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Los poetas

José María Martín

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Yo los imagino así: sentados, manipulando un trozo de madera, con sus navajas afiladas, tallándola hasta conseguir extraer de la pieza en bruto una representación de la idea que han ido conformando durante días. O en el asiento de atrás del autobús, con la mirada fija en un punto alejado, arriesgándose a que se les pase la parada, o absortos entre otros que conversan mientras ellos se han quedado enganchados en un concepto previo. Ellos, los poetas, son gente rara pues dedican días, a veces semanas, a veces años, a modelar un pensamiento y sacarlo de sus cabezas para comunicarlo, perfilándolo con palabras hasta escribirlo. Por eso, a alguien que ha dedicado horas y horas de su vida a pensar algo y más horas a convertir ese pensamiento en la más fiel representación gráfica de él, no se le puede despachar con rapidez.

Los poetas son gente a tener en cuenta, al menos por esa capacidad diferente para interpretar el mundo, o por el juego de expresarlo a través de figuras literarias. Estos días Córdoba está aún más llena de poetas, son los mejores del mundo y no rehuirán el contacto con ustedes, a diferencia de las estrellas de cine o la música. Aquí no hay alfombra roja afortunadamente. Así qué acepten el reto que propone Cosmopoetica y sumérjanse en el festival porque esto -si todavía no se han dado cuenta- es un órdago a nuestra autoestima. Córdoba podría haber apostado por un encuentro de autores de novela histórica, o un ciclo de cine porno, o por un congreso anual de imagineros (con todos los respetos para todo ellos). Podría haber sido así pero alguien pensó que la poesía no era demasiado para esta ciudad, que seríamos capaces de entender a los poetas, al menos de esforzarnos y pretender la comprensión de lo que se les pasaba por la cabeza, que cuidaríamos el festival con nuestra asistencia a los actos programados y que no sería demasiado para nosotros. Y en esas estamos, diez años después, dispuestos a escuchar poesía por el motivo que sea, incluso sin entenderla, por el simple gusto de oírla en otro idioma, por el simple placer de detenernos a saborear las sílabas.

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