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El fascista amable

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Alfonso Alba

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La historia, el cine y los lugares comunes nos han explicado las consecuencias de lo que fue desde luego el peor episodio de la historia de Europa en el siglo XX: el holocausto. Cuando escuchamos la palabra fascismo pensamos en un nazi alemán de la Segunda Guerra Mundial, brazo extendido, gritando, con la cara oscurecida, rodeado de tonos grises y matando por matar. Pero como explica Yuval Noah Harari en esta entrevista, nunca reparamos en las causas.

¿Cómo es posible que Alemania, el país de la razón, el motor económico de Europa, el lugar en el que florecía el arte, la cultura, se echase en los brazos del nazismo? ¿Cómo es posible que Italia lo patentase unos años antes, encumbrando a Mussolini? ¿Estaban los italianos y los alemanes que lo apoyaron mal de la cabeza? ¿Estaban locos los españoles que apoyaron y lucharon contra Franco? No. Desgraciadamente, el estigma de la locura no puede explicar complejos procesos históricos que derivan en causas catastróficas.

El fascismo, o el nazismo, y también el franquismo, fueron movimientos que cautivaron a millones de personas por algo. Harari detalla que el fascismo convierte al ciudadano en alguien especial. Lo hace sentir que forma parte de algo, en contraposición al otro. Los nazis conquistaron a los alemanes prometiendo un Tercer Reich muy próspero, que su raza sería la que dominaría el mundo, que sus hijos disfrutarían del mejor futuro posible. Y que si no lo conseguían sería por culpa de los gitanos, los judíos, los discapacitados, los homosexuales, los rojos... Los diferentes.

Europa está llena de fascistas. España tiene su fascismo interior. E incluso en Córdoba hay fascistas. Pero ninguno se reconocerá en ese nombre. “Yo no soy racista pero...” es una frase hecha que con una negación define al que sabe que la palabra contiene matices negativos. Pero que al final es un racista. “Yo tengo amigos homosexuales pero...” es igual a homófobo. Ese pero esconde la vergüenza que siente el que sabe que piensa como un fascista pero se resiste a ser denominado así.

Es imposible saber qué va a pasar con estos movimientos en los próximos años, pero empieza a asustar. En la antigua Alemania del Este la ultraderecha ya supera el 20% en intención de voto en todos sus estados salvo en Berlín. Hungría y Austria ya tienen en el Gobierno a partidos xenófobos. Italia y Salvini están proyectando una enorme vergüenza al exterior. Y ya sabemos que Donald Trump no es precisamente un presidente moderado.

En Europa, muchos de estos partidos empiezan a ver cómo son precisamente los inmigrantes los que desde su punto de vista están poniendo en riesgo la forma de vida occidental. El enemigo, junto a sus amigos que los defienden (“si tanto te gustan los inmigrantes mételos en tu casa”), está definido. El nacionalismo, como en aquella salvaje Europa de entreguerras, vuelve a hervir por todo el mundo. El caldo de cultivo está ahí.

Por eso, no te ofendas si alguien te llama fascista aunque te resistas. Lo mismo es que lo eres. Lo que pasa es que quizás no te has dado cuenta. O no quieres hacerlo.

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