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Otra manera de organizar flamenco es posible

GRAF8493. PAMPLONA, 21/08/2018.- Amaia Romero (i) abre el programa "Flamenco en los balcones" del festival Flamenco On Fire con un recital, acompañada por Pepe Habichuela y Marta Robles, en el que se homenajea al guitarrista Carlos Itoiz. EFE/Iñaki Porto

Alfonso Alba

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El artículo 67 de la reforma del Estatuto de Andalucía establece que “corresponde a la comunidad la competencia exclusiva en materia de conocimiento, conservación, investigación, formación, promoción y difusión del flamenco como elemento singular del patrimonio cultural andaluz”. Y olé.

A veces, los textos normativos, hasta los más importantes, son así de sufridos y hasta absurdos. Afortunadamente, Andalucía no ejerce de hecho (quizás de derecho) la “competencia exclusiva” para la “promoción y difusión del flamenco”. Esta semana, Pamplona, la capital de Navarra, la histórica ciudad de los vascones, le ha metido un gol por toda la escuadra a cómo se puede organizar un festival de flamenco, cómo se puede dar un paso adelante más en la promoción de algo que es Patrimonio de la Humanidad, ojo con eso.

Que el festival de flamenco de Pamplona (Flamenco On Fire, solo con ese nombre ya me ha conquistado) le haya dedicado la semana a las mujeres que están revolucionando este arte ya merece un capítulo aparte. Que haya convertido una ciudad más acostumbrada a la borrachera, a toros corriendo por sus calles, a guiris saltando de lo alto de fuentes, en la vanguardia del flamenco dice mucho. Lo de abrir balcones de plazas para los cantaores y guitarristas, que hipnotizan con su arte a los espectadores, me parece una de esas grandes ideas que sacan al flamenco de esa imagen purista, antigua y anquilosada de gitanos entreteniendo a señoritos en tabernas de mala muerte y peor vino.

Córdoba dio un paso adelante con su Noche Blanca del Flamenco, que está muy bien. Sacó la música precisamente de esas tabernas a la calle. Convirtió sus plazas en los teatros que los cantaores ya llenan. Pero lo dejó todo para una madrugada quizás agotadora y hasta masiva, sin un concepto claro. ¿Porqué no una noche dedicada a un tema, a un cante, a un autor o género concreto cada año?

Pero lo que más me sorprende es que una ciudad como Pamplona haya acogido un festival así. ¿Se imaginan un concurso de versolaris llenando las plazas de una ciudad andaluza? ¿Un festival dedicado a la txalaparta o a la sardana? Afortunadamente, es así como se superan esas absurdas barreras regionalistas y nacionalistas, cómo a través de lo global se puede explotar o disfrutar de algo tan singular como es el arte flamenco. E incluso darle un repaso con barniz para hacerlo algo más modernito.

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