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El extranjero

José María Martín

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A ella le duele España. Pero no es un dolor de patria, como el que nos cuentan que ha de ser, sino de una forma racional. Ella, extranjera en Inglaterra, entiende que llevamos cinco años de crisis sin dar en la tecla, sin poner en marcha la máquina de la recuperación en las pequeñas cosas. Le hierve la sangre la ineptitud y ese ritmo que hemos loado por mediterráneo obviando que, para según qué cosas, es una disfunción en nuestro ADN. Los que estamos aquí no sabemos si es una excepción pero a ella le decían “gracias por tu trabajo, es hora de que te vayas” cuando acababa puntual su jornada laboral como dependienta o “claro que puedes flexibilizar tu jornada” cuando se plantea trabajar unas horas menos -ahora como profesora- para seguir formándose y aspirar a ejercer como ingeniera. Ella es una de las mejores cabezas que conozco y es extranjera allí en Inglaterra, porque así lo quiso y, en parte, porque España le empujó a salir.

A él se le agotaron los caminos aquí y el martes tomó un avión a Panamá. Porque el contrato proponía trabajar allí, como si hubiera sido en Rumanía –como la otra vez- o en Gambia, si el destino lo hubiera querido así. Él no quería moverse, pero el querer es algo ya secundario en este país. Así que él, extranjero allí, espera levantar el vuelo y depurar el agua que circula a su alrededor, limpiar el lodo y convertir su pequeña patria en un venero. Él es un hombre trabajador y tenaz.

A ella le ofrecieron una beca en Roma y allá que se fue, tras años en la universidad de aquí en los que nada se perfilaba como muy seguro, nada como definitivo. Ahora parece que ya han percibido su valía y que, cuando acabe esa beca, pueda prorrogar su vida allí, como extranjera, al menos por algún tiempo. Ella sí había vivido ya fuera de España, como Erasmus, lo que además de un idioma difícil como el alemán le permitió hablar el idioma de lo internacional; de lo europeo, si lo prefieren.

Los tres son mis amigos y los tres tienen más de 30 años. Esto ya no es un juego de veinteañeros que se van de aquí a vivir la vida loca, a cumplir con un deseo de juventud. Esto es ya una apuesta, sin dramas si no sale bien, pero una apuesta. Ojalá no tardemos otros cinco años en dar en la tecla y activar el rigor, la verdad y la creatividad en las pequeñas cosas para que, si quieren, puedan volver a casa.

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