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La bandera

José María Martín

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Desde hace unas semanas, la bandera que está en la plaza del pueblo, y que con tanto cariño ordenó poner el alcalde, no ondea. La noticia no ha llegado aún a oídos de periodista alguno, pero el gobierno municipal se muestra preocupado ante este inexplicable hecho. Tanto es así que ha sido convocado de forma urgente y secreta un comité de expertos para analizar los posibles motivos por los que esto ocurre.

En los últimos días, el viento ha hecho caer las hojas de los árboles e incluso se han registrado varios desprendimientos de cornisas que afortunadamente no han provocado daños personales. Es decir, viento hay, pero no para hacer ondear la bandera.

Los empleados del área de infraestructuras acudían diariamente en múltiples ocasiones a comprobar si las cosas cambiaban y volvía la normalidad. Sin embargo, tras días de observación intermitente hubo que disponer un retén de vigilancia continua para verificar si estaba ocurriendo lo que parecía imposible: la bandera cumplía ya una semana sin movimiento alguno. Se trataba de una bandera inmensa, de al menos veinte metros en su lado más extenso. Izada de un mástil de considerable altura, su estancamiento se hacía inexplicable.

Los vecinos caminaban junto a ella ajenos, cabizbajos, entretenidos en sus pensamientos. Nada hacía pensar que el delicado asunto pudiera trascender de los límites del gobierno, el mencionado comité de crisis y del selecto grupo de funcionarios encargado de atajar el problema.

Los expertos, todos foráneos excepto uno, analizaron la ubicación del mástil, elaboraron un detallado estudio de los vientos en la zona y filmaron, con la discreción que les facilitaba una habitación del hotel de la plaza, la quietud de la tela. Tras un intenso trabajo de tres días, el comité llegó a una serie de conclusiones:

- La bandera había ondeado previamente, pues así lo verificaban los testimonios de quienes la habían colocado, el equipo de gobierno y las imágenes de la televisión local.

- La bandera había dejado de ondear y guardaba la misma posición desde entonces. Había fotografías, previas a la convocatoria del propio comité, que lo atestiguaban.

- Ante lo extraño del asunto, el comité decidía renunciar a sus emolumentos y a la mitad de sus dietas y proponía como única posible solución sustituir la bandera por otra, realizada de un material más ligero.

La operación, diseñada por el comité en colaboración con los funcionarios del mencionado área, se acometería de noche. En concreto, en la noche del domingo al lunes, bien entrada la madrugada pero no demasiado tarde para evitar ser vistos por los vecinos más madrugadores. Se eligió un tipo de tela igualmente señorial pero con un peso tres veces menor. La nueva bandera fue encargada a una empresa extranjera y tardó tres semanas en ser tejida.

Llegó el día. La operación necesitaba conjugar varios parámetros: el silencio, la discreción, la rapidez y –evidentemente- la eficacia. Un equipo de seis personas ejecutaba las órdenes que, desde la habitación del hotel, iba dando el líder del comité de expertos. El alcalde también se encontraba allí, intercalando un vistazo a través de los prismáticos con un bostezo. Se cumplieron los tiempos marcados y en apenas siete minutos los funcionarios desplazaron una grúa hasta el centro de la plaza, elevaron su canasto, descolgaron la bandera primitiva e izaron la nueva. Soplaba una ligera brisa. La nueva bandera se movió en su ascenso pero al llegar a la cima se quedó quieta como una piedra. Los funcionarios se marcharon sin dejar rastro alguno de su intervención. El comité, el alcalde y su jefe de gabinete abandonaron la habitación del hotel.

La bandera sigue izada e inmóvil, como inerte. Nadie más se ha dado cuenta.

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