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La última esperanza del fútbol moderno

Alfonso Alba

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El fútbol es un deporte extraño. Es un pedazo de negocio que ya supone casi el 1% del PIB en España. A diferencia de otros negocios más racionales, el fútbol se basa en sentimientos de una (casi siempre) sufrida afición capaz de cualquier cosa por los colores de su equipo. Si el equipo gana (a veces por cuestiones muy arbitrarias), el dueño del club gana mucho dinero. Si pierde, dicen que también lo pierde, aunque no siempre es así.

Esta semana se ha cerrado el mercado de invierno de fichajes de jugadores. El Granada, por ejemplo, ha fichado desde que ascendió a Primera (hace medio lustro) a más de 100 futbolistas. En Córdoba, por ejemplo, apenas si quedan supervivientes de aquel agónico ascenso en Las Palmas del que no hace tanto tiempo. El fútbol negocio se impone. Las aficiones apenas tienen tiempo para reconocerse con sus futbolistas (antes, era de lo más normal que un jugador creciese en la cantera y colgase las botas sin haber estado en otro equipo).

Por eso, queda la esperanza de la afición del Rayo Vallecano. Más allá de que se pueda estar de acuerdo o no con su ideología (los bukaneros, los ultras radicales, son violentos; yo mismo vi cómo la Policía sacaba bates de beisbol de los maleteros de los vehículos con los que se desplazaron hace poco a Córdoba), siempre es de elogiar que una afición pueda expresar de una manera tan nítida qué jugadores quiere en su equipo.

Cuando estaba apunto de cerrar el mercado de fichajes y el Córdoba se iba a quedar sin reforzar su delantera, se llegó a especular con que como el Rayo Vallecano no quería a Roman Zozulia (por su supuesta vinculación a partidos neonazis) ficharía por el club del Arcángel. Esa noche empecé a leer en Twitter que daba igual si el futbolista era nazi, que con que metiera goles era suficiente.

En estos tiempos locos, donde parece que se impone el fútbol negocio a cualquier resquicio de valor de los que nos hicieron aficionarnos al deporte rey, quedan pequeños resquicios para la esperanza, en los que las aficiones, que son las que mantienen la movida, acaban imponiéndose ante los crueles y casi siempre impasibles dueños de los equipos. Odio eterno al fútbol moderno, aunque ahora un poquito menos.

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