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Trautmann, de enemigo a leyenda

Redacción Cordópolis

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La historia de Bernhard Trautmann es la de un superviviente. La de un hombre al que la vida le golpeó hasta dejarle grogui, pero al que nunca terminó de tumbar. Alguien a quien el fútbol redimió.

Nació en 1923, en Bremen, en una familia de la clase media baja. Como tantos otros jóvenes alemanes bajo la tiranía nazi, Bernhard tuvo que enrolarse con apenas diez años en las juventudes hitlerianas para prosperar. Tenía aptitudes para el deporte, pero no eran tiempos para la lírica. Al comenzar la guerra era aprendiz en un taller mecánico, pero tuvo que dejar sus menesteres para alistarse como voluntario en la Luftwaffe. No aprueba los exámenes para convertirse en intérprete de morse y acaba de paracaidista. Combate con fiereza en los aires y los suelos de Francia y Ucrania, le ascienden a sargento e incluso consigue la Cruz de Hierro. Pero poco a poco se va dando cuenta, a golpes, de la inutilidad de su esfuerzo. De que él y su país iban a perder la guerra. En el 44, tras un bombardeo en Kleve (Francia) se desmarca de lo poco que quedaba de su unidad y trata de volver a casa. Sabía que si le descubrían le fusilarían en el acto, por desertor. En su camino, tuvo la suerte de topar con una patrulla americana primero, de la que escapó pensando que iba a ser ejecutado, y –sobre todo- de ser descubierto justo después por otra británica. “Hi, Fritz, fancy a cup of tea?” (Hola, Fritz –así llamaban a todos los alemanes-, ¿te apetece una taza de té?). Así le recibió el soldado mientras le apuntaba.

Le internan en Ostende primero y, una vez que Alemania es totalmente vencida, Trautmann es trasladado a suelo británico y allí es catalogado, como hacían con todos los paracaidistas, en el grupo de los prisioneros “C”, los de ideología nazi. En un campo en Lancashire, ya con la relativa paz del recluso, vuelve a hacer deporte. Y, claro, allí tocaba ser futbolista por órdenes de un general escocés “un poco loco”, según testimonio del propio protagonista. Bernhard juega de mediocentro hasta que un día se lesiona, se pone de portero y ve la luz. Y cambia de nombre, de Bernhard pasa a ser Bert, más fácil de pronunciar en inglés.

Purga con tres años su concurso en la guerra. En 1948 es un hombre libre y puede volver a Alemania, pero él se siente mejor en su país adoptivo. Especialmente, “por la femineidad de las mujeres de aquí”, según explicó en un reportaje de Canal Plus.

Trabaja en una granja y defendiendo la portería del modesto Saint Helen´s hasta que, con 26 años, el Manchester City se fija en él. Y le ficha. Es el comienzo de una segunda guerra para Trautmann. En la ciudad mancuniana existe una gran comunidad judía y los ingleses, hasta hacía apenas cuatro años, se estaban matando con los compatriotas del portero. Se llevan a cabo manifestaciones, miles de aficionados citizens prometen abjurar de su condición si el alemán –el nazi, le señalan- defiende sus colores. Pero Trautmann sobrevive a base de entrega, sudor y a la generosidad de dos personas. La primera, el Rabino Altmann de Manchester, que manifestó públicamente: “¿Cómo vamos a culpar a una persona de todo lo que pasó en la guerra?”. La otra, el capitán del equipo y veterano de Normandía, Eric Westwood, que dijo: “No hay guerra en el vestuario”.

Quince años jugó Trautmann en Manchester. Hoy el fútbol inglés le recuerda especialmente por la victoriosa final de la FA Cup de 1956. Jugaba ante el Birmingham y ganaba 3-1. En un fuerte choque con la rodilla de un rival al despejar una pelota, Trautmann queda conmocionado, pero es capaz de terminar el choque –no existían los cambios en aquellos tiempos- realizando paradas de mérito a pesar de ver como entre tinieblas. Al terminar el choque le dicen en un hospital que no tiene nada, pero tres días después le realizan unas placas de rayos X y detectan que su segunda vértebra está rota diagonalmente. Del tremendo golpe la tercera se había colocado en su lugar. Eso le había salvado la vida. Trautmann definitivamente era un hombre con suerte.

Bert acabó su trayectoria en loor de multitudes. Aclamado por los mismos hinchas que un día recelaban por su pasado, recibiendo la Orden de Mérito alemana por haber ayudado a normalizar las relaciones entre ambos países y con el reconocimiento del mundo del fútbol. Sirva de ejemplo lo que un día dijo Lev Yashin, portero como él: “Sólo ha habido dos porteros de clase mundial en la historia del fútbol, uno fue Lev Yashin, el otro un chaval alemán que jugaba en Manchester, Trautmann”.

El portero que venció al destino y las etiquetas falleció en su retiro español en 2013.

P.S.

Reportaje en Fiebre Maldini sobre la figura de Trautmann: http://www.youtube.com/watch?v=4LmOSxgX2Ok

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