Sobreactuados
Esclavos, quizás, de las redes sociales vivimos en la era de la sobreactuación. De la hipérbole continua que nos impide ver el bosque.
O quizás es que estamos empachados de series de televisión, en las que los grandes estrategas acaban triunfando con tremendos giros de guión y hundiendo a sus enemigos. Pensamos que todo el monte es Netflix o HBO, y que en la vida real si usamos una buena estrategia quizás podamos conseguir lo único que queremos: vencer.
En la crisis del coronavirus priman esas sobreactuaciones que no acaban precisamente como en Netflix. Porque la realidad es tozuda y la vida, casi siempre, acaba superando a la ficción. Y por goleada. Esta pandemia no estaba escrita ni en las peores catástrofes del cine de serie B. Al menos no en este formato.
No negaré que la historia es también de los estrategas. O eso nos han dicho los historiadores. Tendemos a estudiar a Napoleón desde un único prisma, el militar, cuando fue mucho más. O las guerras de César, al que le damos la virtud de cambiar el mundo occidental el día en que decidió cruzar el Rubicón. Pero insisto, todos estaban rodeados de circunstancias que les favorecieron o perjudicaron en algún momento. Y recuerdo que los dos acabaron mal. Muy mal, de hecho. Ni en sus mejores estrategias se lo pudieron imaginar.
Entiendo que las cosas se cambian desde dentro y que es mejor tener el poder que estar eternamente aspirando a él. Pero el fin no justifica los medios. Y llegar sin ideología, sin plan, ni alternativa, solo porque has sido el mejor estratega, el que mejor has usado tus armas, no te va a hacer pasar a la historia. Nadie te recordará como un estadista.
Los ciudadanos valoran la utilidad por encima de las ideologías. Más allá de los ciudadanos muy ideologizados, que son un montón, y que votarían a una cabra si se presentara por su partido, hay una enorme masa crítica, menos ruidosa y más determinante que está ahí, latente y observando, y que acabará juzgando tarde o temprano. O eso espero.
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