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Los conductores que no amaban a los ciclistas

Alfonso Alba

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Me pasó este jueves. Como cada día, bajaba en bici a casa, desde Gran Capitán hasta la Corredera. Desde hace años, jamás bajo Claudio Marcelo en dirección prohibida, como sí que hacen muchos ciclistas (pagamos justos por pecadores). Lo hago por el empedrado de Alfonso XIII, giro por Capitulares para bajar por la calle Espartería. Casi siempre el mismo recorrido.

Sobre las 15:00 de la tarde, un todoterreno BMW negro subía a la vez Espartería cuando, sin esperarlo, se vino hacia mí. Salté de la bici a la acera y el conductor frenó, bajó la ventanilla y comenzó a insultarme. “Hacéis lo que os da la gana, lo que os da la gana. Bajáis en dirección prohibida, vais por donde queréis. No respetáis nada, nada”, gritaba.

Imagino, claro está, que si bajo por una dirección prohibida cualquier conductor tiene derecho a atropellarme. Huelga decir que no lo estaba haciendo, pero parto de la base de que puede ocurrir, que un policía local o un guardia civil señale en su atestado que me lo merecía y que encima le den una medalla al conductor por haber puesto orden en las calles cordobesas.

Este es, quizás, el incidente más grave que he tenido con conductores en Córdoba, pero sé, por lo que me comentan otros ciclistas (que no bajan en direcciones prohibidas ni se suben a las aceras a toda velocidad esquivando peatones) que no son casos aislados. Adelantamientos a mucho menos de un metro y medio de distancia, pitidos ensordecedores que te asustan (y que pueden hacer que te caigas al suelo) o salidas bruscas cuando te ven llegar para evitar, imagino, ir tras de ti algo más lento de lo habitual.

Córdoba, ya lo escribí aquí mismo no hace mucho, no es una ciudad amable para el ciclista. Los carriles bici que existen (sí, los primeros que se construyeron en España) están antiguos e incompletos (en mitad de uno del paseo de la Victoria se colocó un kiosco) y muchas veces tenemos que echarnos a la carretera para poder seguir viaje.

Es en las carreteras donde convivimos con un tráfico que muchas veces es salvaje y que no entiende que somos los que más tenemos que perder, y que no nos gusta que nos atropellen, o que lo intenten. Incluso a aquellos que van en dirección prohibida, a los que a lo mejor había que multar antes de acabar con ellos para siempre.

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