darle vidilla al cerebro, de hacerlo pensar y trabajar.

Usamos Internet como una memoria externa y dejamos de usar nuestra propia memoria.  Al final parece que es lo que busca este sistema, acabar con la capacidad de pensar y de razonar de las personas. Crear robots en serie. “Cogito, ergo sum”, decía Descartes. Pienso, luego existo. No le hagamos un feo al gran racionalista francés. Volvamos a pensar, a razonar, a memorizar y a reflexionar para no dejar de ser. Para no convertirnos en subproductos de la maquinaria de Tele5. 

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