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Alberto y el periodismo

José María Martín

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El fallecimiento repentino del periodista Alberto Almansa nos ha dejado un pellizco en el corazón, como ocurre con esas dichosas muertes imprevistas. A mi juicio, también debería provocar una reflexión sobre el tipo de periodismo que ejercemos en esta ciudad de provincias, porque el periodismo que él encarnaba no tiene más representantes en Córdoba, al menos no de forma definitiva como era su caso.

La figura de Alberto ha sido vinculada estos días a algunas palabras que lo definen: periodista del compromiso, la voz de los sin voz, periodista social, periodista en lucha. Todos los periodistas deberíamos ser del compromiso con la verdad, del compromiso con los sin voz y en la lucha, entendida como el camino para salvar los obstáculos que intentan frenar nuestra legítima y necesaria aspiración de contar lo que ocurre a nuestro alrededor. La diferencia de Alberto con respecto a los demás es que era un periodista “de parte”. De parte de los afectados por las preferentes, de parte de los desahuciados, de parte de quienes sufrían a los poderosos, de parte del ecologismo, de parte de los presos, etcétera. Y para ser “de parte” hay que tener muy claras algunas ideas, algo que no nos ocurre a otros. Su periodismo era directo y dejaba claro y diáfano quiénes eran los buenos y quienes los malos. Para hacer eso, insisto, hay que haber superado las dudas. La comodidad y la maraña de intereses que moviliza a los humanos nos ha llevado a los periodistas, en muchas ocasiones, a mantener una postura distante con la realidad, a implicarnos en ella pero siempre desde la barrera de la duda. Atribuyen a un periodista del Chicago Tribune la siguiente frase: “Si tu madre te dice que te quiere, verifícalo”. La trayectoria y veteranía de Alberto parecía haberle llevado a la certeza de sus convicciones. Lo envidio en eso también. En Córdoba, me atrevería a afirmar que no hay en activo nadie como él. Por eso lo echaremos de menos, porque era una pieza clave en el ecosistema periodistico cordobés.

Conversaba con Alberto sobre periodismo en una de las cenas de Cordopolis en Blanco Enea. Le trasladé mi admiración por el trabajo que estaba realizando con sus vídeos y entrevistas en su blog, que tantas veces fue caladero de noticias para los demás. También hablamos de la contrariedad que suponía que tuviera que recurrir a su tiempo y a un espacio/medio privado para dar salida a ese trabajo y que no fuera posible darlo a conocer desde su empresa. Desconozco cómo funciona la radio televisión pública pero que Alberto tuviera que dedicar gran parte de su tiempo libre y sus medios personales a hacer periodismo resultaba a la par romántico y ciertamente incomprensible. A él parecía darle igual, tenía claro lo que quería. Recuerdo uno de las primeras asambleas del 15M en el Bulevar del Gran Capitán. Hubo un grupo de los asistentes que le increpó por ser periodista de Canal Sur. Gema y yo advertimos a los portavoces del 15M que estaban insultando al único periodista que días antes había recogido con su cámara la manifestación de aquel domingo 15 de Mayo en Córdoba. Él entendía también esos insultos hacia su empresa.

Era un entusiasta, a mí me lo parecía cuando preguntaba en las ruedas de prensa, cuando nos avisaba de un desahucio que iba a producirse, cuando llegaba a un corrillo y planteaba un tema de debate. Fue una buena noticia para la ciudad que periodistas de larga trayectoria volvieran a las ruedas de prensa. Tras casi una década con decenas de periodistas insultantemente jóvenes, la crisis o lo que fuera había hecho volver a la calle a algunos veteranos. Eso es muy sano. Porque sepan que en las ruedas de prensa casi nadie logra una noticia pero la actitud de los periodistas puede favorecer la salud de lo público. Me explico: en ellas, lo único que puede hacer que los políticos, empresarios, banqueros y representantes sociales no nos tomen el pelo es la mirada crítica del periodista que acude a sus convocatorias. Los periodistas no podemos limitarnos a transcribir lo que oímos, tenemos que preguntar, aunque no obtengamos respuestas, aunque solo sea para hacerle ver a quien ofrece la información que no somos tontos, que a la gente no se le puede seguir ocultándo datos, que a la gente hay que respetarla en lugar de engañarla. Por eso hay que contar cuando el poder oculta los datos o se niega a responder. La apatía nos ha llevado a una triste paradoja: todos los periodistas critican las convocatorias en las que los políticos no admiten preguntas, pero lo realmente duro es ver que en muchas ocasiones cuando se puede preguntar nadie lo hace. Preguntar, meter los dedos como hacía Alberto, no genera amigos. Esa será otra de sus herencias: saber que, de algún modo, nuestro camino va a desembocar en la enemistad con quienes asumen el poder en nuestra sociedad.

Alberto era “de parte”, pero también fue crítico con quienes más cerca estaban –teóricamente- de su ideología. Él parecía observador y crítico, siempre. Recuerdo la pretendida distancia que marcaba al evaluar incluso a su hija Mar, cuando me pidió que la acogiéramos en nuestra redacción como becaria. “Parece que le gusta esto de la radio y que quiere aprender, y yo sé que con vosotros va a aprender”, me dijo, lo que me enorgulleció. Alberto era un gran oyente de la SER, afortunadamente también crítico con nosotros. El viernes por la noche, cuando íbamos de vuelta a casa nos cruzamos con él y con Lola. Sonrió y me dijo algo agradable. Me queda la espina de no haber hablado más con él de periodismo o de la vida que es lo mismo.

* La fotografía la he encontrado en Facebook, no sé quién es su autor. En ella, Alberto y Mar entrevistan a Diego Cañamero. Mar, con una capacidad enorme para esta profesión, tiene en su padre un referente al que seguir con orgullo y tiene el cariño de sus compañeros para apoyarse en los momentos difíciles.

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